En un mundo donde zombis, monstruos y poderes sobrenaturales son el pan de cada día... Martina... o Sasha como se llamaba en su anterior vida es enviada a un mundo Apocaliptico para sobrevivir...
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capítulo 23
El aire en el laboratorio parecía haberse vuelto más pesado después de aquel pensamiento. Martina no lo dijo en voz alta, pero el brillo apagado en sus ojos la delataba. La imagen de su madre, cálida y científica, comenzaba a difuminarse con una posibilidad aterradora: ¿y si ella era parte de los experimentos?
Diego no tardó en notar su expresión.
—Martina… —dijo con cautela—. No pienses lo peor aún. Sea lo que sea, no estamos solos. Y tú necesitas respuestas.
Karl, aún cerca del radio, asintió.
—Vamos por ella. Pero si ese “algo” que mencionó está suelto… más nos vale ir preparados.
Martina respiró hondo y se obligó a mirar hacia adelante. No podía flaquear. No ahora.
—Revisemos el ala este. Si lo que dijo el mensaje es cierto, ese es el último lugar donde estuvo. Tal vez dejó una pista. Tal vez… nos está esperando.
Se dirigieron hacia una puerta lateral del laboratorio que daba a un túnel más estrecho. Las luces aquí parpadeaban y el olor era más penetrante, como una mezcla de productos químicos y putrefacción. El grupo avanzó en silencio, cada paso resonando entre las paredes de concreto.
A medida que se acercaban al ala este, un zumbido suave comenzó a emanar de las paredes. Diego se detuvo.
—¿Escuchan eso?
Martina asintió, sujetando más fuerte la linterna. El zumbido no era eléctrico. Era… biológico. Como el sonido de un enjambre.
Al doblar una esquina, se toparon con otra puerta metálica, esta mucho más dañada. Había marcas de garras —o lo que parecían serlo—, y manchas oscuras en el suelo.
—¿Sangre? —susurró Karl.
Diego se agachó, observando con detenimiento.
—Vieja. Muy vieja. Pero definitivamente sangre.
Rebeca miró la puerta y luego a Martina.
—¿Estás segura de esto?
Martina no respondió. Se limitó a acercarse al panel de apertura. Esta vez, el código improvisado no funcionó.
—Déjame —dijo Diego, ya sacando un destornillador del cinturón—. Puedo forzar esto.
Martina se apartó. Mientras él trabajaba, la tensión crecía. Detrás de esa puerta podía estar su madre… o el monstruo del que hablaba.
Finalmente, con un crujido y una chispa, la puerta se abrió unos centímetros. Bastó para que el olor los golpeara de lleno: descomposición y humedad, pero también algo más… como ozono y carne quemada.
Martina alzó su linterna y empujó la puerta.
La sala era una mezcla de laboratorio y celda. Había camillas sujetas al suelo, jaulas metálicas destruidas, documentos esparcidos por todas partes. Y en el centro, colgando de una estructura de soporte, estaba un cuerpo.
Rebeca soltó un grito ahogado.
—¡Dios mío!
Martina se acercó despacio. El cuerpo estaba suspendido por cables y tubos. Era humano, o lo había sido. La piel estaba cenicienta, estirada. Los ojos aún abiertos. En el pecho, una placa metálica con una inscripción: “Sujeto C-01”.
—No puede ser… —susurró Diego, horrorizado—. Lo… lo fusionaron con la tecnología.
Karl se apartó, pálido. Rebeca no podía dejar de mirar, con una mezcla de horror y fascinación.
Martina no lloró. No tembló. Solo avanzó hasta una terminal aún encendida y deslizó los dedos por el teclado.
Un archivo apareció.
“Proyecto C. Sujeto C-01. Estado: inestable. Reacción al gen omega: negativa. Resultado: mutación descontrolada. Recomendada terminación.”
Martina bajó la vista. En la esquina del informe había una firma: Dra. Helena Ruiz.
Su madre.
—No… —susurró.
Rebeca se acercó lentamente.
—Martina… esto no significa que ella—
—Sí, sí significa. Ella estuvo aquí. No ayudando a los sobrevivientes. No curando. Ella… ella estaba experimentando.
Un sonido metálico las interrumpió. Al fondo de la sala, algo se movió.
—¡Luces, ya! —gritó Karl.
Las linternas giraron hacia la fuente del sonido.
Una figura se arrastraba desde la oscuridad. Tenía forma humana, pero su piel brillaba de forma antinatural. Sus ojos reflejaban la luz con intensidad felina. Sus brazos eran demasiado largos. Su respiración, agitada.
—¡Atrás! —gritó Diego, sacando un tubo metálico como arma.
Martina retrocedió, pero no huyó. Observó a la criatura… y entonces, la reconoció.
—¡Padre! —exclamó.
La criatura se detuvo. Sus ojos se abrieron un poco más. Su pecho subía y bajaba con dificultad.
—Ma…rti…na…
La voz era casi humana.
Martina cayó de rodillas.
—¿Qué te hicieron…?
La criatura dio un paso hacia ella, pero Karl y Rebeca se interpusieron. Diego tenía el arma en alto.
—¡No dispares! —gritó Martina—. ¡Es Mi padre!— a pesar de que ella no era la verdadera Martina sus sentimientos y emociones hacia los personajes de la novela seguían intactos. Ella amaba a Mike como si en verdad fuera su hermano al igual que a sus padres...
La criatura se estremeció. Luego se dejó caer al suelo, respirando con dificultad.
Martina se arrojó hacia él, ignorando el peligro.
—Te tengo. Ya estoy aquí.
Detrás de ella, Diego observaba los monitores de signos vitales que ahora mostraban inestabilidad. Algo más se movía en las sombras del ala este.
Y muy lejos, en una terminal olvidada, se activó otro mensaje automático:
“Alerta: Protocolo de contención fallido. Sujeto D liberado. Código rojo.”
—Martina —dijo Karl—. No hemos terminado.
Martina alzó la vista, con lágrimas en los ojos y el cuerpo de su padre temblando en sus brazos...
Prácticamente en susurros dijo.
— Mátala... ella ya no es tu madre.
—Entonces no nos iremos. No hasta que esto se acabe.
Y el infierno apenas comenzaba.