Una noche. Un desconocido. Y un giro que cambiará su vida para siempre.
Ana, una joven mexicana marcada por las expectativas de su estricta familia, comete un "error" imperdonable: pasar la noche con un hombre al que no conoce, huyendo del matrimonio arreglado que le han impuesto. Al despertar, no recuerda cómo llegó allí… solo que debe huir de las consecuencias.
Humillada y juzgada, es enviada sola a Nueva York a estudiar, lejos de todo lo que conoce. Pero su exilio toma un giro inesperado cuando descubre que está embarazada. De gemelos. Y no tiene idea de quién es el padre.
Mientras Ana intenta rehacer su vida con determinación y miedo, el destino no ha dicho su última palabra. Porque el hombre de aquella noche… también guarda recuerdos fragmentados, y sus caminos están a punto de cruzarse otra vez.
¿Puede el amor nacer en medio del caos? ¿Qué ocurre cuando el destino une lo que el pasado rompió?
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Capítulo 14: El peso del pasado y el futuro
El timbre sonó nuevamente, esta vez más fuerte. Ana respiró hondo y se acercó a la puerta. No podía evitarlo. El nudo en su estómago era tan fuerte que le dolía, pero cuando la abrió, allí estaban. Sus padres. Mirándola con ese aire de decepción que tanto temía, como si lo que había hecho era imperdonable.
—Ana, ¿qué es todo esto? —dijo su madre con voz baja, pero firme. El frío de su tono heló el aire a su alrededor.
Ana se quedó en silencio por un momento, observando a sus padres. Habían viajado desde México sin avisarle. No esperaban encontrarla con dos bebés en brazos, ni con Lían Hunter en la sala, observándola con preocupación.
—¿Qué significa todo esto? —insistió su madre, mirando alrededor como si quisiera que todo desapareciera. La incomodidad en su rostro era palpable. Ana sabía lo que pensaban.
Ana intentó respirar profundo y, con calma, habló:
—Lo que significa es que soy madre. Y sí, estoy criando a mis hijos aquí. Y también significa que soy una adulta, capaz de tomar mis propias decisiones.
Su padre no dijo nada al principio. Solo observó, con el rostro tenso y cansado.
—¡Esto es una locura! —dijo su madre finalmente, su tono alto y lleno de reproche—. Te enviamos aquí para que estudiaras, Ana. Para que tomaras las decisiones correctas. Y miras lo que has hecho. Te has metido en un lío con ese hombre.
Ana sintió cómo la rabia comenzaba a subir por su pecho. No era solo la decepción. Era el hecho de que nunca la dejaron decidir por sí misma. Siempre hubo un camino trazado para ella, uno que no incluía sorpresas, ni decisiones impuestas por su propio corazón.
—No me metí en un "lío", mamá. Estoy criando a mis hijos. Ellos son mi prioridad ahora. No vine aquí a seguir los planes de nadie más.
Lían, que había permanecido en silencio hasta ahora, decidió intervenir con suavidad:
—Ana tiene razón. Ellos no son el resultado de un error. Son el resultado de una decisión tomada por ambos.
La mirada de su madre se fijó en él con desdén. Aquel hombre no era la figura que ella había esperado para su hija. Un hombre poderoso, dueño de una empresa de renombre, pero con un pasado oscuro. Uno que Ana aún no comprendía por completo, pero que ahora sabía que afectaría más de lo que había imaginado.
La conversación se volvió aún más tensa cuando, al fondo, escucharon el sonido de un coche estacionándose en la entrada del edificio. Ana miró hacia la ventana, confusa. Pero no fue su hermano ni nadie de su familia. Era Isabella.
Antes de que pudiera decir algo, Isabella entró con la misma confianza con la que siempre se había presentado ante Lían. El niño pequeño iba a su lado, mirando curiosamente la escena.
Ana sintió un golpe en el pecho. El futuro que había intentado construir ahora parecía más frágil que nunca.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Lían, su voz dura, pero conteniendo la ira.
Isabella sonrió, una sonrisa fría y calculada.
—Vengo a asegurarme de que todo esté claro. —Miró a Ana y luego al bebé que ella sostenía—. Este es mi hijo. El que tú olvidaste, Lían. El que te aseguro tiene todo el derecho de conocer a su padre.
La revelación le cortó la respiración a Ana. El niño, que ahora tenía tres años, miraba a Lían como si estuviera esperando algo. Lían, paralizado por un momento, miró a la mujer que había aparecido en su vida años atrás. Isabella. Su ex, una mujer que había sido parte de su pasado, pero que nunca había contado toda la verdad.
—Este niño… —dijo Lían, su voz vacilante—. ¿Cómo puedes estar tan segura de que es mío?
Isabella soltó una risa sarcástica.
—Porque la prueba de ADN no miente. Pero claro, parece que tienes una nueva familia aquí. Quizás no quieras recordar que también eres el padre de este niño.
Ana, a pesar de la confusión, intentó mantener la calma. No podía permitir que los errores del pasado de Lían destruyeran lo que había construido con él. Se acercó a Isabella y, con firmeza, habló:
—Este es mi hogar. No vas a venir aquí a hacerle daño a mi familia, ni a mi relación con Lían. Si tienes algo que decir, ve al abogado. No nos hagas perder el tiempo con tus amenazas.
Isabella la miró, sorprendida por la seguridad en la voz de Ana. Pero lo que parecía ser una amenaza se convirtió en una victoria para la joven madre.
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Mientras tanto, fuera de la sala, la tensión no había disminuido. Los padres de Ana, que habían estado observando la escena en silencio, finalmente reaccionaron.
—¿Eso es lo que eres ahora? ¿Una mujer que tolera las mentiras, los engaños y los hijos no deseados? —le preguntó su madre, la furia evidente en sus ojos.
Ana apretó los dientes. El dolor de escuchar las palabras de su madre era insoportable, pero sabía que tenía que mantenerse firme. No podía dejar que su familia, que nunca la había comprendido por completo, dictara lo que debía hacer con su vida.
—Yo no soy una "tolerante" de nada, mamá —respondió Ana con dureza—. Estoy tomando decisiones por mí misma. Y si eso te decepciona, lo siento. Pero estos niños son míos. Lían y yo decidimos ser padres. No eres tú, ni él, ni nadie más quien decidirá por mí.
Los padres de Ana se miraron entre ellos, frustrados y molestos, sin saber cómo reaccionar ante la determinación que Ana había demostrado. No había vuelta atrás.
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El resto de la tarde fue un mar de palabras y miradas cargadas de reproche. La aparición de Isabella, junto con la confrontación con los padres de Ana, había creado una tormenta emocional que nadie sabía cómo calmar.
Esa noche, cuando la calma pareció regresar al hogar, Lían y Ana se miraron en silencio, sin palabras que pudieran aliviar el peso que ambos sentían.
Lían se acercó lentamente y, antes de hablar, la miró a los ojos.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
Ana suspiró, abrazando a Sofía, quien había quedado dormida en sus brazos. Su familia estaba rota, sí. Pero sus hijos aún eran lo único que le quedaba intacto.
—Vamos a luchar —dijo Ana, con firmeza—. Vamos a luchar por esto, Lían. Porque esto es real. Esto somos nosotros.
Y aunque las sombras del pasado aún los acechaban, ambos sabían que su futuro sería una batalla diaria. Pero juntos, estaban dispuestos a enfrentarlo.
me gusta él cuando se enteró se su embarazo no la rechazó a sido su apoyó