Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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El Instinto
"Se acerca."
La voz de Lyra resonó en la mente de Aelis, y la joven loba despertó de golpe, su respiración acelerada. El ardor en su piel la hizo estremecer. Su cuerpo, como un volcán a punto de explotar, sentía una necesidad abrumadora. El celo estaba por alcanzarla, y Lyra ya lo sabía.
—No… aún no —murmuró Aelis, apretando los ojos, intentando resistir lo que sabía que estaba por suceder.
La mansión parecía silenciosa, pero el aire estaba cargado, espeso, como si todo a su alrededor presintiera lo que se desataba en su interior. Sus pensamientos se confundían, pero una sola idea cruzaba su mente: Eirik. Sabía que solo él podía calmar este fuego que la quemaba por dentro.
Mientras tanto, a cientos de kilómetros, Eirik enfrentaba a los últimos enemigos de la manada Völund. Durante tres días había luchado, y tras intensas batallas, el caos había comenzado a disiparse. Las sombras que habían atacado a la manada fueron finalmente controladas, y la situación en Völund estaba bajo control. Era el momento de regresar.
Sin embargo, cuando su beta se comunicó con él a través del enlace mental, la voz urgente lo hizo detenerse.
"Eirik. Es urgente. Aelis ha entrado en celo."
El Alfa palideció por un instante. El aroma de su loba, de su compañera, debía ser abrumador para cualquier lobo cerca de ella.
"¿Cómo está ella?"
"Está protegida, pero su aroma ha desbordado todo. Los guardianes emparejados ya la resguardan, pero no durarán mucho. Necesitas regresar ahora."
Eirik no necesitó escuchar más. Dejó atrás la manada Völund, sabiendo que la situación allí ya estaba bajo control. Lo único que importaba era Aelis. Su loba. Su compañera.
En la mansión, el aire estaba cargado de tensión. Aelis estaba recluida en su habitación, luchando contra la oleada de deseo que la invadía. Lyra, su loba, no podía dejar de gritarle que se entregara, que dejara que todo sucediera. Pero Aelis sabía que solo había un lobo que podía tocarla de esa manera.
Era Eirik.
Pero entonces, un lobo se infiltró en la habitación.
A pesar de las protecciones, de los guardianes y el esfuerzo por mantenerla a salvo, un lobo ajeno había logrado escabullirse por la ventana. La luz de la luna iluminaba su figura al entrar, su mirada era salvaje, sus ojos brillaban con una lujuria desenfrenada. El celo de Aelis lo había atraído, y no era capaz de pensar con claridad. Solo veía la necesidad en ella, una necesidad que se apoderaba de su ser.
Se abalanzó sobre Aelis, con manos ansiosas, mientras ella luchaba por mantener el control. A pesar del ardor que sentía en su cuerpo, algo en su mente le gritaba que no. No podía ser otro lobo. Solo Eirik. Solo él.
Aelis se resistió, empujando al intruso, su cuerpo tenso, su instinto gritando por liberarse, pero su mente se mantenía firme. Sabía que solo el Alfa podía reclamarla, solo Eirik.
Y en ese momento, justo cuando el lobo estaba a punto de tocarla, la puerta se estrelló contra la pared. Eirik había llegado.
Con un rugido feroz, Eirik derribó al lobo, sin darle tiempo de reaccionar. En un instante, el intruso yacía en el suelo, incapaz de moverse. Eirik lo miró, sus ojos destilaban furia y poder.
—Nunca más —gruñó, su voz llena de autoridad.
Aelis, aún temblando, lo miró, y en sus ojos se reflejaba una mezcla de deseo, miedo y ansia. El Alfa estaba aquí. Su presencia lo llenaba todo, su aroma, su poder. Eirik se acercó a ella, su mirada fija en la suya, sus respiraciones entrecortadas.
El aire entre ellos era denso, cargado de algo mucho más que tensión. Era una conexión profunda, feroz, que quemaba todo lo que tocaba. El deseo era palpable, tan fuerte como el vínculo entre ellos. Aelis podía sentirlo, como si su cuerpo respondiera a la sola presencia de Eirik.
Se miraron durante un largo segundo, sin palabras. El tiempo parecía detenerse mientras sus cuerpos, al igual que sus almas, se reconocían en ese instante.
La mirada de Eirik pasó de la furia al deseo puro. La necesidad, el deseo de reclamarla, de unir sus cuerpos, estaba por desbordarse. Ella era suya. Y él era suyo.
Pero en ese momento, Eirik se detuvo. Respiró hondo, controlando el impulso salvaje que lo había invadido al verla. No podía apresurarse. A pesar de la lujuria que los envolvía, sabía que la conexión entre ellos debía ser mucho más profunda. No iba a forzarla.
—Aelis —dijo finalmente, su voz grave, pero con un toque de suavidad. Sus ojos no dejaban de mirarla. El deseo brillaba en ellos, pero también una protección implacable—, estoy aquí. Nadie más te tocará.
Ella no respondió con palabras, pero sus ojos, su cuerpo, hablaban por ella. Estaba más segura que nunca de entregarse, de dejarse llevar por lo que el destino había preparado para ellos. Pero no era el momento aún. No en esa habitación, Eirick la tomó en sus fuertes brazos, su calor lo invadió por completo y con todo el autocontrol que pudo la llevó hasta su habitación.