Matrimonio de conveniencia: Engañarme durante tres meses
Aitana Reyes creyó que el amor de su vida sería su refugio, pero terminó siendo su tormenta. Casada con Ezra Montiel, un empresario millonario y emocionalmente ausente, su matrimonio no fue más que un contrato frío, sellado por intereses familiares y promesas rotas. Durante tres largos meses, Aitana vivió entre desprecios, infidelidades y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Ahora, el juego ha cambiado. Aitana no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Con un vestido rojo, una mirada desafiante y una nueva fuerza en el corazón, se enfrenta a su esposo, a su amante, y a todo aquel que se atreva a subestimarla. Entre la humillación, el deseo, la venganza y un pasado que regresa con nombre propio —Elías—, comienza una guerra emocional donde cada movimiento puede destruir... o liberar.
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Capítulo 6 – Parte 3: El encuentro, el escándalo y el orgullo herido
Capítulo 6 – Parte 3: El encuentro, el escándalo y el orgullo herido
El pitido del ascensor marcó su llegada al último piso. Ezra salió sin mirar a los costados. Su respiración era pesada, su mandíbula apretada. En su mano temblaba la tarjeta de acceso, como si fuera la llave para abrir el mismísimo infierno.
Frente a la habitación, escuchó un sonido. Un gemido. Sus cejas se fruncieron. No era una voz masculina. Era ella.
La sangre se le congeló… y luego le hirvió.
Pasó la tarjeta. La puerta se abrió con un clic que pareció el detonante de una bomba.
—¡¡Aitana!! —bramó con la voz de una tormenta.
Aitana, envuelta en una sábana, dio un brinco. Su cabello en desorden, su piel sonrojada, y el rubor de la sorpresa grabado en sus mejillas. Intentó cubrirse con torpeza, pero él ya había visto demasiado.
Ezra caminó hacia ella, con los ojos desorbitados. Vio el objeto sobre la cama. Y todo el aire se le fue del cuerpo.
—¿Qué… qué mierda es esto? —dijo con la voz quebrada entre burla, rabia y estupor.
Aitana se puso de pie de inmediato, aferrándose a la sábana con dignidad herida.
—¿¡Qué haces aquí!? ¿Quién te dio permiso de irrumpir así?
—¡Eso debería preguntártelo yo! —gruñó él—. ¡Y más aún cuando encuentro a mi esposa revolcándose con… ¡eso!
Ella frunció el ceño, decidida a no dejarlo dominar la escena.
—¿Y qué? ¿Te molesta? ¿No se suponía que no te importaba? Tú tienes tu vida… yo la mía.
Ezra apretó los puños. Dio un paso más hacia ella. No podía dejar de mirarla: su respiración agitada, sus curvas marcadas bajo la sábana, la forma en que le desafiaba sin pestañear.
—Te hace falta un hombre de verdad —espetó con veneno.
Aitana arqueó una ceja y soltó una risa seca.
—¿Un hombre como tú? ¿Infiel, hipócrita y cobarde?
Ezra se acercó más. La tensión era densa. Peligrosa.
—Te haces la fuerte, pero yo sé que aún me deseas —susurró.
Ella lo miró de frente, sintiendo cómo el corazón le latía con fuerza. Maldita sea, ¿por qué su cuerpo le respondía todavía? ¿Por qué su piel ardía cuando él estaba cerca?
—No te necesito —respondió firme—. Estoy bien. Me siento… liberada.
Ezra respiró hondo. En un gesto de furia contenida, se desabotonó la camisa con rapidez.
Aitana retrocedió un paso.
—¿Qué haces? ¡Vete! ¡Tu amante te espera!
Él no respondió. Simplemente se deshizo de la camisa, dejando al descubierto su torso perfecto, el mismo que ella había aprendido a amar... y a odiar.
—No me vas a decir que esto no te afecta —le susurró con arrogancia.
Aitana intentó correr a abrir la puerta, pero Ezra fue más rápido. La cargó como un impulso salvaje y la depositó en la cama. Ella soltó un leve jadeo, entre rabia y excitación, mientras él se deshacía de la sábana con una firmeza feroz.
Su mirada se cruzó con la de ella, intensa, desafiante, viva.
Y por un segundo… el mundo dejó de existir.