César es un CEO poderoso, acostumbrado a tener todo lo que desea, cuando lo desea.
Adrian es un joven dulce y desesperado, que necesita dinero a cualquier costo.
De la necesidad de uno y el poder del otro nace una relación marcada por la dominación y la entrega, que poco a poco amenaza con ir más allá de los acuerdos y transformarse en algo más intenso e inesperado.
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Capítulo 4
Hacía dos semanas que Adrian se quedaba haciendo horas extras. Trabajaba hasta las once y pico de la noche y se iba a casa. Llegaba al estudio alrededor de las doce y cuarenta, se duchaba y se iba a dormir. A las cuatro de la mañana sonaba el celular y él hacía el trayecto sagrado de todos los días, ahora a pie, para ahorrar el dinero del autobús. A las siete horas marcaba la entrada y cuando Bruno y César llegaban ya tenía mucho adelantado.
Además de ser casi insignificante el adicional de las horas extras, Adrian sentía que su cuerpo estaba cada vez más agotado.
El reloj de la oficina marcaba las veintidós horas y media, y Adrian aún digitaba los últimos números de un informe complejo. Las luces del piso principal estaban encendidas, pero él imaginaba que estaba solo. El tic-tac del reloj, el sonido rítmico de las teclas y el ruido blanco mezclado a una playlist con canciones aleatorias eran sus únicas compañías.
Concentrado, ni notó cuando un paso suave se aproximó por detrás de él. Un leve escalofrío recorrió su espina dorsal, pero él pensó que fuera solo la sensación del cansancio.
De repente, una mano firme se posó en su hombro.
—Adrian —dijo una voz calma, pero imponente.
El muchacho saltó de la silla, tragando saliva. Se giró rápidamente y vio a César parado detrás de él, observando la pantalla con cierto interés. El corazón de Adrian se disparó, y la sensación de sorpresa se mezcló con una punzada de miedo.
—Señor… yo… no percibí que el señor estaba aquí —balbuceó, la voz casi desapareciendo.
César se inclinó ligeramente, apoyando una de las manos en el borde de la mesa:
—Vi que te quedaste hasta tarde. ¿Por qué aún estás aquí?
Adrian respiró hondo, luchando para organizar los pensamientos.
—Necesito… tengo algunas cuentas extras, señor. —La voz salió baja, él no sabía si era vergüenza o miedo de que el hombre lo mandara a casa.
César lo analizó por algunos segundos, en silencio.
—Entiendo —dijo finalmente—. Pero por lo que sé las horas extras no son muy rentables...
Adrian bajó la cabeza antes de responder.
—Realmente no es mucho, pero necesito.
El hombre pasó la mano por los cabellos y miró a los lados como para cerciorarse de que estaban solos o para tomar coraje para lo que iba a decir al muchacho.
—Por mis cuentas, sumando lo que tú ganas y las horas extras, vas a cerrar el mes con unos setecientos reales. ¿Cierto?
Adrian asintió. César continuó:
—¿Ese valor es suficiente para lo que tú quieres?
Adrian quedó en silencio, ponderando lo que debía responder. Por fin decidió ser sincero.
—No es un cuarto de lo que necesito —admitió medio sin gracia.
El CEO esbozó una media sonrisa, que Adrian no sabía decir lo que significaba.
—Tengo una propuesta para hacerte. ¿Vamos hasta mi oficina para conversar mejor?
Adrian miró al monitor y miró al reloj. Eran casi las veintitrés horas. Él no tenía idea de lo que César iba a proponer, imaginó que sería preparar algún informe específico más detallado.
—¿Y entonces? —la voz del hombre lo trajo a la realidad, él salvó el proyecto en el que estaba trabajando y siguió de forma tímida al jefe hasta su oficina.
Cuando él entró, César cerró la puerta y le dijo que se sentara en un sillón de cuero.