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Dueños Del Juego

Dueños Del Juego

Status: En proceso
Genre:CEO / Mafia / Oficina / Juego de roles
Popularitas:973
Nilai: 5
nombre de autor: Joe Paz

En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.

NovelToon tiene autorización de Joe Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 21 - La doble camiseta de los Moretti

La ciudad seguía comentando el triunfo contra el Bologna. Dos a uno. El doblete del chico Matías Bianchi había devuelto algo que muchos en Vittoria creían perdido: ilusión. Pero en las oficinas del club, el ruido de la calle apenas rozaba las paredes. Aquí el tiempo seguía corriendo con otras urgencias.

Luca Moretti llegó a las ocho. Al entrar en la sala de juntas se encontró a los directivos ya reunidos: Giancarlo Riva, Paolo De Santis, Lorenzo Bianchi, Angela Ferraro y un par de accionistas. Isabella Marchetti conversaba con ellos, taza de espresso en mano. Al verlo, todos se pusieron de pie.

—presidente —saludó Riva, cordial—. Felicitaciones por el domingo; el gol de Bianchi aún circula por todas las cadenas.

—Gracias, Giancarlo —respondió Luca, devolviendo un gesto de cortesía—. Pasen, por favor.

Mientras tomaban asiento, Isabella deslizó una carpeta hacia él.

—Solo un resumen del área comercial —explicó—. Nada urgente, pero pensé que querrías verlo antes de que se publique.

Luca hojeó las primeras páginas: datos de asistencia, repercusión del debut, notas de sponsors. Alzó la vista.

—Buen trabajo. Se ve que el partido nos hizo bien.

—También nos recordó lo rápido que se mueve todo en primera —añadió Angela—. Hay cadenas pidiendo entrevistas y marcas solicitando reuniones la semana próxima.

Paolo intervino con tono amable:

—Para atender a todos con la misma diligencia necesitarás una mano extra, Luca. Algunos asuntos no pueden esperar a que termines en el vestuario.

Luca sonrió, sabiendo a dónde iban, pero sin mostrarlo.

—¿Alguna sugerencia?

Se hizo un breve silencio cortés. Lorenzo se aclaró la garganta.

—La estructura del club lleva tu sello, y eso lo valoramos —dijo—. Pero la liga, los patrocinios… todos preguntan por una segunda firma que pueda moverse cuando tú no estés. Nada que reste autoridad; solo respaldo.

Riva cerró la carpeta que tenía delante.

—Hemos estado revisando la documentación que exige la Serie A para el cumplimiento de gestión administrativa.

No lo dijeron como reproche, sino como quien recuerda que, en este nivel, los partidos se ganan también en los despachos.

—Han hecho un buen trabajo en la cancha —añadió De Santis—. Y eso genera expectativas. Patrocinadores, prensa, obligaciones nuevas...

—Y cargas que, tarde o temprano, se multiplican —intervino Angela, sin levantar la vista de su tablet.

Luca los escuchó sin interrumpir. Sabía reconocer cuándo una reunión tenía un rumbo predeterminado.

Isabella esperó un instante antes de hablar, midiendo bien sus palabras:

—No se trata solo de fútbol, Luca. Cada victoria levanta un poco más el peso sobre tus hombros. Hoy te buscan para felicitarte. Mañana, para exigir más.

Él esbozó una media sonrisa.

—Parte del juego.

—Parte del juego —repitió Isabella—. Pero hasta los mejores jugadores necesitan alguien que cubra su espalda. No para mandar en su nombre. Para proteger su espacio.

Silvia deslizó discretamente un dossier frente a Luca.

Era un resumen de operaciones pendientes: contratos de patrocinio a medio cerrar, compromisos financieros, notificaciones de la federación.

Riva carraspeó suavemente.

—El reglamento exige registrar formalmente a un vicepresidente ejecutivo. Alguien con firma autorizada, con poder para actuar si el presidente está ausente o sobrecargado.

Luca hojeó el dossier. No con sorpresa, sino con resignada aceptación. Sabía que tarde o temprano ese punto llegaría.

Isabella sostuvo su mirada, sin arrogancia.

—Muchos de los presentes aquí confiamos en que tú sigas liderando el proyecto. Pero también creemos que delegar no es debilidad. Es construir solidez.

De Santis añadió:

—En concreto, proponemos que Isabella Marchetti asuma esa función. Formalizar lo que, en la práctica, ya ha estado haciendo.

Hubo un breve silencio, respetuoso, donde todos parecían darle su espacio para decidir.

Luca apoyó una mano en el respaldo de su silla. Miró a cada uno, uno por uno. Y luego volvió a Isabella.

—¿Estás segura de quererlo?

Ella sonrió, apenas.

—Hace rato que estoy trabajando como si ya lo tuviera. Prefiero hacerlo de frente.

No hubo más discursos. No los necesitaban.

Riva simplemente dijo:

—Levanten la mano quienes aprueban.

Manos levantadas: Riva, De Santis, Bianchi, Ferraro, los dos socios menores. Luca se tomó un segundo más, no por duda, sino porque entendía el peso que estaba aceptando. Finalmente, levantó la suya.

Riva anotó algo en su libreta.

—Queda registrado. El acta saldrá hoy mismo.

La reunión terminó sin discursos ni aplausos. Cada uno retomó sus papeles. El club seguía girando, como si todo fuera parte de un engranaje mayor que nunca dejaba de moverse.

Mientras los presentes se dispersaban en grupos discretos, Isabella se acercó a Luca.

—Quiero reunirme con Daniel esta semana —dijo en voz baja—. Trabajar en su plan de scouting, alinear objetivos para la próxima ventana de mercado.

—Cuenta con ello —respondió Luca, sin apartar la vista de los papeles que recogía.

Ella se ajustó el blazer con un gesto medido, como si acomodara también el peso de su nuevo rol. Antes de salir, lanzó una última mirada al ventanal que daba al campo vacío, iluminado aún por los faroles del estadio.

Luca, que la observaba de reojo, murmuró lo justo para que sólo ella lo oyera:

—Al final te saliste con la tuya.

Isabella giró apenas el rostro, sin perder la compostura, y dejó escapar una sonrisa tranquila.

—Era lo mejor para todos —contestó—. Aunque no todos lo entiendan todavía.

Se detuvo un instante, como recordando algo, y añadió con naturalidad:

—También necesito reunirme con Marco. Hay temas de estructura interna que debemos revisar antes de la inspección de la federación.

Luca asintió en silencio. Sabía que aquella elección, que parecía sencilla en papel, acababa de mover mucho más que una silla en la directiva.

Isabella recogió su carpeta, se acomodó el cabello con un gesto elegante, y se marchó del salón con paso firme, dejando tras ella un aire de orden silencioso… y de inevitabilidad.

Luca se quedó unos segundos más frente al ventanal. El campo seguía allí. El escudo seguía allí. Pero todo, de alguna manera, ya estaba cambiando.

Silvia regresó cuando el pasillo quedó en silencio. Apoyó la puerta entreabierta con el hombro y observó a Luca recoger los papeles que habían quedado sobre la mesa.

—Jefe —dijo en tono bajo—, ¿cree que tener a Isabella codo a codo con usted es buena idea? Usted sabe…

Luca alzó la mirada, aún con un lapicero entre los dedos.

—Sé lo que piensas —respondió, guardando los documentos en una carpeta—. Pero el club la necesita y yo también.

Silvia cruzó los brazos, avanzó un paso y bajó la voz:

—No se trata solo del club. A veces las líneas se mezclan.

—Las líneas ya estaban mezcladas —contestó, casi con un encogimiento de hombros—. Prefiero verlas de frente que fingir que no existen.

Silvia sostuvo su mirada un par de segundos. Luego asintió, no del todo convencida, pero sin insistir.

—Muy bien. Marco estará mañana a primera hora, y avisaré a Daniel para esa reunión de scouting —informó, retomando su tono práctico.

—Perfecto. Prepárame también el resumen de patrocinadores antes de las once.

—Enseguida. Estaré en mi oficina si necesita algo —contestó, girándose hacia el pasillo.

Luca la vio marcharse y, con el ventanal como único testigo, respiró hondo. El césped brillaba con el rocío de primera hora; la ciudad apenas despertaba. Nuevo día, mismo juego—solo que ahora con una camiseta extra en el equipo directivo.

El sol ya rozaba los tejados cuando Luca salió por la puerta lateral del Vittoria Center. Al ver el sedán gris con matrícula de Roma plantado junto a la rampa de suministros, le cambió el humor de golpe.

—Ese coche no es de prensa —murmuró, sacando el móvil—. Seguridad, estación norte. Enseguida.

Dos guardias llegaron, pero la puerta trasera del sedán se abrió antes de que pudieran preguntar. Bajó una mujer de traje azul marino, rostro sereno; detrás, un hombre de gabardina beige y mirada de granito.

—Señor Moretti —saludó ella, mostrando credencial—. Inspectora Elena Baresi, Dirección Investigativa Antimafia. Él es el comisario Matteo Esposito.

Luca apenas disimuló el fastidio.

—No me habían avisado de ninguna visita.

—A veces las visitas pierden encanto cuando se anuncian —intervino Esposito, seco.

Baresi alzó una mano, conciliadora.

—Es rutinario, señor. Tenemos indicios de que ciertas sociedades vinculadas a la familia Moretti están moviendo capitales a través de empresas deportivas. Queremos descartar que el A.S. Vittoria forme parte de ese circuito.

—El club no es una alcancía familiar. Mis finanzas están separadas de Moretti Enterprises desde que compré la mayoría del Vittoria —replicó Luca, con el ceño duro—. ¿Algo más?

Esposito abrió una carpeta sin ofrecerla.

—Transferencias recientes desde Luxemburgo, un acuerdo con una firma singapurense y la entrada de fondos británicos. Huele a estructura pantalla.

—Huele a patrocinio internacional, que es distinto —respondió Luca—. Revisen lo que deban, pero dejen claro en su informe que este club no lava dinero de nadie.

Los agentes se miraron, escépticos. En ese momento apareció Marco Moretti, ajustándose la corbata mientras se acercaba.

—¿Problema?

Esposito carraspeó.

—Ninguno, señor Moretti. Simple verificación sobre flujos de capital ligados a la familia.

Marco sonrió sin calidez.

—La familia no financia el club. Lo hace Luca con inversores externos auditados por Deloitte. Si buscan otra cosa, soliciten orden judicial; así no perdemos el tiempo con insinuaciones.

Baresi sostuvo la mirada de Marco un segundo, luego guardó su tarjeta en la carpeta.

—Apreciamos la claridad. Volveremos por la vía formal —dijo, y ambos subieron al sedán.

Cuando el coche se alejó, Luca se volvió a su hermano con la irritación ya sin filtro.

—¿Me explicas por qué la DIA relaciona al Vittoria con los negocios de casa? Yo me fui precisamente para no cargar con ese lastre.

—Relajan, eh. Solo están pescando —contestó Marco, conciliador—. Alfonso mueve empresas por media Europa; es normal que miren cualquier cosa que huela a Moretti.

—Pues que olfateen lejos del estadio. Si descubro que alguien usa mi club para tapar cuentas de la familia, rompo con todos. Incluyéndote a ti.

Marco levantó las palmas.

—Tranquilo. Yo tampoco quiero uniformados revisando balances. Hablaré con Finanzas y blindaremos los contratos.

Luca respiró hondo, aún tenso.

—Más vale, Marco. Este proyecto es limpio. Y así va a seguir.

Se giró hacia el edificio; le quedaba una reunión y ya iba tarde. Marco lo vio alejarse, apretó la mandíbula y marcó un número en su móvil antes de que se perdiera en el pasillo.

Los limpiaparabrisas barrían una llovizna fina mientras el sedán gris se alejaba del Vittoria Center. En el asiento trasero, la inspectora Elena Baresi repasaba en silencio las notas de la visita; a su lado, el comisario Matteo Esposito mascaba rabia, golpeando el reposabrazos con los nudillos.

—¿Viste la cara que puso Marco cuando le nombramos los fondos de Luxemburgo? —gruñó él.

—Vi algo peor: la tranquilidad de quien sabe que la artillería jurídica ya está lista —respondió ella, sin apartar la mirada de la tablet.

Ni siquiera habían salido del casco urbano cuando sonó el teléfono de Esposito.

—Es Mantovani —anunció tras mirar la pantalla.

Solo escuchó un segundo antes de que la voz del director resonara en el altavoz:

—OFICINA. AHORA.

Oficina regional de la DIA, Milán – 20:05

El despacho de Ruggero Mantovani olía a café quemado. El director regional, corbata aflojada y el rostro tenso, ni siquiera los invitó a sentarse.

—Acabo de colgar con Roma —soltó—. Me han leído la queja formal presentada por el bufete Grimaldi & Partners a nombre de la familia Moretti y, atención, por “expreso interés” del senador Salvatore Greco. Hostigamiento, abuso de autoridad y daño reputacional.

Baresi alzó la barbilla.

—Director, la visita fue estrictamente verbal. Sin registros, sin orden…

—¡Y aun así han puesto la queja! —bramó Mantovani, golpeando el escritorio—. Greco preside la comisión que decide nuestro presupuesto. ¿Quieren ponerle en bandeja una excusa para recortarnos?

Esposito dio un paso.

—Si dejamos que su influencia nos paralice, jamás los tocaremos. Uno de sus holdings firmó un patrocinio en Singapur dos semanas antes del fichaje de Nascimento; eso huele—

—¡Lo que huele es la precipitación! —lo cortó el director—. A partir de este momento, queda terminantemente prohibido acercarse al Vittoria o a cualquier Moretti sin una orden firmada por fiscalía y visada por mí. ¿Entendido?

Baresi mantuvo la calma.

—Necesitamos, al menos, pedir los registros bancarios de las sociedades pantalla. Sin pruebas, fiscalía no moverá un dedo.

Mantovani exhaló despacio.

—Redacten la solicitud, con todos los indicios documentados. Pero ni un paso más. Y si vuelven a hacer una visita “de cortesía”, les abro yo mismo un expediente disciplinario.

Silencio pesado. El director se pasó la mano por el cabello, más cansado que satisfecho, y añadió con voz más baja:

—No se equivoquen: también quiero a los Moretti contra la pared. Pero quiero hacerlo sin darle a Greco la excusa para cortarnos la cabeza.

Pasillo – 20:20

Ya fuera del despacho, Elena apoyó la espalda en la pared.

—Bueno —dijo con un suspiro—, nos han atado las manos.

Esposito apretó los labios. —Nos las han atado, sí… pero no nos han tapado los ojos. Mañana mismo preparo la solicitud a fiscalía. Y si alguien la frena, veremos otras vías.

—Paso a paso —admitió ella—. Juguemos largo, Matteo. Los intocables solo lo son hasta que tropiezan.

Caminaron juntos hacia el ascensor, cargando carpetas y una cólera contenida. Afuera, la lluvia seguía cayendo sobre Milán; dentro, la partida acababa de volverse mucho más sutil.

 La tarde había virado a un gris violeta cuando Luca salió del hotel Excelsior, donde acababa de renegociar el contrato con un socio de telecomunicaciones. El aire olía a asfalto húmedo y castañas recién asadas de un puesto en la esquina. Mientras buscaba la llave del Maserati, distinguió a Isabella cruzando la calle con paso rápido, paraguas cerrado en la mano. El reflejo de los faroles le iluminaba el rostro.

—Luca —lo llamó, sin aliento apenas—. Un segundo.

Él se detuvo junto al coche. Notó en la expresión de Isabella cierta mezcla de curiosidad y recelo.

—¿Todo bien? —preguntó él.

—Me llegó un mensaje de Silvia… Algo sobre visitantes imprevistos de la DIA. Quería escucharlo de ti antes de que corran versiones.

Luca apoyó el maletín sobre el capó, soltó un suspiro que le empañó el vidrio.

—Se presentaron, lanzaron insinuaciones sobre negocios de la familia. Les dije que el Vittoria no entra en ese saco, que revisen lo que quieran.

Isabella frunció ligeramente el ceño, pero su voz ­—habitualmente firme— se suavizó.

—¿Crees que volverán?

—Volverán cuando quieran, pero no me preocupa. Los números del club son claros —replicó él, con un gesto que pretendía cortar la inquietud—. A mí lo que me molesta es la impertinencia, no la auditoría.

Ella asintió, observándolo con un matiz de orgullo y algo más íntimo que no decía en voz alta. Dejó el paraguas apoyado en el guardabarros y, con una sonrisa casi tímida, cambió de tema:

—Hablando de cosas menos desagradables… hoy no hemos tenido un momento para celebrar mi nuevo despacho. Pensé en invitarte a cenar. Algo que no tenga servilletas con logotipos de patrocinadores ni cámaras cerca.

Luca la miró: abrigo de lana, el cabello rescatado de la humedad con unas horquillas, el leve temblor de alguien que ha corrido medio barrio para alcanzarlo.

—Tu ascenso merece un brindis, sí —concedió—, pero ha sido un día largo.

—Precisamente —bromeó ella, desviando la mirada a las luces reflejadas en los charcos—. Cuando los días son largos, conviene terminarlos en buena compañía. Prometo no convertirlo en junta de trabajo.

Él sonrió de lado, medio cansado, medio tentado.

—¿Dónde ofreces llevarme?

—¿Recuerdas Da Michelina, la trattoria en Navigli donde casi peleamos con aquel camarero porque querías parmesano en el spaghetti alle vongole? —soltó, divertida.

Luca dejó escapar una risa breve.

—Me negaba a comer mariscos sin queso. Imperdonable.

—Y aun así, al final de la noche terminamos cantando con los músicos del canal —añadió ella—. Han renovado la terraza cubierta, pero la pasta sigue igual de buena. Déjame invitarte. Brindamos por el cabezazo de Bianchi y por un contrato sin cláusulas pequeñas que leer.

Él apoyó la palma en el techo brillante del coche, pensó un segundo. Llevaba días sintiendo el peso de cada firma, cada rumor, cada visita inesperada. Isabella, pese a todos los ángulos complicados de su historia, siempre conseguía aflojarle esa corbata invisible.

—Está bien —aceptó—. Pero sin discursos ni planes a cinco años.

—Ni yo misma los quiero esta noche —aseguró ella, recogiendo el paraguas—. Te paso a buscar en cuarenta minutos. Trae hambre, no manuales de gobierno corporativo.

—No prometo lo primero, lo segundo sí —bromeó Luca.

Se despidieron con un roce de manos que duró un segundo más de lo estrictamente formal. Isabella se alejó por la acera adoquinada, el paraguas balanceándose despacio. Luca se acomodó el cuello del abrigo, subió al coche y encendió el motor. Mientras esperaba que el semáforo cambiara, se sorprendió tarareando un acordeón imaginario, aquel que sonó hace años junto al canal.

Tal vez, pensó, los días largos se inventaron para terminar de esta manera: sin escoltas, sin titulares… solo una trattoria, un buen vino y la certeza —pese a todo— de no estar jugando el partido totalmente solo.

Luca acababa de incorporarse a la Viale Papiniano cuando sonó el manos libres del Maserati. En la pantalla apareció “Astrid – Casa”.

—Ciao, amore —respondió, ajustando el volumen mientras la lluvia menuda golpeaba el parabrisas.

—¿A qué hora llegas? —preguntó ella con aquel tono casi festivo que usaba cuando tenía algo preparado—. He estado probando la receta de ossobuco de mi abuela; huele a media manzana de distancia.

Luca tragó saliva. Vio el reloj del tablero: 20:14. Isabella pasaría a buscarlo poco después de las 20:45.

—Me encantaría, de verdad —contestó, manteniendo la voz serena—. Pero se complicó el día. Surgió un asunto con patrocinadores de Singapur y tengo que volver a la oficina a revisar papeleo. Probablemente me quede hasta tarde.

La pausa al otro lado fue breve, pero suficiente para sentirla.

—Ah. Pensé que con el tema del ascenso de Isabella querrías desconectar un rato —dijo Astrid, procurando sonar comprensiva—. Pero lo entiendo, el club no se apaga cuando cae el sol.

—Lo siento —repitió. Le dolió la simpleza de la excusa—. Te prometo que mañana cenamos juntos, sin teléfonos en la mesa.

—Guardaré un plato —dijo ella, más suave—. Ten cuidado conduciendo.

—Te amo —añadió él antes de colgar.

—También te amo —susurró Astrid, y la llamada terminó.

El silencio del habitáculo pareció más pesado de lo habitual. Luca aflojó el nudo de la corbata, incómodo con la mentira a medias: no había papeleo pendiente, sólo una trattoria a la que había accedido casi por impulso. La luz roja del semáforo iluminaba las gotas sobre el parabrisas como pequeñas brasas.

Pensó en Astrid sola en la cocina, en el aroma del ossobuco que no probaría esa noche. Pensó, también, en Isabella riéndose de aquel viejo recuerdo en Navigli; en cómo, por un par de horas, podía sentirse ligero después de un día saturado de inspectores y firmas.

El semáforo cambió a verde. Luca dio un leve golpe al volante —más un gesto de desahogo que de enfado— y aceleró rumbo a casa para cambiarse. Mañana enfrentaría balances, visitas y quizás la propia culpa. Esa noche, en cambio, se permitiría la simple compañía de alguien que conocía el peso exacto de llevar un club sobre los hombros.

Pero la promesa a Astrid quedó latiendo en la agenda del día siguiente, recordándole que las dobles camisetas no siempre se llevan sólo en el fútbol.

Trattoria Da Michelina, Navigli – 21:05

Las luces amarillas de los faroles se reflejaban en el canal cuando Luca aparcó junto al puente de hierro. El toldo burdeos de Da Michelina seguía igual que hace años, ahora con una terraza cubierta de plástico transparente que dejaba pasar el murmullo del agua.

Isabella ya lo esperaba dentro, en una mesa pegada a la pared de ladrillo. Había dejado el blazer y lucía un suéter de lana fina; el pelo suelto le caía sobre los hombros. Cuando él llegó, levantó dos copas vacías y sonrió con naturalidad.

—Temía que el papeleo te secuestrara —bromeó.

—El papeleo siempre secuestra, pero esta vez escapé a tiempo —respondió Luca, colgando el abrigo.

Un camarero veterano apareció sin preguntar y llenó las copas con un Chianti joven. El aroma de salsa de tomate y albahaca flotaba en la sala pequeña, entre estanterías de vino y fotografías en blanco y negro.

—Por tu nuevo cargo —brindó él.

—Por el primer triunfo y por lo que viene —corrigió ella, chocando suave el cristal.

Hablaron primero de fútbol: la sangre fría de Bianchi, la mejora de Nascimento, la próxima visita a Génova. Pero la conversación derivó rápido al club como empresa: la visita incómoda de la DIA, la necesidad de blindar los contratos internacionales, la presión mediática que vendría si encadenaban dos victorias.

—La clave es no reaccionar con sobresaltos —dijo Isabella, partiendo la focaccia—. Dejar que comprueben todo. El ruido baja solo cuando no encuentran nada.

—Tú sabes bien de ruido —respondió Luca, y la mirada compartida escapó un segundo de lo profesional.

Llegaron los platos: rigatoni all’amatriciana para él, spaghetti alle vongole —sin parmesano esta vez— para ella. Isabella lanzó una carcajada al ver la elección.

—Sigues desafiando las recetas clásicas, Moretti.

—Las tradiciones necesitan un empujón de vez en cuando.

El tono se relajó. Recordaron la primera vez que compartieron esa mesa, los desacuerdos exasperantes, la complicidad que terminaba ganando. Durante unos minutos parecieron dos viejos amigos que celebran que la vida aún les reserva rincones amables.

Pero a cada vibración del móvil en su bolsillo, Luca sentía un pinchazo. A las 21:37 llegó una foto de Astrid: un ossobuco servido con gremolata, la mesa puesta para dos. Sin texto. Él apagó la pantalla, pero la imagen quedó grabada.

Isabella percibió el leve cambio en sus gestos.

—¿Todo bien?

—Sí —mintió con una media sonrisa—. Solo cosas de mañana.

La cena siguió con calma: un tiramisú para compartir, un limoncello que Isabella pidió “solo si no es industrial”. Al alzar la copa, sus dedos rozaron los de él; un contacto breve que ninguno comentó.

Calle del canal – 23:05

Salieron al aire húmedo de Navigli. La lluvia había cesado y el adoquinado brillaba. Isabella se detuvo junto al parapeto, las luces del agua temblando en sus ojos.

—Gracias por venir, Luca. Necesitaba una noche sin agendas —dijo, soltando el aire como quien deja caer un peso.

—Me hacía falta a mí también —admitió él.

El silencio se estiró apenas un segundo, pero bastó: Isabella apoyó la mano en el brazo de Luca, lo atrajo un palmo y lo besó. Fue un gesto breve, impetuoso, cargado de años enredados entre negocio y nostalgia. Luca quedó inmóvil, sorprendido; luego se apartó un paso, sin brusquedad.

—Isa… lo siento. No debería…

—No te disculpes —interrumpió ella, voz baja, casi vulnerable—. Sé que estás con Astrid. Y sé que lo de nosotros es un nudo antiguo, difícil de deshacer. Solo… quería que supieras lo que aún siento, sin cargos ni títulos de por medio.

Luca buscó las palabras, las halló torpes.

—No quiero herirte ni confundirlo todo.

—Ya estoy bastante confundida sola —respondió con una sonrisa triste—. No te pido nada que no puedas dar. Solo necesitaba ser honesta, aquí, sin los despachos de escudo.

Él asintió despacio, la mirada en el reflejo mercurial del canal.

—Aprecio tu franqueza. Tal vez… algún día sin tantas líneas cruzadas podamos entender qué queda de aquello.

—Tal vez —repitió Isabella, deslizando la mano hasta soltar su abrigo—. Por ahora, buen descanso, presidente.

—Buenas noches, vicepresidenta —contestó, con un gesto que mezclaba gratitud y pena.

Se separaron, cada paso resonando sobre los adoquines mojados. Luca apretó las llaves del coche como si quisiera recordar algo con los dedos: las prioridades, la promesa hecha en un comedor que aún olía a ossobuco.

Apartamento de Corso Buenos Aires – 23:45

La puerta se abrió con cuidado. El piso olía a limón y carne estofada. Astrid dormía en el sofá, manta hasta el cuello; la mesa mostraba dos platos, uno intacto. Luca dejó el maletín, la cubrió mejor y se sirvió la comida en silencio. El sabor era perfecto, pero arrastraba una nota amarga.

En el móvil, sin abrir todavía, dos mensajes:

Isabella: “Gracias por esta noche. Avanti.”

Astrid: “Calenté tu plato. Te quiero.”

Luca apagó la pantalla, besó a Astrid en la frente y se sentó junto a ella, preguntándose cuántas camisetas podía llevar un hombre sin que se le resquebrajara el escudo.

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Joe
Ajjajaja
Joe
Animo, no olviden leer mis nuevas obras!!
☯THAILY YANIRETH✿
Tu forma de escribir me ha cautivado, tu historia es muy intrigante, ¡sigue adelante! 💪
Joe: Muchas gracias!!
total 1 replies
Leon
Quiero saber más, ¡actualiza pronto! ❤️
Joe: Por supuesto
total 1 replies
Texhnolyze
😂 ¡Me hizo reír tanto! Tus personajes son tan divertidos y realistas.
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