Jamás imaginé que la pantalla de mi móvil pudiera cambiar mi vida y mucho menos destruirla.
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La decisión equivocada
Habían pasado dos días desde aquella conversación con mi mamá, mi abuela y Mariana. Desde entonces, todo en casa se había vuelto un silencio incómodo. Nadie tocaba el tema frente a Mariana. Pero con mi mamá y mi abuela era distinto.
A cada rato escuchaba frases como:
"Lo importante es que estés viva."
"Un bebé es una bendición."
"Te vas a sentir completa."
"Debes agradecer a Elías por hacer el favor de quererte embarazar"
Y aunque una parte de mí gritaba por dentro, la otra estaba cansada. Cansada de pelear, de justificarme, de intentar que entendieran algo que no querían escuchar. Porque siempre ellos tenían razón y todos daban esa única solución.
Así que tomé la decisión.
No porque fuera lo que quería.
Sino porque ya no tenía fuerzas para decir que no.
Esa mañana, cuando mi mamá entró a mi cuarto con un plato de fruta y la medicina, le dije.
—Voy a hacerlo.
Ella dejó el plato sobre la mesa y se quedó mirándome.
—¿Hablas en serio?
Asentí, tragando saliva.
—Voy a tener al bebé. Es la única salida que tengo para evitar la cirugía de mi cabeza.
Mi mamá suspiró, se sentó a mi lado y me abrazó fuerte.
—Te prometo que no te vas a arrepentir, hija. Es lo mejor. Vas a ver que Dios te va a recompensar. Ya que mi nieto te va a salvar la vida y gracias a él vivirás.
Esa misma tarde mi abuela entró con los ojos llorosos, me acarició el cabello y dijo:
—Mi niña… qué valiente eres. Eres fuerte, como tu madre y como yo. Tenías que ser de nuestra familia.
No dije nada. Solo asentí.
Mariana no me dirigió la palabra en todo el día. Ella estaba enojada por la decisión que tome porque ella sabía que yo no lo quiero hacer.
Su silencio pesaba, pero yo me obligué a ignorarlo.
Ya por la noche, recibí un mensaje de María.
"Hija, gracias por entender. Elías está feliz. Te vamos a apoyar en todo. ¿Cuándo puedes sacar tu pasaporte?"
Me quedé mirando la pantalla.
Pasaporte.
Nunca había hecho uno. Ni sabía cómo empezar.
"No sé cómo se hace." —le contesté.
No tardó en responder.
"No te preocupes. Yo te mando dinero mañana. Para eso estamos. Así compras tu cita y tus papeles. Elías ya empezó a ver fechas para cuando vengas, aquí serás bien recibida y te esperamos con mucha ilusión."
Sentí el pecho oprimido.
Recordé que los pocos ahorros que tenía se habían ido en medicamentos, sueros, exámenes. Ahora ya no tenía ni para pagar la cita del pasaporte.
Pero ahí estaba María.
Siempre lista para controlar la situación.
Al día siguiente, a primera hora, me llegó un depósito.
"Te mandé el dinero por transferencia. No te preocupes por nada. Solo tienes que ir a sacar la cita. Dile a la secretaria de la oficina que te ayude a tramitarlo."
Le mostré el mensaje a mi mamá y ella sonrió.
—Te lo dije, corazón. Ellos van a estar para ti. Esto es lo mejor. Tú suegra te quiere como a una hija más.
Esa tarde salimos al centro. Preguntamos en la oficina de pasaportes y me explicaron que debía sacar una cita por internet, llevar acta de nacimiento, identificación, CURP, comprobante de domicilio y hacer el pago en banco.
Me sentía perdida.
Pero la secretaria de la oficina se encargó de todo. Me llevó a imprimir papeles, a sacar copias y a pagar la ficha en ventanilla.
No hablamos mucho. Solo lo necesario.
Yo caminaba con el estómago revuelto.
Porque aunque todo parecía avanzar, en el fondo, cada paso me alejaba un poco más de quien había sido.
Y de Mariana.
Esa noche, ya en casa, Mariana entró a mi cuarto sin avisar. Se quedó parada en la puerta.
—¿Ya decidiste? —preguntó en voz baja.
Asentí.
—Voy a tenerlo.Le daré un hijo a Elías, es mi única salida menos peligrosa.
Mariana apretó los labios, los ojos brillosos.
—¿De verdad… es lo que quieres? ¿O solo lo que ellos quieren? Toma enserio la solución porque en el futuro te puedes arrepentir y no hay vuelta atrás.
No pude responderle.
Porque en el fondo, sabía la respuesta.
Ella se me quedó viendo unos segundos más y luego solo susurró:
—Me duele verte así.
Se fue sin decir nada más.
Me quedé mirando el techo.
Afuera, los mensajes de María y Elías seguían llegando.
"Te amo, mi Isabelita."
"No sabes lo feliz que me hace esto."
"Ya estamos más cerca de nuestra familia."
"Sólo falta que viajes y estés aquí"
"En el futuro sólo seremos nuestra familia y nosotros 2 criando con amor"
Pero por dentro, yo sólo me sentía vacío.
Porque estaba decidiendo lo más importante de mi vida… no desde el amor. Aún no sabía si quiero casarme con él o no.
Sino desde el miedo.
Desde la soledad.
Desde la culpa.
Desde el miedo a quedarme sola
Y aunque todos decían que era lo mejor… ninguna de esas voces se parecía a la mía.