Rómulo Carmona Jr. es hijo del hombre más poderoso y temido del país y ante el mundo, es el heredero devoto, y la sombra perfecta de su padre. Pero en su interior, lo odia con cada fibra de su ser, porque Carmelo Carmona, es un tirano que lo controla todo, y ha decidido su destino sin dejarle opción: un matrimonio por conveniencia con Katherine León.
Para Rómulo, casarse con ella es la única manera de proteger a la mujer que realmente ama, sin embargo, lo que comienza como una obligación, pronto se convierte en un viaje inesperado y en el camino, descubre que los sentimientos pueden surgir cuando menos te lo esperas.
¿Podrán Rómulo y Katherine encontrar la felicidad en un matrimonio marcado por el deber?, o, por el contrario, estarán condenados a vivir en las sombras de un destino que ellos nunca eligieron (Historia paralela de la saga Romance y Crisis)
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Capítulo XX: Luna de miel parte 1
Rómulo estaba rodeado por dos desconocidos que invadían su espacio sin vergüenza alguna. Para colmo, uno de ellos hablaba sin descanso sobre sus viajes, mientras el otro se adueñaba del apoyabrazos con descaro absoluto.
—Finalmente, llegamos —dijo Rómulo con alivio, soltando un suspiro cansado.
A pesar de que pudo haber usado el avión presidencial, no quiso aprovecharse de esa ventaja. Solo deseaba llevar una vida normal.
—Pensé que no llegaríamos nunca —murmuró para sí mismo, estirándose mientras sentía el peso del viaje sobre su cuerpo.
No había vuelos directos entre la capital y Venecia, lo que hizo que la duración total del trayecto, sumando escalas, fuera extenuante.
—¿Qué tal estuvo tu vuelo? —preguntó Rómulo, esperando que su esposa estuviera igual de agotada que él.
Pero cuando se giró, Katherine salió de su asiento con calma, su rostro impecable, como si hubiera dormido plácidamente en una cama de lujo. Rómulo, por otro lado, bajó del avión sintiéndose como si hubiera sobrevivido a una batalla.
—Interpreta mi silencio —musitó con incomodidad, su cuerpo protestando con cada movimiento.
Katherine le lanzó una mirada divertida.
—¿Tan mal estuvo?
Rómulo resopló y pasó una mano por la nuca, tratando en vano de aliviar el dolor en su espalda.
—Solo espero que el hotel tenga spa.
Katherine soltó una pequeña carcajada.
—Eres demasiado dramático.
—¿Dramático? Pasé más de diez horas atrapado entre dos personas que no entendían el concepto de espacio personal. Una me estaba dando una conferencia sobre los encantos de Bangkok y la otra prácticamente me echó de mi propio asiento.
—Te compadezco. Aunque admito que me divierte verte así.
Rómulo le dedicó una mirada de advertencia, pero Katherine solo se encogió de hombros.
Por primera vez en toda la luna de miel, pensó que quizá este viaje no sería tan terrible después de todo.
La primera noche en Venecia no fue como cualquiera de los viajes que Rómulo y Katherine habían imaginado antes. Para ellos, la arquitectura no era solo decoración o un telón de fondo: era una historia tallada en piedra, una serie de secretos antiguos susurrando entre canales y plazas.
Cuando llegaron al hotel, la vista desde su balcón fue un espectáculo en sí mismo. Las fachadas barrocas, las ventanas góticas, los puentes estrechos que parecían sostener siglos de historia en cada ladrillo.
Por un instante, en medio de toda la incomodidad que todavía cargaban, Rómulo se permitió mirar alrededor y simplemente admirarlo.
Katherine lo notó y, aunque no dijo nada, el hecho de que él también estuviera impresionado le pareció curioso.
Decidieron salir a caminar, dejando atrás el agotamiento del viaje.
El agua reflejaba la silueta de los edificios, las sombras parecían expandirse en los callejones, y cada esquina era una obra maestra de equilibrio entre belleza e historia.
—Es absurdo lo perfecta que es esta ciudad —murmuró Katherine, deteniéndose frente a un palacio renacentista.
Rómulo sonrió con un gesto distraído, pero no pudo estar en desacuerdo.
—No parece real.
—Casi da miedo… —añadió ella, paseando la mirada por las piedras antiguas—. Como si hubiera sido diseñada para que no quisiéramos marcharnos nunca.
Rómulo alzó una ceja.
—¿Y no es así?
—Supongo que sí.
Caminaron en silencio por un rato, dejando que las calles hablaran por sí solas, que el peso de la arquitectura les ofreciera algo inesperado: un pequeño escape de la realidad que cargaban.
Cuando regresaron al hotel, la incomodidad del matrimonio seguía allí, pero al menos, por unas horas, había sido eclipsada por la magia del lugar.
Y aunque ninguno lo admitió, ambos supieron que, de todas las ciudades posibles para iniciar esta historia, Venecia había sido una elección perfecta.
Durante los siguientes tres días, Venecia los envolvió en su encanto, en su historia tallada en piedra, en sus calles que parecían no tener prisa, en sus sabores exquisitos que se quedaban en la memoria más que en el paladar.
Exploraron cada rincón que les resultara impactante, desde las imponentes fachadas renacentistas hasta los canales que parecían sostener el peso del tiempo.
Se maravillaron ante la magnificencia del Palazzo Ducale, dejaron que San Marcos les hablara con su arquitectura imponente y se sumergieron en los callejones menos turísticos, descubriendo secretos ocultos en edificios que habían visto siglos pasar sin perder su majestuosidad.
Por la tarde, los sabores de Italia se convirtieron en otra fascinación.
—Esto es un insulto —murmuró Rómulo después de probar el tiramisú—. Nunca podré comer uno igual en casa.
Katherine sonrió.
—Hay cosas que solo puedes disfrutar aquí.
Rómulo se recostó en su asiento, observándola con curiosidad.
—¿Así que crees que este viaje valdrá la pena?
Ella no respondió de inmediato.
—Hasta ahora… no ha estado tan mal.
Rómulo no pudo evitar la sonrisa.
La ciudad los agotaba con su belleza, y cada noche, cuando finalmente regresaban al hotel, caían en la cama sin fuerzas para pensar en nada más.
Pero aunque Venecia los mantenía ocupados y el turismo les daba una excusa perfecta para evitar ciertos temas, ambos sabían que había algo que no habían tocado todavía.
Hablar sobre la intimidad.
Ese era un tema que ninguno de los dos mencionaba, pero que ambos sabían que existía. El problema no era la falta de atracción, porque, de manera inesperada, se estaban empezando a notar el uno al otro más de lo que cualquiera hubiera previsto. El problema era algo mucho más complicado: no se conocían lo suficiente.
No entendían las dinámicas del otro, y no sabían qué hacer con la extrañeza de estar casados sin haberse escogido realmente.
Y, sobre todo, ninguno de los dos tenía experiencia en el tema.
Así que, aunque ambos eran conscientes de la tensión creciente, cuando regresaban al hotel, cuando se cruzaban en la habitación, cuando la proximidad se volvía evidente, se quedaban en silencio, cargando una timidez que nunca habían sentido antes.
—¿Necesitas el baño? —preguntó Rómulo, su voz rasposa tras el cansancio del día.
—No —respondió Katherine, sin levantar la mirada.
Él asintió, incómodo, y entró de todos modos.
Cuando salió, ella estaba de pie junto a la ventana, mirando las luces de la ciudad reflejadas en el agua.
—Mañana podemos ir a Murano —comentó Katherine sin apartar la vista.
—¿Eso significa que ya te cansaste de la arquitectura? —preguntó él, cruzando los brazos.
—Solo quiero ver algo diferente.
Rómulo la observó en silencio. Desde que llegaron, cada conversación entre ellos evitaba cualquier tema personal, cualquier roce demasiado íntimo.
—Yo… puedo dormir en el sillón si quieres —murmuró después de un instante.
Katherine finalmente lo miró.
—No hace falta. Esta cama es enorme.
Hubo una pausa.
—No es por espacio —aclaró Rómulo.
—Lo sé.
El silencio volvió a instalarse en la habitación, ahora cargado de algo que ninguno de los dos sabía cómo manejar.
Rómulo desvió la mirada y comenzó a deshacer la cama.
—Vamos a estar aquí diez días. No podemos ignorarnos todo el tiempo.
Katherine dejó escapar una risa breve, sin alegría.
—No nos estamos ignorando.
—¿Ah, no? —levantó una ceja—. ¿Qué estamos haciendo entonces?
Ella se mordió el labio, pero no respondió.
Después de unos segundos, caminó hasta la cama y se recostó en su lado.
—Buenas noches, Rómulo.
Él apagó la lámpara sin decir nada y se tumbó en su lado del colchón.
Venecia los mantenía distraídos, pero en algún momento, tendrían que enfrentar lo que realmente significaba estar en esa habitación, juntos.