Dimitri Volkov creció rodeado por la violencia de la mafia rusa — y por un odio que solo aumentaba con los años. Juró venganza cuando su hermana fue obligada a casarse con un mafioso brutal. Pero lo que Dimitri no esperaba era la mirada fría e hipnotizante de Piotr Sokolov, heredero de la Bratva... y su mayor enemigo.
Piotr no quiere alianzas. Quiere a Dimitri. Y está dispuesto a destruir el mundo entero para tenerlo.
Armas. Mentiras. Deseo prohibido.
¿Huir de un mafioso obsesionado y posesivo?
Demasiado tarde.
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Capítulo 9
Corrientes Invisibles
La luz de la mañana atravesaba la cortina espesa del cuarto de Demitre.
Pero él ya estaba despierto hacía horas.
Tumbado de lado, los ojos fijos en la nada.
Los labios aún hinchados del beso de la noche anterior.
El sabor de Alexei aún preso en su garganta.
Pasó las manos por el rostro, intentando borrar lo que había hecho.
Lo que había permitido.
Pero no había vuelta atrás.
En el silencio de su cuarto, solo restaba el sonido de su respiración acelerada — y el eco de las palabras de Alexei:
> “Eso siempre ha sucedido. Estabas demasiado ocupado mintiéndote a ti mismo.”
Demitre sentía vergüenza.
Rabia.
Deseo.
Hambre.
Pero por encima de todo… dependencia.
Porque ahora que sabía el sabor de Alexei, el tacto, el olor, la presencia brutal e hipnótica — no conseguía más imaginar la vida sin eso.
En el desayuno, la mesa de la mansión Petrov estaba más silenciosa de lo normal.
Aline leía un libro, Ivan hablaba al teléfono, y Demitre… apenas empujaba el pan en el plato.
Leonid lo notó.
— ¿Tuviste una larga noche? — provocó en voz baja, solo para que Demitre oyera.
— No empieces. — respondió Demitre, sin encarar al amigo.
— Fuiste al club… y desapareciste. Ni siquiera me respondiste.
¿Qué sucedió, Dima?
Demitre cerró los ojos por un segundo.
— Nada.
Leonid arqueó una ceja.
— “Nada” no acostumbra a dejar marcas en el cuello.
Demitre paró. Tragó saliva.
Se levantó de la mesa con demasiada fuerza, la silla casi cayendo.
— Voy a salir. No me esperen para el almuerzo.
Y salió.
En el edificio de los Mikhailov, Alexei estaba sentado en su sala de cristal en lo alto de la torre, revisando documentos de exportación y monitoreando cámaras de seguridad.
Impecable. Concentrado. Frío como siempre.
Pero sus ojos, de vez en cuando, se desviaban hacia la pantalla lateral — donde una cámara mostraba la entrada principal.
Esperando.
Y entonces, a las 11h47, él llegó.
Demitre.
Sin avisar. Sin anunciar. Con los ojos bajos y los puños cerrados.
Alexei sonrió de lado.
Cuando la puerta se abrió, Demitre entró como una tempestad contenida.
— ¿Crees que puedes simplemente hacer aquello conmigo y seguir como si nada hubiese sucedido?
Alexei alzó los ojos calmadamente.
— “Aquello”? Sé más específico, Demitre. Hice muchas cosas contigo ayer por la noche.
Demitre avanzó dos pasos.
— Me usaste. Me manipulas. Juegas conmigo como si yo fuese un juguete—
— No eres un juguete, Demitre. — interrumpió Alexei, levantándose. — Eres una adicción.
Y la diferencia es que un juguete lo descartamos.
Una adicción… la alimentamos.
Demitre quedó en silencio. Tembloroso.
Alexei se aproximó. Un paso por vez.
— Ayer, me quisiste. Con todas las fuerzas.
Hoy, me odias por eso.
Pero mañana, vas a volver.
Porque esa es la corriente que nos une.
Paró frente a frente. Tan cerca que el aire parecía eléctrico.
— Y ya estás encadenado, Demitre.
— ¿Y crees que estás libre? — replicó él, con voz ronca. — Tú también me quieres.
Desde que yo era niño. Desde que me miraste en aquella maldita sala.
Los ojos de Alexei brillaron por un segundo.
— Te esperé.
Te observé crecer.
Te deseé en silencio por años.
Y ahora que eres mío… — susurró, apoyando la frente en la de él — no hay vuelta atrás.
Silencio.
Ambos respirando hondo, como si estuviesen a punto de explotar.
Pero esta vez, Demitre se alejó.
— No pienses que ganaste.
Aún voy a encontrar una salida.
Alexei sonrió. Despacio.
— Puedes intentarlo, Dima.
Pero cuando percibas que la salida… soy yo, será demasiado tarde.
Y entonces, volvió para su mesa. Como si nada hubiese sucedido.
Pero en sus ojos había algo nuevo. Algo más profundo que la obsesión.
Victoria.
Porque él sabía: el juego ahora era solo cuestión de tiempo.