Después de escapar de las brutalidades de mi manada, he estado viviendo en las sombras como humana durante años, tratando de olvidar el pasado y construir una vida nueva. Pero cuando una incursión real amenaza con desestabilizar todo, me veo obligada a enfrentar mis demonios y proteger a los inocentes que me han aceptado. No puedo permitir que me arrastren de regreso a esa vida de opresión y miedo. Kaiden el rey alfa descubre que soy su compañera predestinada. Desde entonces me persigue e insiste en que mi lugar está junto a él.
Pero me niego a pertenece a alguien y lucharé por mi libertad y por aquellos que me importan, sin importar el costo.
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La batalla contra el tiempo
Kaiden luchaba ferozmente contra Canserbero, pero noté que Canserbero estaba usando trucos sucios, intentando atraerlo hacia trampas.
—¡Kaiden, cuidado! ¡Está intentando llevarte hacia las sombras!—
Kaiden giró su cabeza hacia mí, con una chispa de gratitud en sus ojos, y con una maniobra sorprendente, esquivó un golpe mortal que Canserbero le lanzó.
En ese momento, uno de los guardias restantes se lanzó hacia mí con una daga. No tuve tiempo de esquivar por completo. Sentí un ardor agudo en mi brazo, pero antes de que pudiera reaccionar, Kaiden estaba allí. Con un movimiento relámpago, desarmó al guardia y lo lanzó contra sus compañeros.
—¡Adeline!— exclamó, corriendo hacia mí.
—Estoy bien— dije, aunque el dolor comenzaba a hacerse más intenso. Miré mi brazo, donde la tela de mi ropa estaba rasgada y teñida de rojo.
Canserbero aprovechó la distracción. Y se volvió a lanzar contra Kaiden, esta vez con una ferocidad renovada. La lucha entre los dos Alfas era brutal, una danza mortal de poder y furia.
Pero yo no iba a ser una espectadora pasiva. A pesar de la herida, me levanté, con mi mirada fija en Canserbero. Vi una oportunidad. Mientras Canserbero estaba concentrado en Kaiden, yo me moví sigilosamente hacia una de las antorchas que iluminaban la sala. La agarré por el mango, sintiendo el calor en mi mano.
Cuando Canserbero intentó un nuevo ataque, yo me lancé hacia él, no para golpearlo directamente, sino para crear una distracción mayor. Con un grito, arrojé la antorcha encendida hacia un montón de telas y objetos inflamables en una esquina de la sala.
Las llamas prendieron rápidamente, extendiéndose con voracidad. El pánico se apoderó de los guardias de Canserbero.
El caos se desató.
—¡Fuego!— gritaron algunos.
Canserbero se giró.
La distracción funcionó.
Kaiden aprovechó el momento, desarmando a Canserbero con un golpe certero. El Alfa cayó de rodillas, y su arma rodó por el suelo.
—Esto no ha terminado, Kaiden— siseó Canserbero, con su mirada llena de odio.
—Para ti, sí— respondió Kaiden, —Ahora, Adeline, vamos—
Me tendió la mano, y a pesar del dolor en mi brazo, la tomé con todas mis fuerzas. Juntos, salimos de la fortaleza en llamas, dejando atrás a un Canserbero derrotado y a sus hombres sumidos en el caos, mientras eran arrestados por los oficiales del reino.
El aire fresco de la noche nunca se sintió tan dulce.
Estaba libre.
Estaba con Kaiden.
Dos meses después.
El sol de la mañana se filtraba por las altas ventanas del palacio, el sueve y caliente sol me despertó.
El aire olía a tranquilidad, a paz.
Dos meses…
Dos meses desde que Canserbero fue derrotado y su pequeño y devastado reino comenzó a sanar, en liderazgo de alguien más noble.
Mi brazo, que una vez ardía con el dolor de la daga, ahora era solo una cicatriz tenue, un recordatorio de la lucha, pero sobre todo, de mi propia fuerza.
Kaiden había insistido en que me quedara, con esa terquedad suya que a veces me sacaba de quicio pero que ahora me enternecía.
Al principio, dudé. Mi vida siempre había sido sobre moverme, sobre la libertad de no tener ataduras. Pero luego pensé en Lili y Surley. Ellas también merecían un respiro, una oportunidad de vivir sin el miedo constante. Y mientras Rick estuviera ahí fuera, buscando venganza, sabía que mi presencia cerca de Kaiden, cerca de este lugar, podría ser una forma de protegerlas a ellas, y una nueva forma de construir algo nuevo.
Respecto a nuestra relación… bueno, eso sigue siendo algo complicado aún por mi desconfianza, y mi libertinaje, pero eso también había florecido de una manera inesperada y sin forzarla.
Kaiden aprendió.
Aprendió que no podía doblegarme, que mi espíritu era indomable. Y en esa aceptación, en ese respeto por mi libertad, encontré algo que nunca creí que buscaría: una conexión genuina. Ya no éramos solo aliados en la batalla, éramos… algo más. Algo que me hacía sonreír cuando lo veía, algo que me hacía sentir segura en su presencia, y no por su poder, sino por la persona que era cuando estaba conmigo.
Salíamos.
Sí, seguíamos saliendo.
A las aldeas que aún necesitaban ser liberadas de tiranos como Canserbero, y a los rincones olvidados del reino donde la esperanza se había apagado.
Me encanta.
Me encanta ver la gratitud en los ojos de la gente, sentir que estábamos marcando una diferencia. Y me encanta hacerlo a su lado.
Caminar a su lado, no como una posesión o una debilidad, sino como una compañera.
Hoy, el plan era visitar una pequeña aldea en las montañas del norte. Habían reportado extraños disturbios, rumores de un nuevo líder autoritario que estaba oprimiendo a los aldeanos.
Me vestí con mi ropa de montar, práctica y cómoda, me aseguré de que mi daga estuviera bien sujeta. Kaiden ya me esperaba en el patio, su imponente figura destacaba incluso entre los guardias.
El Rey Alfa, el Lycan más poderoso del reino. Sí, esa era su etiqueta, su poder. Pero para mí, era simplemente Kaiden. El hombre que me miraba con una intensidad que me hacía sentir vista, y el hombre que había aprendido a amar mi espíritu libre.
Si, el cada día trataba de demostrarme lo especial que yo era para él, y no soy ciega yo también lo veo, pero le pedí espacio, no para que se alejara sino para que me permitiera sobre la confianza que ya le tenía construir ese amor que el ha sentía por mi.
—¿Lista?— preguntó, con su voz profunda y resonante, pero con un matiz de calidez que solo era para mí.
Sonreí, sintiendo esa familiar chispa de emoción. —Siempre, Kaiden. Siempre—
Me acerqué a él, y antes de subir a mi caballo, me dio un beso suave en la frente. Un gesto pequeño, pero que significaba tanto. Era una promesa silenciosa. Una promesa de respeto, de apoyo, de ese entendimiento mutuo que habíamos construido juntos, ladrillo a ladrillo, batalla a batalla.
Mientras cabalgábamos hacia las montañas, con el viento en mi rostro, sentí una profunda gratitud con la luna.
Había luchado por mi libertad y la había encontrado. Lo más sorprendente de todo es que en el proceso, había encontrado a alguien con quien compartirla.
No me importa su título, ni su poder. Lo que me importa es su corazón, y el mío, que ahora latía al unísono con el suyo en esta nueva aventura.