Camilo Quintero es un hombre arrogante, que no tiene reparos en hacer sentir mal a los demás. No cree en el amor y se niega rotundamente a casarse. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando su abuelo lo destituye del cargo de CEO, le quita todas las tarjetas de crédito, su dinero y le da un año para que consiga un trabajo digno y cambie su forma de ser.
En medio de su nueva realidad, Camilo conoce a Lucía Fernández, una joven humilde, sencilla y amorosa, todo lo contrario a él. Por circunstancias del destino, terminan conviviendo juntos y, poco a poco, se enamoran. Sin embargo, la familia de Lucía no lo acepta, convencida de que su hija merece a alguien mejor y no a un “bueno para nada” como Camilo.
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CAPITULO 15
Camilo fue el primero en abrir los ojos en la mañana. La luz que se colaba por las cortinas de la habitación apenas iluminaba los contornos del rostro de Lucía, quien dormía plácidamente entre sus brazos. Una sonrisa suave, sincera y cargada de ternura se dibujó en los labios de él al observarla. Acarició con la yema de sus dedos uno de los cabellos rebeldes que caían sobre la frente de ella y, por un instante, contuvo el aliento para no besarla. Camilo no podía creer lo que estaba viviendo en ese momento.
Él, un hombre arrogante, malhumorado, orgulloso hasta el exceso, un tipo que nunca pensó en volver a entregar su corazón a una mujer ... Pero estaba locamente enamorado de Lucia. Y no de cualquier mujer. Lucía era diferente a él su polo opuesto , muy sencilla, dulce, humilde, con un corazón tan grande que a veces él mismo dudaba de merecer su amor . Su sonrisa tenía el poder de calmar cualquier tormenta, incluso las que vivían dentro de él. Con ella, no necesitaba máscaras, ni muros, ni pretextos. Solo bastaba su voz para hacerlo sentir en casa.
—Te amo, Lucía —susurró Camilo, con voz baja y cargada de emoción. Besó con cuidado su mejilla y se deslizó fuera de la cama, con mucho cuidado y procurando no despertarla.
Se dirigió al baño con pasos sigilosos. Se duchó rápido, pero con una paz que hace muchos años no sentía. Mientras el agua recorría su cuerpo, pensaba en los últimos días, en cómo la presencia de Lucía había transformado su vida, su corazón . Terminó de vestirse, se puso una camisa blanca y un pantalón gris claro. Llamó al servicio del hotel para pedir un desayuno especial. Quería sorprenderla, consentirla y hacerla feliz por el resto de su vida.
Mientras organizaba todo en la pequeña mesa del comedor de la habitación, Lucía giró lentamente en la cama. Aún adormilada, extendió su mano hacia el lugar donde debería estar Camilo. Al no sentirlo, abrió los ojos de golpe. Se incorporó con rapidez, pero sus nervios se calmaron en cuanto levantó la vista y lo vio allí, de pie, arreglando con esmero una bandeja de desayuno. El aroma a café, croissant y frutas frescas llenaba el ambiente.
Se levantó despacio, sin dejar de sonreír. Tomó una de sus camisas, se la colocó encima, y caminó hacia él con pasos delicados. Al llegar a su espalda, lo abrazó por la cintura y apoyó la cabeza sobre su espalda, sintiendo su calor.
—Buenos días, mi príncipe azúl —susurró Lucía con dulzura.
Camilo sonrió, cerrando los ojos por un momento, como si ese contacto le diera vida.
—Buenos días, mi princesa —respondió, girando con suavidad para poder verla. Sus ojos brillaban de amor—. Ya está listo el desayuno mi amor. Espero que te guste mi vida.
—Si tú lo preparaste, seguro me encantará —dijo ella, y lo besó en la comisura de los labios.
Desayunaron entre risas, besos furtivos, y pequeños planes para el día. Era su primer viaje juntos y era su luna de miel y el destino elegido París. El amor flotaba en el ambiente como si la ciudad misma conspirara para que se enamoraran más.
—¡Quiero ir primero a la Torre Eiffel! —exclamó Lucía como una niña emocionada, con los ojos brillando y las manos juntas en el pecho.
—Está bien, mi amor. Vamos primero a donde tú quieras —respondió Camilo, mirándola con ternura antes de besarla nuevamente.
Después de prepararse, salieron del hotel tomados de la mano. París los recibió con un cielo ligeramente nublado y un viento suave que movía los cabellos de Lucía con gracia. Camilo, sin pensarlo, colocó un brazo alrededor de ella para protegerla del frío.
—¿Estás bien? —preguntó mientras caminaban por una de las avenidas cercanas al Sena.
—Estoy mejor que nunca —respondió ella apoyando su cabeza en el hombro de él mientras caminaban.
Pasaron por pequeñas cafeterías adornadas con flores, librerías antiguas con escaparates polvorientos, y artistas callejeros que tocaban melodías suaves con el violín. Cada rincón tenía una historia, y Camilo la observaba como si ella fuera parte de ese paisaje que nunca había sabido apreciar.
—¿Sabes? Antes de conocerte, yo no entendía por qué la gente se volvía loca por esta ciudad —dijo Camilo, deteniéndose frente a una panadería que desprendía el aroma del pan recién horneado.
—¿Y ahora? —preguntó Lucía.
—Ahora todo me parece mágico, porque tú estás aquí —respondió él, tomando su rostro entre las manos y besándola con suavidad.
Lucía sonrió y apoyó su frente contra la de él.
—Nunca pensé que fueras tan romántico.
—Tú sacaste eso de mí —admitió Camilo, sonriendo de medio lado.
Continuaron su camino hasta llegar a los pies de la Torre Eiffel. Lucía se quedó inmóvil por un instante, contemplando la estructura con ojos brillantes. Camilo no apartó la vista de ella.
—Es aún más hermosa de lo que imaginaba —susurró Lucía.
—Tú eres más hermosa que cualquier cosa en esta ciudad —dijo Camilo, y ella se sonrojó.
Subieron hasta el segundo piso y desde allí contemplaron París extendiéndose como un lienzo de tejados antiguos, calles iluminadas por las luces y puentes que abrazaban al Sena. Lucía se recostó en el pecho de Camilo mientras él la rodeaba con sus brazos.
—Nunca quiero olvidar este momento —dijo ella.
—Yo tampoco —contestó él, besando su cabello—. Me haces querer quedarme aquí para siempre.
—Tal vez podríamos hacerlo. ¿Te imaginas viviendo aquí conmigo? —preguntó ella, medio en broma, medio en serio.
—Si tú estás junto a mi, París es mi hogar.
Bajaron más tarde para caminar por los Campos Elíseos. Lucía compró una boina roja que Camilo le colocó con cuidado sobre la cabeza.
— Lucia pareces sacada de una película —le dijo.
—Y tú eres el protagonista que me enamora en cada escena —respondió ella, jugando con el cuello de su abrigo.
Se detuvieron en una librería y Camilo le compró un libro de poemas de Paul Gèraldy en francés. Lucía no entendía todo, pero le encantaba cómo sonaban los versos en la voz de Camilo, quien le leía fragmentos mientras caminaban.
—Nunca supe que eras tan bueno con los idiomas —dijo Lucía, impresionada.
—Hay muchas cosas que aún no sabes de mí —murmuró él con un dejo de misterio.
—Quiero descubrirlas todas —dijo ella, tomando la mano de Camilo con más fuerza.
La tarde los encontró sentados en un banco frente al río Sena. Lucía apoyó su cabeza en el hombro de Camilo y él jugaba con los dedos de ella.
—Nunca pensé que podría sentirme así —confesó Camilo—. En paz. Completo. Tú me das eso, Lucía y mucho más .
—Y tú me haces sentir amada. Protegida. Nunca había sentido algo así —respondió ella.
Se besaron con suavidad, como si el tiempo no existiera. Las luces de la ciudad empezaban a encenderse y el cielo se teñía de un tono lavanda. Tomaron un pequeño barco para un paseo nocturno por el Sena, y durante el trayecto, se abrazaron en silencio.
—¿Sabes qué deseo ahora? —preguntó Lucía, apoyando su cabeza en el pecho de él.
—¿Qué cosa, mi amor?
—Que esta noche nunca termine.
Camilo la abrazó más fuerte.
—Mientras estés conmigo, todos los días serán como este.
Esa noche regresaron al hotel, agotados pero felices. Se desvistieron entre besos y caricias suaves, y se metieron bajo las sábanas con el corazón lleno. Camilo la abrazó por la espalda, y antes de cerrar los ojos, susurró al oído de ella.
—Te amo, Lucía. Gracias por hacer de mí un hombre mucho mejor.
Lucía giró para mirarlo a los ojos y acarició su rostro.
—Y yo te amo a ti, Camilo. Gracias por abrir tu corazón, por amarme .
Esa noche, el amor no necesitó más palabras. París los envolvía, pero lo que realmente los iluminaba era la forma en que se miraban, la forma en que se amaban. Porque a veces, el destino decide juntar dos almas opuestas para demostrar que el amor verdadero no entiende de diferencias, sino de sentimientos compartidos.
Y ellos lo estaban viviendo...
Continuara...
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