¿Podría un hombre marcado por la sangre cambiar al encontrarse con una mujer que veía la esperanza en todo?
¿O el pasado de ambos sería demasiado fuerte para escribir una nueva historia?
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Cap. 3
Cruces inesperados
Minutos después de salir del restaurante Peter’s, en la colonia Roma, Lucifer caminaba con paso firme junto a Aris. Al llegar al auto, encontraron a Hendra esperando, visiblemente nervioso.
—Señor... lo siento mucho. De verdad, no fue mi intención. Le pido disculpas —dijo Hendra, arrodillándose frente a Lucifer en plena banqueta.
Lucifer frunció el ceño. Aris lo miró, desconcertado.
—¿Qué pasó, Hendra? ¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó Lucifer con tono seco.
—Una joven chocó contra el coche, patrón. La parte trasera se abolló y una de las luces se desprendió. Yo... estaba en el baño cuando ocurrió.
Lucifer lo observó sin decir nada, como si midiera el peso de cada palabra.
—¿Y qué hizo la chica?
—Esperó a que saliera. Me dijo que se haría responsable. Me dio doscientos pesos, su credencial del INE y su número de celular. Dijo que pagaría en cuotas.
Lucifer soltó una carcajada inesperada. Aris y Hendra se miraron, sorprendidos. No era común ver al jefe reír, y menos por algo así.
—¿Doscientos pesos? ¿Eso cree que cuesta mi coche? —dijo Lucifer, aún sonriendo.
Hendra se puso de pie y le entregó los objetos. Lucifer tomó la credencial y leyó en voz baja:
—Eva Tasyalona...
—Dijo que vende comida en la calle, patrón. Fideos, creo. No tiene mucho. Pero fue honesta —agregó Hendra.
Lucifer guardó la credencial y el papel en el bolsillo de su pantalón sin decir nada más.
—Vamos. Estoy cansado —ordenó.
Aris abrió la puerta del auto para que Lucifer subiera. Hendra tomó el volante y arrancó. El tráfico estaba pesado; era la hora pico en Insurgentes.
Lucifer iba en silencio, con la ventanilla abierta, observando la ciudad como si buscara algo entre las luces y el ruido.
En otro punto de la avenida, Eva se detenía en una luz roja. Tenía sed, así que sacó una botella de agua que había comprado en un puesto. Bebía con calma, girando la cabeza de lado a lado para no derramar.
Al mirar hacia su izquierda, notó el coche de lujo. Dentro, un hombre la observaba con intensidad. Era Lucifer.
Eva sonrió, tímida, pero él no respondió. Su mirada era fija, casi fría.
—¿Qué le pasa? ¿Por qué me ve así? —murmuró Eva, incómoda.
Volvió a mirar al frente, pero sentía la mirada clavada en ella. Giró de nuevo. Ahí seguía él, sin parpadear, sin sonreír.
Eva bajó la mirada, tragó saliva y esperó que el semáforo cambiara. Cuando la luz se puso verde, arrancó su motoneta y se alejó rápidamente.
Lucifer no sabía que esa era la chica que había abollado su coche. Solo la había observado por la forma en que bebía agua, con una calma que contrastaba con el caos de la ciudad.
—Por fin en casa —dijo Eva al llegar a su pensión en la colonia Doctores. Bajó de la moto, entró con su bolsa de compras y se dirigió a la cocina.
Mientras acomodaba los ingredientes, pensaba en el accidente.
—Hoy no voy a poder ahorrar nada... ¿cómo voy a pagar esa reparación? —se lamentó, vertiendo aceite en una botella.
—Espero que el chofer no haya tenido problemas. Se veía buena gente... —murmuró.
En su departamento de lujo en Polanco, Lucifer se sumergía en la bañera. Fumaba un cigarro y bebía vino tinto. Pensaba en la chica de la luz roja. Esa sonrisa... dos veces. Algo en ella le había llamado la atención.
—Aris, encárgate de que vigilen a Peter. No quiero sorpresas —ordenó desde el baño.
—Sí, señor —respondió Aris desde la sala.
—¿Y la chica, patrón? ¿Qué hacemos con los doscientos pesos? —preguntó Hendra.
—Déjalo así. Si la ves otra vez, devuélvele el dinero. No me gusta aplastar a los que apenas sobreviven.
—Entendido, señor.
—Y desde mañana, no quiero ese coche. Cámbialo.
—Sí, señor.
—Váyanse a descansar. No quiero que me molesten.
—Con permiso, patrón —dijeron ambos.
Aris y Hendra salieron del departamento. En lugar de irse a casa, decidieron pasar por un café en la Condesa.
—¿Viste al jefe reírse hoy? —preguntó Aris, aún sorprendido.
—Sí. Y no fue una sonrisa. Fue una carcajada.
—Te juro que pensé que estaba poseído —bromeó Aris.
—Yo también. Pero esa chica... tenía algo. Era joven, bonita, y sobre todo, honesta. No huyó. Me esperó.
—¿Y cuánto dijiste que costaba el daño?
—Le dije que unos cincuenta mil. Se espantó, pero me dio todo lo que tenía. Vi su cartera: solo monedas.
—Qué fuerte. Me dio ternura.
—Por eso el jefe dijo que no la molestáramos. Él nunca ha tocado a mujeres ni a niños. Tiene su código.
—Sí... aunque a veces parece que no tiene corazón, hoy lo vi dudar.
Lucifer seguía en la bañera. El humo del cigarro se mezclaba con el vapor. Cerró los ojos y volvió a ver esa sonrisa. Dos veces. Y por primera vez en mucho tiempo, no supo qué pensar.
Te felicito
espero que ese tipo le diga a Eva que su padre la vendió a el para pagar la deuda que tenia con el aver si con eso ya habré los ojos y se da cuenta que ellos no la quieren y solo la ven como un objeto que pueden usar del cual desacerse
y así ella se aleje y corta lazos con esa gente que si la buscan con escusas barata no los escuche ni les de dinero que solo se preocupe por ella y su hermano que se ve que la quiere y se preocupa por ella