Cristóbal Devereaux, un billonario arrogante. Qué está a punto de casarse.
Imagínatelo. De porte impecable, a sus 35 años, está acostumbrado a tener el control de cualquier situación. Rodeado de lujos en cada aspecto de su vida.
Pero los acontecimientos que está a punto de vivir, lo harán dar un giro de 180 grados en su vida. Volviéndose un hombre más arrogante, solitario de corazón frío. Olvidándose de su vida social, durante varios años.
Pero la vida le tiene preparado varios acontecimientos, donde tendrá que aprender a distinguir el verdadero amor. Y darse la oportunidad de amar libremente.
Acompañame en está nueva obra esperando sea de su agrado.
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Discusiones
Por un momento pensé que Cristóbal se había retirado del balcón, Después de varios minutos lo veo que viene caminando hacia mí, se acerca lo suficiente, para que pudiera yo sentir su presencia tan dominante.
-- Eres mi esposa. Y en este mundo, eso significa que todo lo que hagas, todo lo que digas, afecta mi reputación. Así que más vale que te acostumbres a esta vida. --
Lucía Lo miró con desafío.
-- Y si me niego.. --
Cristóbal inclinó la cabeza como si realmente considerara la pregunta.
-- Entonces las cosas se podrán mucho más difíciles, para ti. --
El silencio entre ellos era una batalla no verbal. Finalmente, Cristóbal le dio el último sorbo de su whisky y se alejó. Ella se quedó allí viendo cómo se marchaba sintiendo que estaba atrapada en un juego que aún no comprendía del todo, pero una cosa era segura. No iba a dejar que Cristóbal Devereaux la rompiera en pedazos.
En los próximos días la recuperación de Lucía, implicó terapias intensivas y el apoyo constante de su madre era primordial, para ella. Su despertar no solo fue un milagro médico, sino también un testimonio de la resiliencia humana y la importancia del amor y la perseverancia en momentos difíciles, que solo su madre la acompañaba en sus terapias y de vez en cuando Henry estaba ahí, para apoyarla.
Lucía sabía que el camino no era fácil había dolor y frustración momentos en que sentía que su cuerpo se rendía cada vez más, pero cada proceso era aún más difícil, que todo. Se trataba de un acto de resistencia y lo haría. Porque la mujer nueva que estaban naciendo entre el dolor y la voluntad, para volver a caminar. No eran solo una metafísica era la forma de recuperar su historia, su dignidad y su voz. Y no habría Cristóbal, ni cirugía ni apellido que pudiera arrebatársela otra vez.
Pasaron un par de meses, y la madre de Lucía decidió abandonar la residencia de Cristóbal. No quería seguir bajo las órdenes de aquel hombre que más bien le parecía un tirano. Llegaba de visita de vez en. Cuando. Cuando Henry se encargaba de ir a buscarla por orden de Lucía, y antes de que Cristóbal llegara María se había marchado.
En todo ese tiempo, Lucía se había esforzado mucho más en sus terapias. Se había enterado de que Cristóbal había sido el que la había atropellado. Así que se había propuesto que no se daría por vencida.
Ya podía dar sus primeros pasos ayudada por una andadera. El sonido de sus primeros pasos sobre el mármol del vestíbulo resonó como un pequeño eco. De Victoria en aquella mansión silenciosa. Eran sus piernas, sus pasos, su decisión había tardado meses. Con días en que el dolor la dejaba al borde del desmayo, y las noches en que deseaba que el coma la hubiese retenido, para siempre. Pero estaba allí. En la casa de quién la había atropellado, y casada con él.
Cristóbal Devereaux, frío como el hielo y tan elegante como un juez de La nobleza, la observaba desde lo alto de la escalera. Su mirada era intensa, analítica, como si cada movimiento de Lucía fuera un acertijo que necesitara descifrar. Pero ella no le temía ya. No. Después de tanto tiempo venciendo sus miedos más profundos.
-- Estás caminando. --
Dijo él, con voz neutra, Como así anunciara el clima.
-- Sí. --
Respondió Lucía sin detenerse.
-- Y también estoy hablando, en caso de que lo hayas olvidado, soy más que un cuerpo accidentado. --
Cristóbal bajó lentamente los escalones. Lucía, aunque no lo admitiera, sentía un pequeño estremecimiento en el pecho al verlo. No porque lo amará, sino porque era imposible no reaccionar ante alguien que había controlado tanto su vida como si destino.
-- No olvido nada. Solo pensaba si deberías de estar aquí. Esta casa no es una clínica. --
-- No necesito una clínica. Necesito vivir. --
Respondió Lucía con frialdad.
Los siguientes días fueron una guerra de silencios intensos, miradas que rozaban el filo de la ira, y las palabras arrojadas como cuchillos. Lucía quería recuperar su lugar en el mundo, pero Cristóbal parecía decidido a recordarle día con día que ese mundo estaba construido por él.
-- ¿Por qué sigues aquí? --
Le dijo Cristóbal una mañana mientras tomaban café en extremos opuestos de una larga mesa de roble, Lucía le respondió molesta.
-- Porque esta también es mi casa. ¿O solo puedo estar aquí si me arrastro en una silla de ruedas? --
-- Lo digo porque cuando yo bajé a tomar mi desayuno. No quiero que estés presente en la mesa. --
Lucía Lo miró fijamente Y en sus ojos por primera vez se reflejó el odio en ella.
-- Usted lo decidió así, el día que usted se casó conmigo sin pedir mi permiso. No lo olvidé. --
-- Era lo correcto que debía hacer. --
-- ¿Lo correcto, si día con día me recuerda que usted paga mi rehabilitación? ¿O cuándo hace que me escolten varios médicos que no pedí? --
-- Estoy haciendo lo que yo considero correcto. --
-- No Cristóbal. Estás haciendo lo que te hace sentir menos culpable. --
Las discusiones no cesaban. Cada día era una lucha. Sobre horarios, sobre independencia. Sobre qué podía o no podía hacer. Lucía quería cocinar sola; él exigía un chef. Lucía deseaba salir al parque; él insistía en que no tenía condiciones pues tenía que usar la andadera.
Una noche, después de una fuerte discusión por haber salido sin seguridad, Lucía lo enfrentó en la biblioteca.
-- Estoy harta de vivir como una prisionera con un mayordomo detrás de mí. ¡No soy tu responsabilidad, Cristóbal! --
-- Pero lo eres. --
Espetó él, cruzando los brazos.
-- Te casaste conmigo. Si no fuera por mí, tu madre te hubiera dejado morir en un hospital de quinta. ¿Por si no lo recuerdas? --
-- Te casaste conmigo mientras yo estaba en coma. No tuve elección. No me hiciste un favor, me quitaste el derecho a decidir. --
Cristóbal camino hacia ella con pasos lentos, como un depredador que se aproxima a una criatura herida.
-- ¿Crees que quería esto? ¿Casarme con una desconocida cargada con este peso? --
-- ¡Entonces anúlalo! --
Gritó Lucía.
-- Divorciarte, libérame, haz lo que quieres. --
-- No puedo. -- Dijo Cristóbal en voz baja. Lucía frunció. El ceño.
-- ¿Por qué no? --
-- Por qué mi madre jamás permitirá que nos divorciemos. --
-- Y tú qué es lo que quieres Cristóbal. --
Preguntó Lucía con lágrimas contenidas, pero él no respondió.