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Un juego perdido. Una leyenda urbana.
Pero cuando Franco - o Leo, para los amigos - logra iniciarlo, las reglas cambian.
Cada nivel exige más: micrófono, cámara, control.
Y cuanto más real se vuelve el juego...
más difícil es salir.
NovelToon tiene autorización de Ezequiel Gil para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 3: Mil dólares.
—Seguro es clickbait —dije, cerrando la pestaña de Reddit—. Seguro lo hacen para juntar seguidores.
—Y... puede ser, viste cómo son ahora —respondió Lucas desde la cama, con el celular en la mano—. Todo por seguidores.
—Ni que fuera tan difícil llegar al nivel ocho.
—Ni que hubiéramos pasado del tres.
Nos reímos flojo. El monitor seguía prendido con la pantalla del menú del juego en negro, como si también esperara nuestra decisión.
—Igual, ya fue. Vamos a dormir —dije, estirándome—. Mañana tengo que cursar temprano.
Lucas se levantó sin ganas. El juego quedó pausado, las luces apagadas, y por un rato, todo volvió a ser normal.
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Llevé la notebook a la facultad. Era un día largo, pero entre clase y clase abrí el explorador de archivos para seguir revisando los datos del juego. Algo no me cerraba. Había una carpeta llamada INT_SYS_CORE, y dentro, subcarpetas como sound_env.bin, layer_handler.dat, y una especialmente llamativa: MESH_CHILD_OBJ.
Me detuve. No eran nombres comunes en juegos retro.
Abrí el monitor de recursos del sistema. El juego usaba más RAM de la que debería, mucho más. También tenía procesos en segundo plano, uno llamado VListener.sys, que sonaba a algo relacionado con audio. Me puse incómodo.
—Esto no es un juego de SEGA —murmuré. Era obvio. Tal vez estaba diseñado para parecerlo. Un homenaje, una imitación… o quizás…
Cerré todo y abrí un informe que tenía pendiente. La entrega estaba fijada para dentro de una semana. Un trabajo difícil, pero que ya estaba listo. Solo tenía que seleccionar la parte que decía:
"Participantes: Esteban Ariel Ferreira",
y borrarlo.
Tragué saliva. Dudé. Mi dedo flotó sobre la tecla de borrar, pero no lo hice. Solté un suspiro y cerré la notebook sin guardar los cambios.
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Al volver a casa, todavía con la cabeza en otro lado, me puse a tocar el piano. Algo simple, melancólico. Sin darme cuenta, había empezado a improvisar una canción que conocía bien, una que habíamos compuesto con Esteban en quinto año. Mi mamá se asomó a la puerta.
—¿Vos tocando el piano? Hace meses que no te sentás ahí.
—Estoy nostálgico —respondí con una sonrisa medio fingida—. O capaz me está pegando el frío.
Ella no dijo nada. Se quedó mirándome con ternura y se fue.
A los diez minutos llegó Lucas. Venía del club, agitado.
—¡Prendé la compu! ¡Rápido!
—¿Qué pasó?
—¡El foro está a full! Hay un youtuber, CuarzoRetro, que puso un reto: el primero que grabe cómo llega al nivel ocho y lo sube, se gana mil dólares. ¡Mil!
—¿Otra vez con eso? No te creas todo lo que ves...
—Dale, juguemos. Aunque sea para ver si llegamos al nivel cuatro.
Suspiré y encendí la notebook. No voy a mentir, una parte de mí quería que fuera real eso de los mil dólares.
El juego arrancó sin problema. El nivel 3 comenzó igual que los anteriores: enemigos torpes, mismos gráficos, misma música repetitiva. Hasta que apareció algo nuevo.
Un cofre brillante en medio del camino. Nos acercamos. Tenía una cerradura con símbolos: cuadrado, triángulo y pentágono. El orden era evidente: triángulo, cuadrado, pentágono.
Al abrirlo, apareció una pulsera dorada. El inventario no decía nada. No sumaba fuerza ni vida. Solo estaba ahí.
—Debe ser decorativa —dijo Lucas.
Seguimos jugando. Más adelante, un niño pixelado apareció en medio del camino. Cuando nos acercamos, no atacó. Y cuando presionamos la tecla de golpe, el personaje levantó el hacha... y el niño salió corriendo, llorando, hasta desaparecer entre los árboles.
—Eso fue... —dije entre dientes.
—Raro... —agregó mi hermano.
No lo respondí. Seguimos avanzando.
Más adelante, encontramos una puerta gigante. También tenía un puzle, pero no como el anterior. Era un panel lleno de figuras extrañas, distorsionadas. Las texturas parpadeaban. Eran decenas, todas ilegibles.
—No hay forma de resolver esto —dije.
—¿Y si cambiás los archivos como hiciste con el jefe anterior?
Lo pensé. Lo hicimos.
Fui a los archivos. Tal como con el hacha, cambié las cerraduras.
Ahora el cofre era imposible de abrir, pero lo único que perdíamos era una pulsera de adorno. Probamos abrir la puerta y esta vez lo logramos.
Pero a los pocos pasos, un NPC nos detuvo. Una anciana sentada junto a una fogata. Su sprite temblaba un poco.
—Para entrar a la aldea, necesitás mostrarme que los Dioses te eligieron —dijo, extendiendo su mano.
—¿Será la pulsera? —susurró Lucas.
—Pero ya no la tenemos.
Intentamos pasar de todas formas. Entonces aparecieron guerreros dorados. Nos mataron de un golpe.
Respawn. Otra vez desde el inicio del nivel.
Probamos de nuevo. Esta vez jugó mi hermano.
—Yo soy jugador de Dark Souls. El no-hit es mi firma —dijo con orgullo.
Fue eliminado en el acto.
—Ya usamos dos vidas —le dije con un tono burlón—. Busquemos en internet cómo pasarlo —agregué.
—¡No! Mejor tratemos de pasarlo solos. No tiene chiste así —argumentó Lucas.
—Pero vamos a estar toda una vida así —expliqué.
—Bueno, diez vidas y ahí buscamos.
—Na, es una banda. Tres —traté de negociar.
—Cinco —retrucó.
—Bueno, dale —dije, aceptando sus demandas adolescentes.
Probamos desde el juego mismo. Morimos dos veces más. Parecía no tener solución.
—¿Y cambiar los archivos de otra forma? ¿Hackearlo como antes, no podés?
—Que no soy hacker —le respondí—. Pero sí, voy a probar algo.
Reiniciamos desde cero. Esta vez, agarramos la pulsera primero, guardamos el progreso, cerramos el juego, cambiamos los archivos y reabrimos. Avanzamos y, al llegar a la puerta, esta tenía la cerradura del cofre. Logramos cruzarla, y con la pulsera en mano.
Cuando llegamos a la anciana, se la dimos.
—Los Dioses te han elegido. Bienvenido —dijo.
La pantalla se desvaneció. Nivel completado.
Y entonces empezó lo raro.
El nuevo escenario cargó mal. Algunos enemigos estaban de espaldas. Otros flotaban. Uno se movía en línea recta hacia nosotros sin animación. Un pájaro multicolor parpadeó, luego desapareció.
—¿Eso fue un glitch?
—Era hackearlo, no romperlo animal—me cuestionó mi hermano.
—Yo no hice nada. Solo cambié las cerraduras. El juego debe estar mal.
Nos quedamos mirando la pantalla en silencio. La música seguía sonando, pero ahora había algo nuevo. Un sonido… ¿una voz?… reproducida al revés, de fondo.