Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
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Sanando de a pocos
Ámbar me hizo pasar de nuevo a la casa. Al entrar, se encargó de colocar mantas sobre el suelo, formando un pequeño nido donde pude acostarme. Ella se sentó a mi lado, acariciándome con calma, asegurándose de que estuviera bien. De su bolso sacó un pequeño taper. Al abrirlo, vi bollos con miel. No era mi comida favorita, no en mi forma de oso, pero tenía hambre, y en ese momento, eso fue lo que mi cuerpo aceptó. Ella me los ofreció con una ternura que me quebraba. Comí lentamente, agradecido por su atención, aunque mi corazón seguía pesado por todo lo sucedido.
Después de un rato, Ámbar mandó un mensaje a alguien, probablemente a Dean o a Volkon. No lo supe, pero cuando volvió, me abrazó, intentando darme algo de consuelo. Su cercanía era lo único que me mantenía conectado a la realidad, a algo que se sentía humano y cálido.
Poco después, Dean llegó con el rostro preocupado, observándome con desconfianza.
—No es Derek —dijo, oliendo el aire—. No huele igual.
Ámbar lo miró con firmeza.
—Es mi compañero —respondió, su voz firme, sin titubeos.
Dean intentó razonar con ella, pero ella, sin soltarme, le tendió la mano. Él, resignado, le pasó un cooler. Ámbar lo abrió con cuidado, y de allí sacó un pez. Me lo dio.
Poco después, Barret, Volkon y una mujer mayor llegaron a la cabaña. La mujer debía ser la tejedora. Ella se acercó con calma, pero antes de que pudiera tocarme, Ámbar la detuvo.
—Es mío —dijo Ámbar, con un tono protector que no dejaba lugar a dudas.
Yo acerqué mi hocico a su cuerpo, calmándola. La tejedora observó por un momento y luego dijo:
—Efectivamente, son compañeros. Su esencia de cambiante está corrompida, pero en unos días, cerca de su compañera, regresará.
Se giró hacia Ámbar.
—Pero para esto, tú, muchacha, debes tener más esencia. Si no, te vas a debilitar demasiado.
Ámbar la miró con desesperación.
—No quiero alimentarme de otros, ahora que él está conmigo.
Brenda, la tejedora, asintió con comprensión, pero también con seriedad.
—Lo sé y entiendo, pero debes hacerlo.
Luego se giró hacia mí.
—Ella deberá alimentarse de sangre fresca, un poco cada día. Si no lo hace, estará en peligro. No puedes atacar a quien la ayudará.
Para que Ámbar se mantuviera fuerte, para que ambos pudiéramos estar juntos, ella tendría que hacerlo. No era algo que quería, pero por ella, lo aceptaba.
El día pasó lentamente. Estábamos juntos, pero había un peso en el aire. La puerta estaba arreglada, y Ámbar pasó la tarde leyendo en voz baja, sin separarse de mi lado. Yo no me movía mucho, apenas escuchaba su voz, intentando recordar la calma de esos momentos.
Cuando la noche llegó, todo parecía volverse más pesado, y ella no se apartó de mí ni un segundo.
A la mañana siguiente, alguien llegó a la cabaña. Reconocí a Volkon y al joven que una vez la alimentó, Steven.
La tensión en la cabaña era palpable. Podía sentir cómo los nervios de Ámbar recorrían cada fibra de su cuerpo. No me gustaba lo que iba a pasar, pero tampoco podía permitir que ella se debilitara por mi culpa. Mi mente luchaba contra sí misma: una parte de mí quería protegerla a toda costa, mientras que la otra sabía que, por difícil que fuera, esto era necesario.
Ámbar se acercó a Volkon y le dijo algo en voz baja que no alcancé a escuchar. Mientras tanto, Steven, sin ningún reparo por estar frente a un oso de mi tamaño, se sentó en el suelo, justo delante de mí. Me miró directo a los ojos, su expresión serena, pero su voz cargada de una sinceridad que me desarmó.
—Me agrada Ámbar, ya lo sabes. Es una chica alegre y trabajadora, pero estos meses ha estado viviendo sin razón, Derek. No quiere comer, no quiere dormir, y lo único que hace es buscarte. No sé qué te hicieron, hermano, pero algo muy malo te pasó.
Sus palabras me golpearon como un mazo. No había pensado en cuánto habría sufrido Ámbar en mi ausencia, cuánto habría sacrificado por mí.
Steven continuó, su tono más suave:
—Los he visto a ustedes andar por el pueblo juntos. Tú y ella… son diferentes cuando están uno al lado del otro. Y, sinceramente, deseo verlos de nuevo así.
Lo escuchaba atento, y aunque sabía que no tenía malas intenciones, un sentimiento de celos protectores se retorcía dentro de mí. Ámbar era mía, y la idea de que alguien más se preocupara tanto por ella, aunque fuera bienintencionada, me incomodaba profundamente. Pero Steven siguió hablando, ajeno a mis pensamientos.
—Hace más de un mes, a pedido de Volkon, cambié mis rutinas y alimentación. He estado comiendo más limpio, haciendo ejercicio, e incluso me ha obligado a ver caricaturas para… no sé, purificar mi esencia o algo así. Si eso no funcionaba, te juro que Volkon estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de que Ámbar se alimentara de alguien. Ella estaba al límite.
Ámbar me llamó, interrumpiendo el momento. Su voz estaba cargada de preocupación, y yo respondí acercándome un poco a ella. Steven giró hacia Ámbar con una sonrisa ligera.
—Siéntate junto a él —le dijo, serio pero amable—. Y nada de hipnotizarme ni nada raro, ¿entendido? Sólo muerdes, bebes, y ya está.
Ella puso una cara de resignación que me partió el alma. Steven, sin embargo, rompió el momento con una broma: sacó un pequeño salero de su bolsillo e hizo el ademán de sazonarse a sí mismo.
—Digo, me has hecho comer sano, Volkon, lo menos que puedo hacer es agregarme un poco de sabor, ¿no?
Volkon le lanzó una mirada fulminante, pero Ámbar sonrió débilmente. Su tensión disminuyó, y Steven parecía satisfecho al haber logrado aliviar un poco el ambiente.
Finalmente, Steven ofreció su brazo con calma. Mientras lo hacía, me miró y me dijo:
—Oye, Derek, concurso de miradas.
Y como un tonto, hice exactamente eso. Le sostuve la mirada, observando cada una de sus reacciones, sus gestos, y, sorprendentemente, no encontré nada que me hiciera desconfiar. Poco a poco, entendí que ese era su objetivo: demostrarme que no estaba aprovechándose de la situación, que su intención era genuina. Steven realmente quería ayudarnos. No podía decirle nada, pero le agradecí en silencio, con una mirada que, esperaba, transmitiera lo que no podía poner en palabras.
Cuando Ámbar terminó y, con los ojos todavía llorosos, se recostó a mi lado, la miré en silencio. Todo mi ser gritaba amor por ella. Al levantar la vista, vi que Steven y Volkon ya estaban en la puerta, listos para irse, sin decir una sola palabra más.
Dos días más pasaron, y aunque seguía sin poder regresar a mi forma humana, algo en mí había cambiado. Me sentía más ligero, menos atrapado en esa niebla oscura que había envuelto mi mente y mi espíritu durante meses. Mi esencia, aunque aún contaminada, comenzaba a purificarse. Era como si poco a poco estuviera recuperándome, regresando a ser yo mismo.
Ámbar continuó alimentándose de la esencia de Steven durante esos días. Siempre lo hacía con una mezcla de resignación y determinación, y él, en un esfuerzo evidente por aligerar la carga emocional, traía algún comentario o broma para romper la tensión. Sin embargo, apenas hablaban más de lo necesario. Steven, en cambio, me hablaba de cualquier cosa: de cómo el equipo de fútbol local había vencido en un partido reciente, de historias tontas del pueblo o incluso de cosas que Volkon hacía para molestarlo. Era su forma de mostrar que no había nada oculto en sus intenciones.
Mi aroma también comenzaba a cambiar. Según Claire y Dana, quienes habían venido a verme, algo en mi esencia aún "picaba", un rastro de la corrupción que había sufrido, pero ya no era irreconocible. Volver a ver a Claire después de tanto tiempo me recordó lo lejos que me había sentido de todos. Aunque me reconfortaba tenerlos cerca, lo único que realmente me importaba era Ámbar.