Ethan Vieira vivía en un mundo oscuro, atrapado entre el miedo y la negación de su propia sexualidad.
Al conocer a Valquíria, una mujer dulce e inteligente, surge una amistad inesperada… y un acuerdo entre ellos: un matrimonio de conveniencia para aliviar la presión de sus padres, que sueñan con ver a Ethan casado y con un nieto.
Valquíria, con su ternura, apoya a Ethan a descubrirse a sí mismo.
Entonces conoce a Sebastián, el hombre que despierta en él deseos que nunca se había atrevido a admitir.
Entre secretos y confesiones, Ethan se entrega a una pasión prohibida… hasta que Valquíria queda embarazada, y todo cambia.
Ahora, el CEO que vivía lleno de dudas debe elegir entre Sebastián, el deseo que lo liberó, y Valquíria, el amor que lo transformó.
Este libro aborda el autoconocimiento, la aceptación y el amor en todas sus formas.
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Capítulo 11
La despedida de Italia fue más silenciosa de lo que Ethan esperaba.
Valquíria y Monserrat se abrazaron largamente en la puerta de la casa, intercambiando promesas de nuevas visitas.
—Cuídate, hija —dijo la madre, con la voz quebrada—. Y cuida de ese marido callado que te has buscado.
Valquíria rió, con ternura.
—Lo prometo, mamma. Tan pronto como todo esté resuelto, volveremos juntos a visitarte.
Monserrat besó el rostro de los dos y saludó con la mano hasta que el coche desapareció al final de la calle.
Durante el vuelo de vuelta a Brasil, Valquíria se mantuvo pensativa, mirando el cielo por la ventana. Ethan, a su lado, intentaba poner los pensamientos en orden.
Las últimas semanas le habían removido de una forma que no sabía explicar.
Valquíria le hacía reír, conversar, relajarse —y, por más que el matrimonio fuera un acuerdo, él empezaba a sentirse extrañamente protegido a su lado.
Cuando el avión aterrizó en São Paulo, Valéria y Maurício ya les aguardaban en el vestíbulo del aeropuerto.
Valéria corrió a su encuentro, con lágrimas de alegría.
—¡Finalmente en casa! —exclamó, abrazándolos a los dos al mismo tiempo—. ¿Cómo fue el viaje, mis queridos?
—Maravilloso, madre —respondió Ethan, intentando sonar natural.
—Italia es linda —completó Valquíria, sonriendo—. Aprovechamos para descansar un poco.
—¡Y han vuelto aún más hermosos! —dijo Valéria, emocionada—. ¡Miren, tienen un brillo diferente!
Ethan y Valquíria intercambiaron una mirada rápida, una sonrisa discreta que solo ellos entendieron.
Maurício se acercó, orgulloso.
—Espero que hayan traído buenas noticias también.
Ethan solo rió, desviando la mirada.
—Aún es pronto, padre.
—Hm… —murmuró Maurício, intrigado—. Pues yo tengo fe de que pronto tendremos un nieto corriendo por esta casa.
Valquíria solo sonrió, sin responder.
En la mansión, todo parecía igual y, al mismo tiempo, diferente.
La casa estaba llena de flores y olores familiares, pero había una ligereza en el aire —quizás traída de Italia.
Valéria no escondía la alegría de ver al hijo casado y a la nuera tan a gusto.
—Esta casa ahora está completa —decía ella, sonriendo mientras supervisaba la cena de bienvenida.
Ethan, silencioso, observaba a Valquíria ayudando en la cocina.
Ella parecía tan natural en ese ambiente, conversando con los empleados y riendo de las pequeñas torpezas de Valéria, que él se preguntó si, de alguna forma, aquella mujer no había nacido para estar allí.
Durante la cena, todos estaban animados.
Valéria y Maurício querían saber de todo: los paseos, los lugares que visitaron, la casa de Monserrat, las comidas típicas…
Valquíria respondía con calma, escogiendo bien las palabras, siempre dejando la historia convincente.
Ethan observaba admirado la forma en que ella conseguía conducir las conversaciones, sonriendo y desviando preguntas más delicadas con elegancia.
Después de la cena, cuando quedaron a solas en la sala, Valquíria se quitó los zapatos y se tiró en el sofá, exhausta.
—Si escucho una pregunta más sobre el viaje, creo que voy a huir de nuevo a Italia —bromeó, riendo.
Ethan se sentó a su lado, relajando los hombros.
—Fuiste increíble hoy.
—Solo cumplí mi papel —respondió ella, mirándolo de lado—. Somos buenos en esto, ¿no crees?
—Buenos y peligrosamente convincentes —dijo él, con una media sonrisa.
Valquíria soltó una risita corta.
—Ojalá siga así por un tiempo.
Los días siguientes fueron tranquilos. Ethan volvió a la rutina de la empresa, y Valquíria pasó a organizar el hogar, ayudando a Valéria con las tareas y cuidando de pequeños detalles de la casa.
Todo parecía bajo control —hasta que algo inesperado comenzó a cambiar.
Una mañana, mientras tomaba café con Valéria, Valquíria sintió un mareo repentino.
Sostuvo la taza para no derramar el líquido y respiró hondo.
—¿Estás bien, querida? —preguntó Valéria, preocupada.
—Creo que sí… solo un poco de debilidad. Quizás el desfase horario —respondió, intentando disimular.
Pero los días siguientes trajeron los mismos síntomas: náuseas, somnolencia y un cansancio que no combinaba con el ritmo siempre activo de ella.
Cierta tarde, Ethan la encontró sentada en el jardín, pálida, con una mano sobre el vientre.
—Valquíria, ¿qué ha pasado?
—Nada… —intentó sonreír—. Creo que es solo el clima.
Él se agachó a su lado, mirándola con preocupación.
—¿Estás segura? Estás diferente desde que volvimos.
—Solo un poco mareada —dijo, bajito—. Pero pasará.
Ethan frunció el ceño.
—¿Quieres que llame al médico?
—No, por favor. —Ella sujetó el brazo de él, firme—. Debe ser cansancio del viaje.
Aun así, al día siguiente, Valquíria se despertó sintiendo el mismo malestar.
Esta vez, no tuvo cómo disimular. Valéria se dio cuenta e insistió en que se hiciera un examen.
—Puede ser solo una virosis —dijo la suegra—, pero necesitamos estar seguras.
Valquíria no quiso contrariarla y, acompañada por Ethan, fue hasta una clínica particular.
Mientras aguardaban el resultado, los dos permanecieron en silencio.
Ethan sentía el corazón latir más rápido, sin saber el motivo.
Horas después, la enfermera llamó a Valquíria de vuelta a la sala.
Ella entró, permaneció algunos minutos allí dentro y salió con un pequeño sobre en las manos.
Los ojos estaban llorosos, pero la sonrisa… era leve, casi incrédula.
—¿Valquíria? —preguntó Ethan, levantándose—. ¿Qué ha pasado?
Ella lo miró a los ojos, respirando hondo antes de decir:
—Creo que nuestro plan… ha funcionado.
Por un instante, él se quedó sin reacción.
—Tú… ¿quieres decir que…?
—Sí, Ethan. —La voz de ella salió temblorosa, pero llena de emoción—. Estoy embarazada.
El mundo pareció parar por algunos segundos.
Ethan se llevó las manos al rostro, sorprendido.
Valquíria sujetó el sobre con fuerza, como si tuviera miedo de soltar la realidad que acababa de descubrir.
—Dios mío… —murmuró él—. Esto lo cambia todo.
Ella asintió, con los ojos llorosos.
—Sí, lo cambia. Y quizás sea exactamente eso lo que el destino quería.
Aquella noche, acostado en su cuarto, Ethan no consiguió dormir.
Mil pensamientos le invadían: la promesa hecha a los padres, el acuerdo con Valquíria, el hijo que ahora vendría al mundo.
Pero entre todas las dudas, había algo nuevo…
Un sentimiento calmo, casi dulce —el presentimiento de que, de alguna forma, aquel bebé sería el inicio de una transformación que él jamás imaginó vivir.