Morí sin ruido,
sin gloria,
sin despedida.
Y cuando abrí los ojos…
ya no eran míos.
Ahora respiro con un corazón ajeno,
camino con la piel del demonio,
y cargo el nombre que el mundo teme susurrar:
Ryomen Sukuna.
Fui humano.
Ahora soy maldición.
Y mientras el poder ruge dentro de mí como un fuego indomable,
me pregunto:
¿será esta mi condena…
o mi segunda oportunidad?
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Capítulo 17 – El Minuto del Rey
La pregunta de Jogo
Las sombras danzaban sobre los muros del refugio maldito. La tensión era espesa. Jogo caminaba de un lado a otro, nervioso, mientras Kenjaku observaba desde lo alto de una plataforma ritual, las manos cruzadas detrás de la espalda.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Jogo finalmente—. ¿Cuánto tiempo tomará el control?
Kenjaku sonrió con esa calma perturbadora que lo caracterizaba.
—Un minuto.
—¿Un solo minuto? —Jogo entrecerró los ojos—. ¿Eso basta?
Kenjaku bajó lentamente las escaleras de piedra, acercándose a una caja sellada que vibraba como si un corazón latiera en su interior.
—Un minuto con Sukuna es más que suficiente para extinguir un ejército —respondió—. Pero escucha con atención, Jogo. Ese minuto debe ser cuando Victor pierda el conocimiento. Si está consciente, aún puede resistirse… aún puede mantener al Rey contenido.
—Entonces debemos esperar —dijo Jogo, entendiendo el plan—. Esperar a que lo dejen inconsciente… y entonces, yo le daré los dedos.
Kenjaku asintió.
—Y cuando los diez crucen su garganta… será él. No Victor. No un huésped. Sino Ryomen Sukuna en cuerpo y alma.
Jogo apretó los puños, con flamas crepitando.
—¿Y cuál es el siguiente paso?
Kenjaku se giró, y en su voz se sintió el eco del apocalipsis:
—Pedirle su ayuda. Sukuna debe ser parte de esto. Debemos convencerlo de unirse a mi plan… de exterminar a todos los hechiceros.
Mientras tanto…
Victor caminaba tambaleante en medio de las ruinas del distrito de Shibuya. La batalla lo había desgastado más de lo que quería admitir. Sangre corría por su frente. Su respiración era irregular. Los ecos de Sukuna seguían rugiendo en su mente, como un depredador esperando el momento de saltar.
—Cinco dedos… —murmuró—. No puedo seguir dependiendo de esto.
Pero algo no estaba bien.
Sintió una presencia. No una. Varias.
Cuando levantó la vista, vio un grupo de maldiciones de alto nivel rodeándolo. Eran seguidores de Kenjaku. Y al frente de todos… Jogo.
—Hola, portador —dijo el demonio llameante—. Tengo algo para ti.
Victor dio un paso atrás.
—¿Qué quieren de mí?
Jogo extendió una mano. Diez dedos. Los diez restantes. Oscuros. Corruptos.
El corazón de Victor se detuvo por un instante.
—No… no los quiero.
—No es una elección, mocoso —gruñó Sukuna desde su interior—. ¡DÉJAME COMERLOS!
Pero Victor apretó los dientes. Retrocedió. Las maldiciones lo rodeaban. Estaba agotado.
No podía permitirlo. No podía perder el control.
Pero su visión comenzó a oscurecerse.
Su cuerpo no resistía más.
Jogo lo notó y dio la orden.
—¡Ahora!
El minuto comienza
Victor cayó al suelo.
Con un movimiento rápido, Jogo empujó los diez dedos en su boca. Los sellos comenzaron a vibrar. La energía maldita se expandió en espiral.
Un temblor recorrió el aire. El cielo cambió de color.
Los ojos de Victor se abrieron… pero ya no eran suyos.
Cuatro ojos se iluminaron en rojo sangre.
La sonrisa apareció. Feroz. Letal.
—Ah… cuánto los extrañé.
Ryomen Sukuna había regresado.
Jogo cayó de rodillas.
—Sukuna… hemos venido a pedirte algo.
El Rey lo observó en silencio, con desdén.
—¿Pedirme?
—Sí. Kenjaku quiere que te unas a su plan. Matar a todos los hechiceros. Borrar la era del jujutsu.
Sukuna no respondió de inmediato. Solo se puso de pie, alzando sus cuatro brazos. Observó su cuerpo, flexionando sus músculos. Sentía cada rincón de su malicia regresar a su lugar.
—Podría matarte ahora mismo solo por decirme qué hacer —dijo con voz ronca.
Jogo tembló.
—Pero no lo harás, ¿cierto?
Sukuna lo miró. Sus ojos brillaban.
—No. Porque hay algo más divertido en todo esto.
Hizo una pausa.
—Si Kenjaku quiere una masacre… yo le daré una mejor. Una guerra.
Victor… atrapado
Dentro de su propia mente, Victor golpeaba las paredes de su prisión interior. Ahora él era el espectador. Sukuna tenía el control total.
—¡No! ¡Déjalo, Sukuna!
—Oh, Victor… ahora sí nos vamos a divertir —respondió el Rey, sin mirarlo.
Y mientras avanzaba entre los cuerpos de sus enemigos, su aura de destrucción crecía.
Ya no había compasión.
No había redención.
Solo el Rey Maldito caminando con su trono de huesos a cuestas.
Capítulo Diecisiete (Parte 2) – El Despertar del Rey
La risa de Sukuna retumbaba como un trueno por todo el pasillo sombrío, cargado de energía maldita. La tierra temblaba con cada una de sus palabras, como si la misma realidad temiera que aquel ser hubiese regresado por completo.
Frente a él, Jogo tragaba saliva, tenso.
Kenjaku permanecía de brazos cruzados, observando con una sonrisa ligera, como si ya hubiese anticipado cada reacción.
—Está bien —dijo Sukuna al fin, su voz resonando con un eco antiguo, cargada de autoridad y desprecio—. Les ayudaré… pero será a mi manera.
Hizo una pausa, mirando directamente a Jogo con sus cuatro ojos.
—Tú, maldición de fuego —continuó—. Si logras darme un solo golpe, les haré el honor de ayudarles. Voy a masacrar a todos los humanos en Shibuya… excepto a uno en especial.
Jogo abrió los ojos, entre confundido y asustado.
—¿A quién vas a dejar vivir?
Sukuna sonrió con una mueca maliciosa.
—A ese mocoso llamado Megumi Fushiguro. Tiene algo que me interesa… —sus ojos ardieron—. Nadie lo toca. Nadie se le acerca. Es mío.
Kenjaku asintió lentamente, entendiendo que no había forma de oponerse.
—Entonces… ¿aceptas?
Sukuna giró los hombros, haciendo crujir su cuerpo reconstituido.
—Claro… pero primero —alzó una mano y apuntó a Jogo—, hazme reír. Si puedes.
El Desafío
Jogo cargó su energía maldita de inmediato. Sus llamas ardían con todo su poder. Con un rugido, desató su técnica:
—Explosión volcánica.
La tierra bajo Sukuna se quebró y una columna de magma estalló hacia arriba, envolviéndolo por completo. Rocas fundidas y fuego cayeron como lluvia infernal.
Pero la risa volvió a escucharse.
Las llamas se disiparon lentamente… y Sukuna seguía ahí. Sin una sola quemadura. Sonriendo.
—¿Eso era todo? —susurró.
En un parpadeo, desapareció.
Jogo apenas alcanzó a ver su silueta antes de sentir el golpe. No… no un golpe. Un corte.
Su brazo izquierdo fue cercenado con una precisión quirúrgica.
Sukuna reapareció detrás de él, limpiándose la sangre con desdén.
—Fallaste.
Jogo cayó de rodillas. Pero Sukuna lo sostuvo por el cuello antes de que tocara el suelo.
—Pero al menos me diste algo de emoción —dijo—. Muy bien. Haré lo que quieren.
Shibuya… el campo de caza
La siguiente escena fue el infierno encarnado.
El cielo sobre Shibuya se tiñó de rojo. Las maldiciones comenzaron a invadir las estaciones subterráneas. Los humanos gritaban, corrían… y Sukuna descendió como un cometa de sangre, aterrizando en medio de la multitud.
—¡Hora de divertirnos!
Con un gesto, desató "Desmantelar". Un enjambre de cortes cruzó el aire como cuchillas invisibles, partiendo edificios, calles, cuerpos.
"Cortar" activado. Las maldiciones débiles fueron pulverizadas. Los hechiceros que intentaron responder… simplemente desaparecieron en trozos carmesí.
Y Sukuna no paraba. Reía.
Uno tras otro, usó sus técnicas como si fueran juguetes:
Kamino Fuga lanzó una flecha de fuego, borrando una calle completa.
Relicario Demoníaco surgió del suelo, devorando una zona entera de Shibuya.
Dentro del dominio, "Desmantelar" y "Cortar" se activaban automáticamente, sin descanso.
Nadie podía detenerlo.
Victor… aún dentro
Dentro del alma, Victor gritaba, impotente.
—¡Detente! ¡Sukuna, basta!
Pero el Rey se giró hacia él mentalmente, sonriendo como un dios cruel.
—¿No querías poder? Pues aquí lo tienes. Disfrútalo.
Victor observó cómo su cuerpo cometía atrocidades, cómo la sangre de inocentes manchaba sus manos sin que pudiera impedirlo.
Y entre los gritos y la muerte, sólo un pensamiento se repetía en su mente como un tambor:
“¿Qué he hecho…?”