🔞⚠️ ADVERTENCIA: ES UNA HISTORIA CON CAPITULOS SENSIBLES ⚠️ PARA +18
Edward Safra lo tenía todo: belleza, dinero, poder y un escándalo familiar que casi lo destruye. Ahora dirige su propia empresa y jura no repetir los errores de su padre. Hasta que dos mujeres llegan para ponerlo de rodillas.
Estrella Portugal, sofisticada y prohibida, le enseña lo que es el deseo sin límites. Marcela Molina, audaz y curiosa, lo despierta con una dulzura peligrosa.
Entre encuentros secretos, miradas que queman y una tensión que no da tregua, deberá decidir si ¿someterse a la pasión que lo consume o dejarse llevar por la que podría destruirlo o reconstruirlo?
Una novela cargada de sensualidad, secretos, traiciones y encuentros que nadie debería confesar.
NovelToon tiene autorización de R Torres para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
22. Un desconocido que despierta algo dentro
Marcela solo sonrió, Edward no insistió en preguntar; y siguieron con el trayecto a la clínica, que fue bastante tranquilo; y el cielo estaba tan azul como los ojos de Edward, no hablaron mucho después de la incómoda pregunta y por ese momento, ambos parecían disfrutar del tiempo, en que no tenían que encajar en ningún molde.
Cuando llegaron, Edward se estacionó con gran precisión, como si no tuviera que estudiar el espacio; Marcela se apresuró a abrir la puerta para salir, pero al hacerlo, su cartera, pequeña, que por estar apresurada no había cerrado bien, cayó al suelo del auto.
- "¡Ay, torpe!", exclamó Marcela, agachándose rápido.
Algunos papeles se deslizaron, un bálsamo labial rodó hacia el freno de mano, y entre ellos, una pequeña caja blanca con letras azules.
Edward la vio antes de que ella pudiera esconderla; se trataba de Nadolol 40 mg.; la expresión de Edward cambio por un momento, y aunque no dijo nada, Marcela lo notó.
Ella no pudo ocultar el temblor en la mano, cuando recogió la caja, tampoco dijo nada, la guardó rápidamente, y sonrió como si nada hubiese pasado.
- "Gracias por traerme, jefe", dijo Marcela, saliendo del auto. "Prometo no chocar contigo mañana".
Edward la siguió con la mirada, bajó más lento, era una sensación extraña, la que le recorrió el cuerpo; cerró la puerta, y los pasos que daba tras ella no sonaban igual, eran más lentos y pesados.
Él era neurocirujano; así que no necesitaba revisar el prospecto, sabía exactamente qué era Nadolol. Un betabloqueador para arritmias, no se lo recetan a cualquiera, tampoco lo llevas por si acaso.
- "Marcela", dijo Edward de pronto, antes de entrar a la clínica, "¿estás bien?", preguntó con sincera preocupación.
Ella se giró, dudó apenas un instante, el rostro compuesto, la sonrisa de siempre; la fortaleza de su alma era inquebrantable, su libertad era su esencia y su lucha, y era algo que no negociaría, ni siquiera con la muerte.
- "Más que bien", respondió Marcela. "Solo algo torpe con los cierres de mi cartera", e ingresó.
Edward se quedó allí un momento, sintiéndose médico y hombre a la vez, sospechando de lo que realmente pasaba, intuyendo que algo en Marcela no cuadraba del todo; y aunque tal vez no tenía derecho a preguntar, un miedo cubrió su corazón.
Edward no se había dado cuenta que se había acostumbrado a su ternura y a su naturalidad, que le dolía que algo malo le pudiera pasar; y el recuerdo de su primer amor regresó de repente, a quien no pudo proteger, lloró su muerte y nunca volvió a ser el mismo, su corazón no se atrevió a sentir nuevamente la intensidad de un amor que no se queda en lo físico, sino que atraviesa las almas y las conecta.
Edward tenía que programar dos operaciones y estudiar los casos, así que no pudo, regresar con Marcela, pero no fue inevitable que repasara en su mente, cada gesto, cada acción, de ella desde que la conoció, como si con eso pudiera descubrir la verdad.
Para Marcela, había sido rutinario, no quiso pensar en lo que haya visto Edward, solo quiso trabajar para no pensar, hasta que Marcela lo vio entrar.
Era un hombre alto, delgado, con el cabello algo despeinado pero perfectamente caótico, como si hubiera ensayado el descuido, vestido de manera informal y una sonrisa encantadora. Se acercó al mostrador con una seguridad que no se veía todos los días en la clínica.
- Vengo por una consulta con la licenciada Marcela Molina", dijo, como quien pide un café con nombre y apellido.
Marcela se asomó al oír su nombre. No lo reconocía, pero él la miró como si sí.
- "Yo soy Marcela. ¿Tenías una cita?", preguntó Marcela, buscando su nombre en la agenda.
Andrew la quedó mirando, era mucho más linda en persona; no es la mujer más hermosa del mundo, pero su mirada parece traspasar su ser, suaviza aún más su mirada y tiene miedo de que pueda sospechar.
- "No exactamente, me anoté esta mañana. Vi tus videos hace un tiempo. Me ayudaron cuando pasé por una quemadura. Pensé que era momento de agradecerte en persona", dijo él, extendiendo la mano, "Diego Alayo", agregó con la sonrisa estudiada de un galán de televisión.
Ella sonrió con cortesía. Estaba acostumbrada a que algunos pacientes llegaran por recomendación, pero no por admiración.
-:"Bueno, pasemos. A ver si puedo hacerte sentir menos fan y más paciente", bromeó Marcela.
Lo hizo pasar al consultorio, mientras abría su historial, Diego se acomodó con naturalidad, como si el sillón ya lo conociera.
- "No tienes idea de lo difícil que fue encontrarte. Tu canal está en crecimiento, pero aún se siente como un secreto bien guardado", afirmó Andrew
Marcela sonrió, pero algo en su tono era demasiado preciso.
- "¿Y qué te trae exactamente por aquí? ¿Control general?", cuestionó Marcela.
- "Podría inventar un motivo, pero sería deshonesto, dijo Andrew con estudiada franqueza seductora. "Solo quería verte en persona".
Ella parpadeó, incómoda pero sin mostrarlo.
- "Eso suena un poco inquietante viniendo de un desconocido", dijo Marcela.
- "No pretendo asustarte. Pero a veces uno siente que conoce a alguien solo por lo que transmite. Tu forma de hablar, de mirar a cámara, es muy auténtica", manifestó Andrew.
Marcela anotó algo, por hacer algo.
- "Te agradezco el cumplido, pero en este espacio yo soy profesional, y tú un paciente. Si de verdad te interesa mejorar algún aspecto de tu alimentación o salud metabólica, puedo ayudarte. Si no, te recomiendo otro canal más divertido", dijo Marcela sin sonreír.
Andrew no se molestó, sonrió con más calma, como si conociera perfectamente lo que debe decir, después de todo entre video y video, Marcela había descrito a su pareja perfecta.
- "Tienes carácter, eso se nota aún más en persona, una personalidad fuerte siempre es agradable", comentó Andrew.
La consulta no duró mucho. Él no tenía sobrepeso, ni problemas digestivos, ni requería planes específicos, solo quería estar allí. Al salir, le dejó una tarjeta.
- "Por si alguna vez necesitas un productor audiovisual o un café", dijo Andrew con un guiño.
Marcela cerró la puerta con un suspiro, luego rompió la tarjeta sin pensarlo dos veces.
Horas después, cuando Edward pasó a dejar un informe a su oficina, la encontró algo pensativa.
- "¿Todo bien?", preguntó Edward, quería que ella le comentara algo de la mañana.
- "Sí, solo tuve una consulta algo extraña", respondió Marcela.
- "¿Paciente difícil?", consultó él.
- "No, un paciente demasiado encantador", dijo ella, casi como una broma, pero no tanto; "y además guapo", añadió pensando para si, que pese a eso sentía algo extraño.
Edward se tensó ligeramente, no dijo nada al principio, pero cruzó los brazos de manera automática, una postura que adoptaba cuando algo no le gustaba, aunque ni él mismo supiera por qué.
- "¿Algo pasó?", preguntó con un tono más frío.
- "No, nada grave. Solo que vino alguien diciendo que veía mis videos y que quería conocerme en persona, me dejó esa sensación en el estómago que no siempre viene por comida", dijo ella, tocándose el vientre con humor.
Edward no rió, solo la miró con los ojos entrecerrados; ella era demasiado perfecta para andar con cualquiera, dijo en su pensamiento, como si de repente alguien estuviera queriendo quitarle algo que no sabía que le importaba.
- "¿Te dio su nombre?", preguntó Edward.
- "Diego Alayo. ¿Te suena?", contestó Marcela.
Edward negó con la cabeza, y no le gustaba la mirada algo ilusionada de Marcela, cuando hablaba de un tipo que apenas y conocía.
- "Si vuelve, me avisas", dijo él, intentó no sonar preocupado, pero hubo un quiebre, un segundo, en que parecía más cercano de lo habitual.
Marcela levantó una ceja.
- "¿Por qué? ¿Vas a marcarle territorio?", consultó Marcela de manera graciosa.
Edward no respondió, pero cuando salió del consultorio, empujó la puerta con más fuerza de la necesaria. Afuera, en el pasillo, se detuvo un instante, mordiéndose el interior de la mejilla. El joven neurocirujano no entendía qué era peor: que Diego quisiera conquistarla o que a ella no pareciera molestarle.
Su impulso juvenil lo impulsó a llevar a Estrella a una encrucijada, y cuándo ella decidió entrar en esa incertidumbre, él resulta que ahora ya no..
Me encanta ese poderío
Que excelente trabajo 👍🏻
Que verdades tan cargadas de realismo y sinceridad les fueron dadas a Edward, quizás para contextualizar la relación