Pecado De Poder

La mansión estaba sumida en un silencio pesado cuando Brendan y Dakota cruzaron las puertas. Habían vuelto del Red Velvet cubiertos de polvo, humo y la adrenalina que aún les palpitaba en la sangre. Brendan arrojó su chaqueta sobre el respaldo del sofá y caminó directo hacia la barra, sirviéndose un vaso de whisky con manos tensas.

—Necesito esto —murmuró, dando un trago largo.

Dakota se quitó la campera de cuero, dejando al descubierto su camiseta negra ajustada, manchada de polvo y pólvora. Lo observó en silencio durante unos segundos, notando cómo sus hombros anchos se tensaban con cada respiración.

—No sabía que el “invencible” Brendan Thompson se ponía nervioso —dijo, intentando romper el hielo.

Brendan la miró por encima del vaso, sus ojos verdes ardiendo de una forma que no era solo rabia.

—¿Te das cuenta de lo cerca que estuviste de morir hoy, Adams?

Dakota dio un paso hacia él, cruzando los brazos.

—¿Y vos? Estabas en la misma línea de fuego que yo.

—No es lo mismo —respondió él, dejando el vaso sobre la barra con fuerza—. Si a mí me pasa algo, es parte del juego. Pero vos…

Se quedó en silencio, como si no supiera cómo terminar esa frase. Dakota lo observó, curiosa, hasta que él la tomó del brazo y la acercó a él con un movimiento brusco.

—No puedo permitir que te pase algo —dijo, su voz ronca, casi un susurro—. Cuando te vi disparando con esas dos armas, pensé que eras la cosa más jodidamente hermosa que vi en mi vida… pero también me di cuenta de que estaba aterrorizado.

Dakota lo miró sorprendida, porque no era común ver a Brendan bajar la guardia de esa forma.

—¿Aterrorizado?

Él asintió, sus manos aún sobre sus brazos, como si necesitara asegurarse de que estaba entera.

—Sí. Pensé que si una bala te tocaba, me iba a volver loco. No estoy acostumbrado a sentir esto, Adams. Y me está matando.

Ella le sonrió suavemente, aunque en sus ojos brillaba la misma mezcla de deseo y confusión.

—No soy de cristal, Brendan. Y si voy a estar en tu mundo, voy a estar de verdad.

—No quiero que estés en mi mundo —dijo él, casi con desesperación.

—Pero acá estoy. Y no pienso dar un paso atrás.

Brendan soltó un suspiro frustrado, como si quisiera gritar y besarla al mismo tiempo.

—Sos imposible.

—Lo sé —respondió ella, con una sonrisa leve.

De pronto, él la atrajo hacia sí, apoyando la frente contra la suya. Su respiración era pesada, su mirada ardía como el fuego.

—Juro que cuando te vi disparar, supe que no quiero perderte. Ni ahora, ni nunca.

Dakota levantó una mano y acarició suavemente la línea de su mandíbula.

—Entonces no me alejes.

Sus labios se encontraron en un beso lento, diferente al que habían compartido antes. No era rabia ni fuego puro, sino una mezcla peligrosa de vulnerabilidad y necesidad. Brendan la abrazó como si temiera que el mundo se la robara, sus manos recorriendo su espalda mientras la acercaba más y más.

El beso se volvió más profundo, más intenso, hasta que Dakota quedó atrapada entre él y la barra, su respiración entrecortada.

—Dios, Adams… —murmuró contra su boca—. No tenés idea de lo que me hacés.

—Creo que sí —susurró ella, mordiendo suavemente su labio inferior.

Brendan la levantó y la sentó sobre la barra, quedando entre sus piernas. Sus manos recorrieron sus muslos con una mezcla de fuerza y ternura, como si cada caricia dijera lo que no podía poner en palabras.

—Quiero que entiendas algo —dijo, con la voz grave—. Estar conmigo significa peligro. Significa que cualquier enemigo va a querer lastimarte para llegar a mí.

—¿Y qué? ¿Querés que viva escondida? —respondió ella, clavando sus ojos celestes en los suyos—. No soy ese tipo de mujer, Brendan.

Él la besó otra vez, con una pasión desesperada, como si quisiera grabar ese momento en su memoria.

—No, no lo sos. Sos mucho más.

El sonido del teléfono interrumpió el momento. Brendan gruñó, apartándose con evidente molestia. Atendió, y su expresión cambió al instante:

—¿Qué? ¿Cuándo pasó eso?

Dakota lo miró, con el corazón acelerado.

—¿Qué pasa?

—Otro ataque —dijo él, apretando los dientes—. Esta vez en uno de los depósitos.

Brendan colgó el teléfono y volvió a mirarla. Por un momento, quiso decirle que no se moviera de la mansión, pero sabía que sería inútil. Dakota ya estaba en su mundo.

—Quedate acá. Te lo pido por una vez.

Ella lo miró, con una sonrisa peligrosa.

—Sabés que no voy a hacer eso.

Él negó con la cabeza, resignado.

—Dios, esta mujer me va a matar…