Oliver Hayes acaba de ser despedido. Con una madre enferma y deudas que lo ahogan, traza un plan para sobrevivir mientras encuentra un nuevo empleo.
Cuando una aplicación le sugiere un puesto disponible, no puede creer su suerte: el trabajo consiste en ser el asistente personal de Xavier Belmont, el hombre que ha sido su amor secreto durante años.
Decidido a aprovechar la oportunidad —y a estar cerca de él—, Oliver acude a la entrevista sin imaginar que aquel empleo esconde condiciones inesperadas... y que poner su corazón en juego podría ser el precio más alto a pagar.
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📌 Relación entre hombres
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Capítulo 18. Que fuera real.
—Bueno, es hora de irnos —anunció Xavier mientras se ponía de pie. Con un gesto automático, se aflojó la corbata y se la quitó sin mucha delicadeza. Acto seguido, tomó su saco con descuido, lo lanzó por encima del hombro y desabrochó los primeros botones de su camisa mientras caminaba hacia la salida de su oficina.
Oliver lo observó en silencio, siguiendo sus pasos casi como si estuviera hipnotizado. A pesar de haber protestado varias veces durante la tarde, Xavier había logrado convencerlo de ir juntos a comprar un auto. El argumento había sido sencillo y difícil de refutar: a partir del día siguiente, la prensa comenzaría a seguirlo, y resultaría muy poco conveniente —incluso ridículo— que su "novio oficial" siguiera trasladándose en transporte público.
Ahora caminaban juntos en silencio por los pasillos del edificio, dirigiéndose hacia el estacionamiento subterráneo.
Oliver esperaba ver al secretario Johan, esperándolos con la puerta trasera abierta, como había sido el día anterior. Sin embargo, al llegar, se percató de que el único auto presente era el de Xavier: negro, elegante, de vidrios polarizados. El lugar estaba en penumbra, con apenas unos focos encendidos que arrojaban una luz amarillenta y tenue sobre el concreto frío.
—Ven aquí —ordenó Xavier de pronto, alargando el brazo hacia él.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió la mano firme del otro rodearle la cintura. Fue un contacto rápido, casi mecánico, pero para Oliver, fue como si el mundo dejara de girar por un segundo.
—Hay un idiota escondido en los arbustos de la entrada —añadió Xavier en voz baja, al tiempo que lo guiaba hacia el coche—. Actúa con normalidad.
—Oh… de acuerdo —respondió Oliver con voz baja, apenas procesando las palabras.
«!Aaah, me está abrazando¡», gritó para sí, con el corazón acelerado.
El calor de la mano de Xavier sobre su cintura era un incendio sutil pero abrasador. Lo sentía traspasar la tela de su camisa, como si cada uno de sus nervios hubiera despertado de pronto. Su respiración se volvió más corta, y un leve temblor recorrió sus hombros. Se obligó a caminar con naturalidad, a no delatar la tormenta interna que lo sacudía.
«Esto es una actuación», se recordó. «Todo esto es parte del teatro que firmé».
Apretó las manos con fuerza alrededor de su viejo portafolio marrón, buscando un ancla a la realidad. Mordió ligeramente su labio inferior y agradeció que la iluminación fuera tan escasa, porque si alguien lo viera en ese momento, notaría al instante el rubor ardiente que le cubría las mejillas.
Xavier no parecía notar nada fuera de lo común. Caminaba a su lado con esa seguridad altiva y despreocupada, como si el mundo le perteneciera, como si el cuerpo que sujetaba fuera solo una pieza más de su escenografía.
Y, sin embargo, para Oliver… ese pequeño gesto, ese toque casual, lo marcaba como si hubiera sido tallado con fuego sobre su piel.
«¿Cuántas veces soñé con esto?» pensó. «¿Cuántas veces deseé sentir su mano en mi cuerpo, aunque fuera solo por un segundo?»
No dijo nada más. Solo se dejó guiar. Fingió. Sonrió con discreción para la posible cámara escondida o el reportero ansioso detrás del arbusto. Pero por dentro, estaba al borde del colapso emocional. Lo amaba en silencio… y cada día, ese amor fingido se volvía más real. Más insoportablemente real.
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—L-las agencias deben de estar cerradas a estas horas, señor —murmuró Oliver, ya sentado en el asiento del copiloto, rompiendo el incómodo silencio que se había instalado en el interior del auto. Silencio que solo a él parecía pesarle como una losa.
—No para mí, Oliver —respondió Xavier con calma, y solo pronunciar su nombre fue suficiente para estremecerlo.
El sonido de su nombre en los labios de Xavier le provocó un escalofrío que recorrió su columna. Sintió la garganta seca y los ojos le brillaron como si acabara de presenciar un milagro.
«Se oye realmente bien en sus labios», pensó. Jamás habría imaginado que una simple palabra pudiera afectarlo tanto. Pero Xavier tenía ese poder. Una sola mirada, una palabra pronunciada con esa voz profunda y segura, bastaban para desarmarlo por completo.
Y lo peor… o tal vez lo más hermoso, era que Xavier no lo sabía.
Estaba en sus manos, y ni siquiera era consciente de ello.
—Bien, llegamos —anunció Xavier minutos después, deteniendo el auto frente a una moderna y elegante agencia de autos.
Oliver levantó la mirada, ligeramente confundido. Eran más de las nueve de la noche, y todas las luces exteriores estaban apagadas. Deberían estar cerrados… pero no se atrevió a cuestionar a Xavier. Simplemente lo siguió.
Ambos se aproximaron a la entrada y, como si estuvieran esperándolos, un empleado les abrió la puerta desde el interior.
—Buenas noches, señor Belmont —saludó un hombre de mediana edad, que se encontraba junto al joven empleado. En su gafete, claramente visible, se leía: Gerente General.
—Elige un auto. El que más te guste —dijo Xavier, con una sonrisa digna de un actor premiado. Mientras hablaba, colocó una mano firme y cálida en la espalda baja de Oliver, guiándolo con una naturalidad que solo añadía más fuego a la confusión de este.
El gerente y el vendedor intercambiaron una mirada fugaz, casi incrédula. Xavier Belmont no solía aparecerse allí acompañado por nadie, salvo por su secretario, y Oliver, por su apariencia modesta y su nerviosismo, claramente no lo era. No esperaban una muestra de cercanía tan íntima. Algo en la escena no encajaba… o más bien, les rompía los esquemas.
—No sé mucho de autos —confesó Oliver en voz baja, sintiéndose fuera de lugar—. ¿Cuál sería una buena elección? Algo que no sea tan caro…
—Patrick te mostrará vehículos económicos, seguros y de buena calidad —intervino el gerente, señalando al joven vendedor, quien enseguida le ofreció una sonrisa amable.
—Ven conmigo, te mostraré los modelos nuevos que acaban de llegar —dijo Patrick.
Oliver se volvió brevemente hacia Xavier, buscando su aprobación. Este le regaló otra de esas sonrisas despreocupadas que tanto lo desequilibraban y asintió con la cabeza. Oliver entonces se alejó junto al vendedor, sin saber cómo mantener su corazón entero ante tanta emoción contenida.
Una vez que estuvieron fuera de alcance, el gerente se acercó con cautela a Xavier, sin dejar de observar a Oliver a lo lejos.
—Señor… con toda discreción —dijo en voz baja, ladeando un poco la cabeza—. No pude evitar notar la forma en la que ustedes… bueno, ya sabe. Siempre se le ha visto en compañía de mujeres hermosas.
Xavier lo miró directamente. Sus ojos ámbar brillaron con intensidad bajo la tenue luz del lugar.
—Es exactamente lo que estás pensando, gerente —afirmó sin rodeos—. Él y yo tenemos una relación.
Su voz fue firme, clara, sin sombra de duda ni rastro de incomodidad. La frase resonó como un eco en el amplio salón de la agencia.
Oliver, que estaba revisando el interior de un auto junto al vendedor, lo oyó con claridad. Sintió cómo el rubor le subía hasta las orejas y bajó la mirada de inmediato, sintiéndose descubierto, como si todo el lugar lo observara. Patrick le lanzó una mirada curiosa, pero no dijo nada.
«Dijo que estamos en una relación… delante de otros», pensó Oliver, el corazón palpitándole con fuerza. «¿Lo dijo en serio o solo es parte del teatro?»
No podía dejar de preguntárselo. Pero en ese instante, una parte de él, la más ilusa, la más enamorada, deseó que fuera real.
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Hola, lamento no haber actualizado ayer, me tarde más de lo previsto en la entrevista. Pero mugre trabajo feo, bien explotadores jajaja mejor nadota.
En fin, gracias por el apoyo, los tqm