Reencarne En Una Jodida Villana.

En la mansión del Ministro de Guerra, había llegado una carta del marquesado. En ella se informaba que la marquesa y su hija estaban en camino. El mayordomo, fiel sirviente de Aurelio, decidió enviarle una misiva contándole todo lo que había sucedido en su ausencia.

Al día siguiente de la partida del marqués, la marquesa se presentó en el palacio y fue expulsada por los guardias. Le prohibieron la entrada nuevamente. Había irrumpido en una fiesta de té organizada por la emperatriz e intentó humillarla, cosa que no resultó como esperaba. La emperatriz, junto con las damas de la alta sociedad, la humillaron y la tildaron de mentirosa y trepadora. A raíz de ello, la emperatriz le prohibió tanto a ella como a su hija la entrada al palacio y a cualquier otro evento por el resto de sus vidas. La marquesa había caído en la ruina y, por ello, decidió ir hasta donde se encontraba su esposo. No podía quedarse en Alfea, ya que se había convertido en la comidilla de la ciudad.

Aurelio, al terminar de leer la carta, suspiró. No podía creer la idiotez de su esposa. Se reunió con su hermano para contarle lo sucedido.

Fabián, al enterarse, habló con firmeza:

—Hermano, lamento decirte esto, pero esa mujer no se quedará en mi hogar.

Aurelio lo miró en silencio, y Fabián agregó:

—Camila ya nos contó lo que ella hizo para lograr comprometer a mi sobrina con su hijo, y también la diferencia con la que trataba a ambas. Tú y Camila son bien recibidos aquí, pero tu esposa y Natalia pueden quedarse en un hotel de la capital. No permitiré que esas mujeres vuelvan a maltratar a mi sobrina.

Aurelio sabía que su hermano tenía razón, pero aun así respondió:

—Lo entiendo. Buscaré una casa donde podamos instalarnos por un tiempo, hasta que Camila se case con el príncipe.

—Camila se queda conmigo. No permitiré que la vuelvan a tratar mal. Ella no estará sola otra vez.

—Fabián, entiendo que te preocupes por mi hija, pero me haces ver como si nunca me hubiera preocupado por su bienestar…

—¿Y no fue así?

Aurelio fulminó con la mirada a su hermano, pero este continuó:

—No te juzgo, sé que no podías tomar partido, ya que se trata de tu familia. Pero gracias a eso, tu esposa se aprovechó y le hizo mucho daño a Camila. Contra Natalia no tengo nada, también es mi sobrina, pero por lo que sé, es igual a su madre. Y no quiero perturbar la tranquilidad de mi hogar, menos ahora que mi esposa necesita descanso.

Aurelio suspiró y asintió con resignación.

—Muy bien, hermano. Camila se quedará aquí. Solo te pediré que me ayudes a encontrar un lugar donde quedarnos.

—Tranquilo, yo te ayudaré.

Sin más, los dos hombres continuaron hablando de otros asuntos y luego salieron a recorrer la ciudad para buscar un sitio adecuado donde instalarse temporalmente.

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En el palacio, Manuel se encontraba ocupado con sus deberes como príncipe heredero cuando Luis irrumpió en su oficina, claramente molesto.

Manuel levantó la vista y, tras volver su atención a los documentos, preguntó:

—¿Qué sucede ahora?

—Natalia está en camino.

Manuel alzó la vista, prestando atención a su primo, quien prosiguió:

—Mi madre me escribió. Dice que la marquesa y su hija, luego de que yo me fuera, decidieron venir también.

—¿Y? ¿Cuál es el problema? Ignórala y ya.

—Tal vez para ti sea fácil ignorar a las señoritas, pero yo me fui del imperio justamente para no tener que verla. A pesar de que me engañó, yo en serio estaba interesado en ella.

—Lo mío fue distinto. Yo no me involucré sentimentalmente con ellas. Además, tenía claro con qué intenciones se acercaban. Ahora que sabes la verdad, queda en ti si quieres seguir adelante. Tal vez ahora te jure que está enamorada de ti y hasta logre convencerte, pero… ¿podrás vivir con la duda de si su cariño es sincero?

Luis bajó la mirada y murmuró:

—Por eso me marché. Pero si ella viene, lo mejor será que me vaya otra vez…

—¿Y por qué tienes que estar huyendo? Tú no mentiste ni engañaste a nadie. Si ella quiere venir, demuéstrale firmeza en tu decisión. No te dejes manipular.

—Tienes razón. Eso haré. Gracias por tus consejos.

Manuel sonrió levemente y, algo dubitativo, añadió:

—Bueno… ahora necesito tus consejos.

—¿A qué te refieres?

—Como sabes, no tengo experiencia en relaciones a largo plazo. Me gustaría que me ayudaras… a conquistar a una mujer.

Luis alzó las cejas, sorprendido, y luego sonrió divertido.

—¿Quieres conquistar a la señorita Camila?

—Sí… no… bueno, quiero que vea en mí a alguien completamente comprometido con ella. Sé que mi fama me precede, pero quiero que se sienta segura de mis sentimientos, que sepa que no hay otra mujer que me interese más que ella.

—Wow… nunca pensé escuchar esas palabras de tu boca.

Manuel frunció el ceño:

—¿Me ayudarás o no?

—Jajaja, primo… eso no es tan fácil, aunque conociéndote, puede que sí lo sea.

Manuel lo fulminó con la mirada y Luis se corrigió:

—Está bien, no me burlaré más. Lo que debes hacer es mostrar interés en lo que a ella le gusta. Invítala a pasear, a pasar tiempo contigo, envíale detalles. Hazle saber que estás pensando en ella constantemente.

Manuel tomó una hoja en blanco y comenzó a anotar.

—¿Qué más?

—No lo sé, ¿qué hacías tú para conquistar a las señoritas?

—Nada. Ellas siempre me veían como un trofeo.

En su vida anterior, aunque era un hombre muy guapo, muchas mujeres se le acercaban por puro interés. Y aunque ahora su vida había cambiado drásticamente, en cuanto a relaciones se trataba, no era muy distinto. La única que parecía inmune a sus encantos era Oriana. Siempre había sido una mujer fuerte e independiente, que no necesitaba de sus conexiones ni su estatus para llegar adonde estaba. Ella lo trataba como un igual, sin esperar nada a cambio. Quizá eso fue lo que lo atrajo de ella. Era la única con la que podía ser genuino.

Sabía que, como él, ella vivía en un mundo donde debía cuidarse las espaldas de las falsas sonrisas y amistades fingidas.

Luis notó un destello de tristeza en la mirada de su primo, pero este lo ocultó rápidamente y con una sonrisa dijo:

—Por eso mismo, yo también me aprovechaba de ellas. Si se acercaban con segundas intenciones, ¿por qué no sacarles provecho? Que me llamen bastardo si quieren, pero ellas se acercaban por razones frívolas y malintencionadas.

Luis suspiró. Por un instante sintió compasión por su primo. Luego, sonriendo, dijo:

—Bien. Sabes lo que es la poesía, ¿no?

Manuel lo miró fulminante. Luis soltó una carcajada y añadió:

—Solo quería comprobar. Bien, lo que harás será lo siguiente…