MI JEFE INVIDENTE

—Pero…

—Ayer me porté como un completo estúpido. Yo soy el que depende de ti, y anoche fui un idiota contigo.

¿De verdad se estaba disculpando? ¡Eso me sorprendió más que cualquier otra cosa!

—Está bien. No pasa nada. Yo también fui grosero al dejarte solo.

—Me lo merecía. ¡Yo me lo busqué!

—Descuida. Estamos bien.

Su sonrisa me desarmó. Algo cálido me recorrió el pecho al verlo así.

—Gracias por ser tan bueno conmigo. Por eso, te daré un masaje. ¿Te parece?

¿Masaje? Mi corazón se aceleró.

—No es necesario… de verdad, está bien.

—¿Quieres entrar a la bañera conmigo? Sabes que no me molesta.

Tragué saliva. Otra vez esa invitación. Esta vez, sin cigarrillos de por medio.

—Claro… aunque, ¿tú no quieres que yo te dé el masaje?

Negó suavemente.

—Soy yo quien debería dártelo a ti. Vamos, entra.

—Yo…

—Pero antes, pon música. La que quieras. Quiero complacerte.

¿Complacerme? Algo extraño pasaba con él. Y conmigo también.

Encendí la bocina Bluetooth —ya convertida en un objeto fijo del baño— y conecté mi celular. Necesitaba algo intenso, algo que llenara ese silencio espeso que crecía entre los dos. El inicio de la melodía me trajo recuerdos de mi abuelita, como si en medio de ese vapor su voz me acompañara.

Comenzó Luna de Peso Pluma.

—¿A ti te gusta esa música? —su voz se deslizó como una caricia en el aire.

—Claro que sí.

Me desvestí rápido, sin la pena de antes. La ropa cayó como una decisión inevitable.

—Ese tipo no sabe cantar.

Me reí.

—¿Y eso qué importa? Tiene lo suyo. Cada cantante encuentra su forma.

—Sí, pero…

—Tú eres rico por herencia y por negocios turbios; él, por cumplir un sueño. ¿Está mal que un muchacho quiera lograrlo?

Se quedó pensativo. Yo avancé y me hundí en el agua caliente. Una corriente me recorrió el cuerpo: era como si el calor de la bañera se mezclara con el de su presencia.

—No es malo cumplir los sueños —dijo por fin.

Sonreí.

Lo encontré observándome con esos ojos que parecían vacíos, pero que me taladraban igual. ¿Qué alcanzaba a ver? ¿Oscuridad? ¿Sombras? ¿Un reflejo distorsionado de mí?

—¿Tú tienes algún sueño? —le pregunté, mientras jugueteaba con el agua.

El vapor se volvía denso, casi embriagador.

—Quiero ser feliz. Eso deseo con todo mi ser.

—Eso está muy bien. ¿Y algo que quieras justo ahora?

—Recuperar la vista —susurró, con un temblor en la voz—. ¡Lo deseo tanto!

Me enterneció.

—Yo también lo deseo para ti.

—Me gustaría poder mirarte. Ahora solo puedo imaginar cómo eres… pero siento que eres un muchacho muy bello.

Sus palabras me atravesaron. Me sonrojé como nunca. ¿De verdad quería ver solo para mirarme?

—No te andes imaginando cosas.

—¡Tú eres bonito! Incluso le pedí a Iker que me hablara de ti.

Me ardieron las mejillas.

—No me considero hermoso, pero me gusta sonreír. Quizá mi sonrisa es lo único bonito que tengo.

—No concuerdo. Yo ya te he visto.

¿Me había visto? ¿Cómo?

—¿Cuándo? Si no puedes…

—Con el pensamiento. Aunque lo que percibo es borroso, inevitablemente te imagino. Y siento que todo en ti es perfecto. Has sido demasiado bueno conmigo, a pesar de que soy un dolor de cabeza.

—No eres un dolor de cabeza. Al menos, no para mí.

Sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible.

—Eso me hace sentir bien.

El agua jugaba con mis dedos.

—¿Por qué te operaste los ojos? —no aguanté la curiosidad.

—Quería dejar los lentes.

—Pero los lentes se ven bien. Dan un aire intelectual.

Rió suavemente.

—No en mi caso. Tenía una graduación enorme, eran de fondo de botella. Ya estaba cansado de cargar con eso.

Lo imaginé con esos lentes gruesos. Tal vez lo hacían ver vulnerable.

—Espero que pronto puedas ver —dije casi en un susurro.

—Acércate… quiero masajearte los hombros.

Lo miré, sorprendido.

—No hace falta.

—¿Tienes miedo de no ponerte límites conmigo?

—No, pero… yo debería cuidarte, no al revés.

Su sonrisa fue tan suave como peligrosa.

—¿Está mal que quiera consentirte un poco? Has sido demasiado bueno conmigo.

—Para eso me mandaron —respondí, aunque mi voz tembló.

Sus labios esbozaron una media sonrisa.

—Acércate. Toma mis manos y ponlas en tus hombros. No voy a hacerte nada malo.

Jamás pensé que Nicolás quisiera dañarme, pero su amabilidad tan repentina me desarmaba. Me acerqué, y cuando sus manos tocaron mis hombros húmedos, un cosquilleo eléctrico me atravesó.

Sus dedos comenzaron a moverse en círculos. El calor de su piel, mezclado con el vapor y la música, me puso la piel de gallina. La canción terminó y el silencio fue ocupado por otra melodía, pero la tensión ya no necesitaba banda sonora.

—Tu piel es suave —murmuró.

—La tuya también —respondí casi sin aire.

Su mirada fija, aunque borrosa, se sentía como si penetrara en mí.

—¿Cuál es uno de tus sueños? —preguntó.

Solté un suspiro.

—Ser sastre… o pintor.

—Suena hermoso. ¿Seguirás estudiando?

—No lo sé. Mi papá no está de acuerdo.

—¿Por qué?

—Ya sabes… dinero, y porque también quiere que me case pronto.

—¿De verdad te presiona con eso?

Asentí.

—Es la costumbre en el pueblo. Muchos ya tienen hijos, otros se juntaron y algunos ya son infieles. A veces siento que mi papá solo quiere deshacerse de mí, como si fuera una carga.

Él parecía meditar mis palabras. Sus dedos recorrieron lentamente mi cuello, provocándome un estremecimiento.

—Si puedo ayudarte en algo, cuenta conmigo.

Su voz fue tan firme que me caló hondo.

—¡Gracias!

Pero por dentro me preguntaba: ¿cómo podría ayudarme Nicolás?