Emilia es una joven que ha sufrido mucho en su vida. Aun así, lleva una luz en su interior inquebrantable. Ella se la atribuye al amor que siente por alguien que cambió su manera de pensar hace muchos años. Sin embargo, cuando supone que al fin podrá ser feliz al lado de ese hombre. Descubre que su matrimonio con él solo fue arreglado por sus familias y en realidad él no la recuerda. Ella hará todo lo posible para que el brillo en sus ojos no se apaguen hasta que él la reconozca.
Aun así, Marco no es un hombre fácil. Diagnosticado desde joven con un desorden mental que le impide acercarse a las mujeres, termina aceptando un matrimonio por contrato que para él es solo un fastidio.
¿Logrará recordar a Emilia antes de que el brillo en sus ojos, reflejo del amor que siente por él, desaparezca?
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Un error
Capítulo veintiuno
Si bien el jardín estaba vacío, en la casa seguía habiendo empleados. Por lo que la actitud de Emilia de quitarse el vestido ahí mismo le había parecido sorpresiva a Marco.
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó él, más enojado que antes.
No quería que ninguno de los empleados viera el cuerpo de su esposa en esa situación. Su lencería era más que provocadora. ¿Cuándo se había comprado esas pequeñas bragas y esos portaligas? ¿Podía ser que ella usara frecuentemente esa clase de lencería? Sus pequeños pechos eran contenidos por una especie de brasier transparente. Parecía que no llevara nada arriba, aunque no lograba ver sus puntitos rosados.
—Te devuelvo la ropa de tu madre. A ver si con eso puedes calmarte un poco. Porque te estás comportando como un maldito desgraciado —dijo Emilia, enojada, era claro que ella tampoco estaba coherente en ese momento. Ya que si no, hubiera sentido vergüenza por la mirada pecaminosa que Marco había puesto sobre ella.
Después de tirarle el vestido en la cara trató de caminar en dirección a la puerta, pero después de dos dolorosos tirones en su tobillo, el pequeño tramo se había vuelto una odisea. Se odiaba por eso, porque hubiera deseado hacer una entrada triunfal a la casa. Sobre todo, porque empezaba a tener frío.
—Eres una tonta. Vas a lastimarte más si haces eso —Marco no pudo evitar sonreír al ver a Emilia saltando con uno de sus pies en el aire. Por lo que dejó el vestido en el coche y después de sacarse el saco se lo arrojó como ella hizo antes. Sin embargo, esta vez se lo dejó caer en los hombros—. Ven aquí, yo te llevaré.
Él la agarró con uno de sus brazos y la subió a su hombro como si fuera un saco de papas, uno muy pequeño, ya que en comparación con la fuerza que él tenía, Emilia no era un reto. Mientras subía las escaleras notó que las medias que llevaba su esposa eran azules como el vestido. En verdad se había esforzado mucho para lucir bien. Pero, ¿por qué no se había comprado un vestido? Hubiera sido mucho más rápido y fácil. Al igual que los zapatos que había usado, se notaba que no eran nuevos.
La escoltó hasta su cuarto y al entrar vio todos los vestidos de su madre igual o mejor que como él los tenía en el sótano. Incluso reconoció un retazo de tela de uno de los vestidos, que su madre utilizaba cuando era joven, agregado a una falda. Una que también parecía tener su tiempo, pero que él no conocía. Emilia no sola era buena cosiendo, sino que sabía cómo combinar los colores y las texturas de las prendas.
—Cuando mi madre murió todo lo que me quedó de ella fue su ropa también —dijo ella, al notar como Marco se acercaba a las prendas y las miraba con cariño—. Normalmente, uso esta ropa para sentirme cerca de ella. Por eso entiendo que te molestara tanto lo que pasó con las cosas de tu madre. Pero debes entender que yo ni siquiera sabía que le pertenecía a ella, sino…—ella dejó de hablar cuando él se acercó a la cama y se sentó a su lado.
—Lamento haber sido tan grosero contigo. Mi padre cree que la mejor manera de olvidar el pasado es borrar que alguna vez estuvo ahí. Pero yo necesito ver, quiero recordar a mi madre, cuánto disfrutaba ella de sus vestidos, zapatos, perfumes… —Marco se dio cuenta de que Emilia sin querer le había dejado ver de nuevo un vestido de su madre. El cual lucia hermoso en ella.
Por otro lado, Emilia miraba con atención los ojos de Marco. Él parecía estar triste, por lo menos la ira se había apagado por un tiempo.
—No sé qué pasó con las otras cosas de tu madre, pero todo lo que tengo aquí de ella te pertenece. Si quieres puedes llevártelo —Emilia trataba de ser amable. Sin embargo, él se puso de pie sin mirarla.
—Ahora vengo —Marco salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Buscó hielo, lo puso en una bolsa y lo llevó para que Emilia lo usara para bajar un poco la inflamación de su tobillo. Sin embargo, antes de entrar al cuarto escuchó a Emilia al teléfono con alguien.
—Todo salió mal y ahora te debo unos tacos nuevos. Perdón por pedirte prestado tus zapatos y haberlos arruinado —hablaba ella al móvil.
¿Qué estaba queriendo decir? ¿Por qué ella preferiría o pediría algo prestado? Incluso Margarita se había vuelto loca cuando él le había dado una tarjeta negra. La muchacha en la primera semana había gastado mucho dinero para renovar su guardarropa. ¿Sería por el vínculo que Emilia tenía con esas prendas? No, no era eso. Si no por lo menos se habría comprado zapatos. Una vez que ella colgó, él entró como si no hubiera escuchado nada.
—No te imaginas lo que es para mí ver tantas cosas de mi madre —dijo él como si nada mientras se acercaba a ella—. Aunque las tenía guardadas, no las veía seguido.
¿Se estaba disculpando con ella? Emilia lo miró asombrada. Él le colocó el hielo en el pie y notó la marca en su mano. Eso le partió el alma. ¿Por qué tenía que ser tan cavernícola? Debía entender que el cuerpo de Emilia era frágil al estar tan delgada.
—No te preocupes, mi padre tiene razón. Debo empezar a comportarme como un adulto y dejar que los muertos descansen en paz —dijo Marco furioso consigo mismo, y nuevamente salió del cuarto de Emilia.
¿Qué había sido eso? Ella estaba anonadada. ¿Qué era lo que le pasaba a ese hombre? ¿Por qué de repente se había vuelto un perrito bajo la lluvia? Ella había naturalizado tanto el maltrato de su familia, que a veces no lograba comprender que en realidad se merecía mucho más que esa disculpa y un poco de arrepentimiento. Lo que había hecho Marco era grave y él se empezaba a atormentar por ello.
Autora: Osaku