una mirada una obsesión o amor a primera vista? su ángel misterioso o su demonio personal? que será de la vida de Mariana y Mauricio viconti.
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Capítulo 4 – Trazos Anónimos
Mariana caminaba por el pasillo del colegio riéndose de algo que Miguel acababa de decir.
—Te juro que parecía un gato poseído, ¡saltó con el libro en la cabeza! —decía él, agitando las manos como si contara una escena de película.
—¡Sos un exagerado, Miguel! ¡Pobre Lucas! ¡Apenas le cayó la mochila y vos ya lo comparás con un exorcismo!
—No me niegues que fue gracioso.
—Un poco… —admitió Mariana, intentando no reírse, aunque la sonrisa se le escapaba sola.
Miguel sonrió con ternura. Desde hacía meses, la acompañaba todos los días. Al principio era solo el camino a la escuela, pero poco a poco se fue quedando más. Ayudaba en la panadería a veces, llevaba las bolsas pesadas, le traía café cuando sabía que había dormido poco por estudiar o dibujar.
Y en silencio… se enamoró.
—¿Sabés? —dijo un día, caminando con ella por la plaza— A veces siento que nunca me reí tanto como cuando estoy con vos.
—Ay, Migue… sos un tonto. —le dijo ella con cariño, dándole un codazo en el brazo— Yo también la paso bien con vos. Sos como… el hermano que mis hermanos no me dejaron tener.
Miguel se detuvo.
—¿Hermano?
—Sí, ¿por?
—Nada —dijo él, sonriendo forzadamente—. Hermano, claro. Qué suerte tengo…
Ella no lo notó, pero detrás de unos árboles cercanos, alguien sí.
Lucio, con su celular en mano, informaba a su jefe desde la camioneta negra.
—Está empezando a cambiar, jefe. El chico… no está tan “solo amistad” últimamente.
Del otro lado de la línea, el silencio fue más aterrador que una amenaza.
—Que no se acerque demasiado.
—¿Y si lo hace?
—Hacé que no quiera volver a intentarlo.
Esa misma semana, Miguel apareció con un moretón en la mandíbula.
Dijo que fue un pelotazo jugando fútbol.
Pero Mariana no le creyó del todo.
—¿Seguro fue en el recreo? ¿Quién le pega con tanta bronca?
—Un bruto. No importa.
Pero sí importaba.
Y más importó cuando, dos días después, Mariana encontró una caja envuelta con papel kraft sobre su escritorio en su habitación.
“Para que tus sueños empiecen a tomar forma”, decía la nota escrita a máquina.
Dentro: un cuaderno de dibujo profesional, hojas texturadas de varias gramajes, y una colección completa de lápices de diseño, con puntas afiladas como bisturíes, todos en su estuche de cuero negro.
Ella abrió los ojos como si hubiera encontrado un tesoro.
—¡MAMÁ! ¿Esto lo mandaste vos?
—¿Qué cosa, mi amor?
—¡Esto! —corrió hacia la cocina agitando la caja.
—¿Qué es eso? No… ¿no será de alguno de tus hermanos?
Uno por uno, los interrogó. Todos negaron haber sido. Aunque Elías se lo pensó.
—Si me vas a acusar… podría aceptar el crédito, pero la verdad, ni idea —dijo encogiéndose de hombros.
—Entonces… ¿quién?
Mariana se sentó en su cama, con los ojos brillosos. Acarició la cubierta del cuaderno como si fuera piel.
Para muchos, era solo papel y lápiz.
Para ella, era el primer paso real hacia su sueño.
—No importa quién lo haya enviado —dijo finalmente, abrazando el cuaderno contra su pecho—. Quien sea… me hizo muy feliz.
Desde el otro lado de la pantalla, Mauricio la observaba a través de una grabación.
Lucio resopló.
—Todo eso por unos lápices. No tiene sentido.
—Para ella, sí —dijo Mauricio, sin despegar la vista de la pantalla—. Para ella, es un mundo.
Y no hay nada que no le regalaría con tal de verla sonreír así otra vez.