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Tú Mi Luna, Yo Tu Tierra

Tú Mi Luna, Yo Tu Tierra

Status: En proceso
Genre:Escuela / Romance / Colegial dulce amor
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Kitty_flower

Anne es una chica común: pelirroja, de ojos marrones y con una rutina sencilla. Su vida transcurre entre clases, libros y silencios, hasta que un día, al final de una lección cualquiera, encuentra una carta bajo su escritorio. No tiene firma, solo un remitente misterioso: "Tu luna". La carta está escrita con ternura, como si quien la hubiese enviado conociera los secretos que Anne aún no se atrevía a decir en voz alta.

Día tras día, más cartas aparecen. Cada una es más íntima, más cercana, más brillante que la anterior. Anne, con el corazón latiendo como nunca antes, decide dejar su respuesta: una carta pidiendo un número de teléfono, un pequeño puente hacia la voz detrás del papel.

Desde ese momento, las palabras ya no llegan en papel, sino en mensajes que cruzan el cielo entre la luna y la tierra. Entre risas, confesiones y silencios compartidos, Anne descubre que la persona tras el seudónimo no es un sueño, sino alguien real.

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confesiones

El patio trasero de la escuela estaba en silencio. La primavera lo había transformado todo: los árboles brillaban con un verde nuevo, y las flores silvestres crecían entre los ladrillos del camino. Había algo en el aire, cálido y dulce, que hacía más fácil respirar. O eso pensaba hasta que vi a Maicol acercarse, con ese andar suyo, relajado pero algo tenso. Como si estuviera cargando una verdad.

Yo estaba sentada bajo el cerezo, el mismo donde una vez me escondí para llorar. Ahora no lloraba. Solo pensaba. En Anne. En su risa reciente. En cómo me había tomado la mano en el mirador y dicho que nos merecíamos esta calma.

—¿Tienes un minuto? —preguntó Maicol, con una sonrisa algo torpe.

Asentí, dándole espacio a mi lado. Él se sentó, respiró profundo y bajó la vista a sus manos. Algo en su silencio me puso alerta. Lo conocía lo suficiente para saber que estaba por soltar algo que le costaba.

—No quiero que esto cambie las cosas —empezó—, pero… siento que si no lo digo, me va a doler más quedármelo dentro.

Me giré un poco hacia él. El viento jugaba con los pétalos del cerezo, haciéndolos caer como lluvia lenta.

—Desde que te conocí —continuó—, supe que eras distinta. No como algo extraño, sino como… algo que brilla solo cuando una se detiene a mirar de verdad. Y no sé cuándo exactamente, pero empecé a mirarte más. A esperar tus respuestas tímidas, tus gestos, tus pausas. Supongo que lo que quiero decir es que me gustas, Diana. Mucho.

Sentí que el mundo se ralentizaba un segundo. Mi corazón no se aceleró como en los libros, ni me puse nerviosa. Solo me quedé quieta. Porque en mi mente, yo ya estaba orbitando otro centro.

—Maicol… —dije con suavidad, apoyando una mano en el banco entre nosotros—. Gracias por decirme esto. De verdad. Pero… estoy saliendo con Anne.

Vi cómo su rostro se apagaba un poco, como cuando las luces del aula se apagan de golpe y una se queda ciega un segundo. Pero no se enojó. No desvió la mirada.

—Lo imaginaba —murmuró—. Y aun así, no podía callarlo.

—Lo entiendo. Y no te culpo. A veces… sentimos cosas que no pedimos.

Se hizo un silencio que no era incómodo, sino vulnerable. Como si ambos estuviéramos cuidando lo que quedaba.

Entonces sonreí apenas y dije:

—Yo soy la luna, Maicol. Vivo de reflejar la luz, de mirar desde lejos, de guardar secretos. Anne es mi Tierra. Mi centro. Pero tú… tú eres un meteorito. Brillante, veloz, impulsivo. Si chocaras con nosotras, podrías herir. Pero si aprendes a orbitar con cuidado, puedes seguir ahí, sin hacer daño. Puedes formar parte del cielo, aunque no del mismo sistema.

Él me miró. Y sonrió. Con los ojos húmedos, sí, pero con respeto.

—Entonces… encontraré mi propia órbita.

—Y cuando la encuentres —agregué—, brillará para ti también.

Nos quedamos así unos minutos más, mirando el cielo sin hablar. Y aunque el sol aún estaba alto, yo sentí que una estrella fugaz pasaba entre nosotros. Una que no se rompió. Solo cambió de rumbo.

Hay algo en el equilibrio que no se aprende. Solo se siente.

Y últimamente, yo siento demasiado. Siento el peso de los silencios, de las palabras que no dije y de las que sí. Siento la tibieza de la mano de Anne, que nunca suelta la mía. Y también siento la presencia de Maicol, esa estrella fugaz que cruzó por mi cielo con más luz de la que esperaba.

Pensé que me sentiría incómoda después de su confesión. Que algo cambiaría para siempre. Pero en vez de eso, sentí alivio. Él no exigió, no presionó. Solo compartió lo que ardía dentro. Y luego retrocedió con elegancia.

Hoy, en el aula, cuando me hizo reír con esa broma tonta sobre los signos zodiacales y sus “malas energías”, entendí que podíamos seguir. Que había espacio.

No para todo, pero sí para algo real.

---

Después de clases caminamos juntos. Maicol, Anne y yo. Las flores de primavera caían como si el cielo estuviera tirando confeti para celebrar nuestra pequeña paz. Hablaban de películas, de series, de cosas que a veces se me escapaban. Yo los escuchaba con una sonrisa pequeña, de esas que son más del alma que de los labios.

Anne me miró varias veces. Sus ojos querían confirmar que yo estaba bien. Yo asentí en silencio. Lo estoy. Pero también estoy confundida. Porque aunque sé a quién amo —porque la amo con cada átomo de mi cuerpo—, la vida sigue enseñándome que los vínculos no son líneas rectas. Son órbitas. Y a veces, se entrelazan.

---

Esa noche, mientras me acostaba, no podía dormir. Pensaba en Anne, en cómo me mira, en cómo me sostiene. Pero también pensaba en Maicol. No con deseo, no con amor romántico… sino con un tipo de afecto que me sorprendía.

Me levanté. Saqué mi cuaderno. Y escribí.

“Hay meteoritos que no llegan para destruir, sino para enseñar.

Que el amor no siempre es deseo.

A veces, solo es admiración.

Y a veces, también es dolor.”

Suspiré. Cerré el cuaderno. Y le escribí a Anne.

—¿Podemos vernos mañana en el mirador? Quiero recordarnos.

Ella respondió casi al instante:

—Siempre quiero orbitarnos.

---

El mirador estaba desierto. El aire, tibio con el aroma de flores nocturnas. Anne ya estaba ahí. Cuando la vi, el mundo pareció callar.

Llevaba una blusa sencilla y una sonrisa que aún brillaba.

—Hola, luna —dijo.

Me acerqué. No la besé. No todavía. Solo la abracé fuerte, como si nuestras órbitas se hubieran cruzado de nuevo tras un pequeño eclipse.

— Tengo algo que decirte. — le dije mordiendo mi labio inferior con nerviosismo.

—¿Qué sucede? — me miró preocupada, como si presintiera que algo importante le iba a decir.

Repire hondo entonces dije.

—Maicol confesó sus sentimientos por mi... pero fue respetuoso cuando le dije sobre lo nuestro... por primera vez le dije a alguien sobre lo nuestro y se siente muy bien.

Ella sonrió, no con todo el rostro, algo pequeño, algo cincero.

— ¿Le contaste a Maicol sobre nosotras? — me sonrió.

— Si, quería que supiera que tu eres mi Tierra, mi centro, mi todo, eres como el centro de mi universo. — Ella me tomó de la mano y beso mis labios con delicadeza, como si se tratara de una flor que si la aprietas muy fuerte puede romperse.

— Estoy feliz por eso... pero, ¿Qué va a pasar con los sentimientos de Maicol? —

— Hasta ahora vamos normal, nada cambió, el me respeta, y, te respeta. Así que no te preocupes, mi corazón siempre será tuyo.

Entonces con los últimos rayos del sol nos volvimos a besar, con deseo, como si lo necesitáramos para respirar. Nos separamos y, ella me sonrió, me iba a redetir me beso la mano y me derretí.

— Tengo algo para ti.— dijo rompiendo el silencio que se había formado. Mis ojos brillaron, amaba que Anne fuera detallista.

De su bolso de tela saco una pequeña caja color lavanda. La tomé en mis manos, mis mejillas se encontraban encendidas.

— Ábrelo. — Me pidió.

Lo abrí lento, me lleve una mano a la boca al visualizar lo que vi allí adentro. Una lámpara de una luna. Es preciosa.

— Anne... no se que decir. —

— No es necesario que digas nada, amor. Solo quiero que lo disfrutes, hoy cumplimos 5 meses juntas, y quería darte un detalle, después de los que me diste tu a mi. — Sonrió y me derretí otra vez.

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Edna Escalante
que bonito amor, así debe de ser el amor, sin prisas, sin presiones, sin ataduras, sin palabras, solo emociones y el sentir que alguien más te mira como tú miras a ese alguien
Edna Escalante
no sé comomes.vivir con autismo, pero si se cómo se siente cuando el mundo te aisla solo porque eres diferente, y duele más cuando de tu propia familia te hace sentir qué eres un estorbo y te quitan tu valor
Edna Escalante: eso si, hay de familias a familias y no siempre se apoya a un hijo con una discapacidad diferente, no solo con autismo, mucha a veces algunos prefieren dejar a ese hijo en abandono solo porque no saben cómo tratarlo
Kitty_flower: yo soy autista y se comí se siente serlo. aunque tengo siempre el apoyo de mi familia, pero no siempre te toca buena familia
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