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Mis Mejores Errores

Mis Mejores Errores

Status: En proceso
Genre:Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Reencuentro / Dejar escapar al amor / Romance entre patrón y sirvienta
Popularitas:1.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Milagros Reko

Alison nunca fue la típica heroína de novela rosa.
Tiene las uñas largas, los labios delineados con precisión quirúrgica, y un uniforme de limpieza que usa con más estilo que cualquiera en traje.
Pero debajo de esa armadura hecha de humor ácido, intuición afilada y perfume barato, hay una mujer que carga con cicatrices que no se ven.

En un mundo de pasillos grises, jerarquías absurdas y obsesiones ajenas, Alison intenta sostener su dignidad, su deseo y su verdad.
Ama, se equivoca, tropieza, vuelve a amar, y a veces se hunde.
Pero siempre —siempre— encuentra la forma de levantarse, aunque sea con el rimel corrido.

Esta es una historia de encuentros y desencuentros.
De vínculos que salvan y otros que destruyen.
De errores que duelen… y enseñan.
Una historia sobre el amor, pero no el de los cuentos:
el de verdad, ese que a veces llega sucio, roto y mal contado.

Mis mejores errores no es una historia perfecta.
Es una historia real.
Como Alison.

NovelToon tiene autorización de Milagros Reko para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 15- "Noche fria"

Capítulo 15- Noche fría

Santiago no sabía si era la cerveza, que ya empezaba a subírsele a la cabeza, lo que lo hacía pensar así. Tal vez era el ambiente cálido del bar, el bullicio amortiguado de las conversaciones ajenas, o el contraste con el frío cortante que los esperaba afuera. Tal vez era ella. Había algo en Alison que lo desarmaba, como si cada gesto suyo tuviera la capacidad de arrancarle una ternura inesperada. No era el tipo de sensación a la que estuviera acostumbrado; más bien lo tomaba por sorpresa, lo sacaba de su pose irónica de siempre.

La miró de reojo mientras ella hablaba con entusiasmo sobre una anécdota del trabajo, exagerando con las manos y dejando escapar risitas que contagiaban. Sus pies colgaban de la banqueta, balanceándose suavemente, y él no pudo evitar fijarse en lo adorable que se veía así, como si fuera un instante suspendido en el tiempo. Hubiera querido congelar esa imagen, guardarla para después, pero sabía que el reloj seguía corriendo.

Desvió la mirada hacia su vaso, tomó un sorbo largo de cerveza y respiró hondo. Se repitió a sí mismo que no era una cita, que no debía verlo de esa manera. Solo era una salida de amigos, nada más. Pero algo en el ambiente, en el modo en que la conversación fluía, en la chispa que se encendía cada vez que sus ojos se cruzaban, le decía que, al menos para él, aquello ya había dejado de ser solo amistad.

Santiago se encontró observándola en silencio unos segundos más, como si buscara en su rostro una señal que no quería perder.

—Es curioso, ¿no? —dijo al fin, con voz serena—. El tiempo pasa distinto cuando uno está bien. Se vuelve tramposo… se escapa como si supiera que no queremos que termine.

Alison lo miró con atención. Había en esas palabras una verdad que sentía demasiado cercana.

—Y después uno se queda pensando en lo que no dijo —agregó ella, bajando un poco la voz—. En lo que podría haber sido si durara un poco más.

Él asintió con una sonrisa breve.

—Quizás por eso vale la pena. Porque es breve. Si fuera eterno, no tendría la misma intensidad.

Los ojos de Alison se encontraron con los suyos, sosteniéndolos un segundo más de lo necesario.

—¿Y qué hacés cuando algo te gusta tanto que no querés que termine?

Santiago sonrió, no con los labios, sino con la mirada.

—Te asegurás de que no sea la última vez.

Alison bajó la vista, como si esas palabras hubieran tocado un rincón que prefería no explorar.

—Hasta pronto entonces —susurró, esbozando una sonrisa tenue.

—Hasta pronto, Alis.

El frío los envolvió apenas cruzaron la puerta del bar. No era un frío cualquiera: era el tipo de viento nocturno que se mete por las costuras de la ropa y cala hasta los huesos. Sin embargo, lo que más pesaba no era el clima, sino el silencio que se extendió entre ellos al separarse unos pasos.

Santiago no quería que se fuera así. No quería que la noche terminara con esa sensación de vacío que suele quedar después de una buena conversación.

—No puedo permitir que andes sola —dijo de pronto, con una seriedad impostada, como cada vez que estaba a punto de decir una pavada.

Alison lo miró arqueando una ceja.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Acompañarme hasta mi casa como un caballero del siglo XIX?

Él se encogió de hombros, sonriendo con picardía.

—Mirá, no tengo caballo ni capa, pero me las arreglo. Además, no sería la primera vez que salvo a una damisela en apuros. Bah… en realidad sería la primera, pero suena bien, ¿no?

La risa de Alison se mezcló con el aire helado. Ese humor sarcástico, casi teatral, era una de las cosas que más disfrutaba de él.

—Estás exagerando. Sé cuidarme sola, ¿eh?

—Claro, claro… Pero viste cómo es la noche: oscura, traicionera y llena de piropos de dudoso gusto. Y si alguien se atreve a molestarte, yo le doy charla hasta que se arrepienta de haber nacido.

Ella rió con más ganas todavía.

—Bueno, entonces acompáñame, Don Quijote.

—Con gusto —respondió él, ya ajustándose la chaqueta—. Pero aviso: si hace frío, no pienso darte mi campera. La caballerosidad tiene límites.

El trayecto hacia la parada del colectivo se volvió un escenario inesperadamente íntimo. La ciudad parecía haberse aquietado; solo quedaban algunos murmullos lejanos, las luces titilantes de los postes y el viento que soplaba con insistencia. Caminaban casi al mismo ritmo, y de vez en cuando Santiago rompía el silencio con comentarios al pasar, como si quisiera alargar un poco más esa caminata.

—Uno de mis pendientes —dijo de pronto, mirando al frente— es escribir un libro. Quiero ambientarlo en la mitología griega. Todo está en mi cabeza, pero todavía no lo puse en papel.

Alison lo miró con sorpresa. No solo porque la idea le parecía fascinante, sino porque había en su voz un matiz de pasión y determinación que lo hacía ver distinto, más auténtico.

—Eso suena increíble —dijo, acelerando un poco el paso para caminar a su lado—. ¿Tenés pensado cómo lo vas a estructurar?

Él sonrió de costado.

—Más o menos. Solo me falta tiempo… y un buen final. Siempre me han atraído esos héroes y dioses, tan poderosos y tan vulnerables al mismo tiempo.

Alison asintió, impresionada. Había algo magnético en escuchar a alguien hablar de lo que realmente lo mueve.

—Es una idea ambiciosa —comentó—. Seguro lo lográs.

Un viento más fuerte los obligó a encogerse un poco. Alison se abrazó a sí misma.

—Creo que subestimé el frío… debí traer otro suéter.

Santiago la miró de reojo, con esa expresión entre seria y burlona.

—¿No trajiste otro suéter? Qué impredecible, Alison. Siempre marcando tendencia con tu “look invierno chic”. Cuando te resfríes, no me vengas con quejas.

—¿Así que ahora sos experto en moda? —replicó ella, divertida—. Te prometo que si me afecta, serás el primero en enterarte.

Él fingió una reflexión profunda antes de contestar:

—Seguro estás esperando que te ofrezca mi chaqueta, como el caballero de manual. Pero no, yo no caigo en clichés.

—¿Ah, no? ¿Y cómo pensás salvarme entonces?

Santiago adoptó una expresión de falsa solemnidad.

—Lo mío es más exclusivo. Esta chaqueta es casi una obra de arte. Prestarla sería como revelar el código secreto del universo.

Alison soltó una carcajada.

—¡Vaya! Entonces cuando acepte entraré al selecto “club de la chaqueta Santiago”.

—Exacto. Pero cuidado: los miembros deben tolerar sarcasmo extremo y discusiones filosóficas a cualquier hora.

—Lo sospeché desde un principio —respondió ella, con una sonrisa ladeada—. ¿Sabías que estás haciendo mi vida mucho más interesante?

Él se encogió de hombros.

—Mi humilde aporte a la humanidad. Y todo por un par de cervezas.

La conversación ligera los envolvía en una burbuja cómica que hacía olvidar por momentos la temperatura. Sin embargo, en cada cruce de calle, Alison lo miraba de reojo con esa chispa en los ojos que hablaba más que cualquier palabra. Santiago lo notaba, claro que sí. Y aunque intentaba recordarse que ella tenía pareja, cada gesto lo empujaba un poco más hacia un terreno del que no sabía si quería salir.

Se detuvieron bajo un farol, esperando el colectivo. La luz amarillenta caía sobre ellos, y el silencio que se instaló parecía distinto: ya no era cómodo, era expectante. Santiago la miró fijo, buscando una última señal. El corazón le latía con fuerza, dividido entre la razón que le gritaba que se contuviera y el impulso que pedía rendirse.

Alison sostuvo su mirada apenas un instante, pero fue suficiente.

Con un gesto suave, él tomó su rostro entre las manos y la besó.

Fue un beso cargado de todo lo que habían callado: intenso, profundo, inevitable. Por unos segundos, el mundo desapareció. No había frío, ni ciudad, ni colectivos que pasarían pronto. Solo estaban ellos dos y esa certeza de que algo había cruzado un límite.

Al separarse, quedaron con la respiración agitada, los ojos brillando de deseo y confusión. No había arrepentimiento en ninguno de los dos, solo esa extraña mezcla de vértigo y alivio. Santiago, aún con la frente apoyada en la de ella, murmuró:

—No quiero que te vayas.

Alison lo abrazó fuerte, como si no quisiera soltarlo.

—Mañana —susurró.

El rugido del colectivo interrumpió el instante. Ella subió, se acomodó entre la gente y le dedicó una última mirada antes de perderse en el interior iluminado.

Santiago quedó quieto bajo el farol, con las manos todavía tibias del contacto y el frío de la noche mordiéndole los hombros. Por primera vez en mucho tiempo, el invierno no le pareció tan áspero. Sonrió para sí mismo con la certeza de que esa noche no era un final, sino el principio de algo que ya no podían evitar.

1
Milagros Reko
me gusto
Yoichi Hiruma
Quiero más, no te detengas😣
Laelia
Deseando que publique mas cap ahora mismo
Milagros Reko: ¡Muchas gracias por tu comentario! Me hace feliz saber que estás disfrutando de la novela. ¡El próximo capítulo llegará pronto!
total 1 replies
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