Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 15
ESE MISMO DÍA, MÁS TARDE…
El campo de entrenamiento había cambiado. Las armas habían sido reemplazadas por círculos de invocación, piedras de energía y pergaminos arcanos dispuestos sobre una mesa rústica. El aire olía a incienso y polvo de cristal. Regulus se encontraba frente a Neftalí, con su túnica ondeando al viento y el ceño fruncido.
—Concéntrese —ordenó con firmeza—. La magia no es fuerza bruta ni impulso emocional. Es un flujo que se canaliza con voluntad, disciplina y claridad mental.
Alexandra tenía las cejas fruncidas, la mano extendida frente a una antorcha que debía encender solo con su energía. Pero no pasaba nada. Solo sentía un cosquilleo, un zumbido sordo en la palma. Respiró hondo, intentó una vez más, y de nuevo… nada.
—Estoy intentándolo —respondió, con frustración en la voz.
—Intentar no basta —replicó el mago, cruzándose de brazos—. Necesita sentir el maná como una extensión de su cuerpo. ¿Acaso no escucha el eco de su propia energía?
—No —admitió ella, dando un paso atrás—. Solo siento… silencio.
Regulus bufó y se alejó un par de pasos, frotándose la frente.
—Los dioses me castigaron con una aprendiz sin oído mágico. Esto será más difícil de lo que pensé…
Alexandra apretó los puños. No estaba acostumbrada a fracasar, y mucho menos a ser tratada como si no sirviera. Pero no respondió. Se sentó junto a uno de los círculos mágicos y tomó un pergamino. Si no podía canalizar, al menos aprendería la teoría.
Regulus se marchó, murmurando algo sobre “practicar lo básico sola hasta que despierte algo en ella”.
El sol descendía lentamente cuando el príncipe Alcides se le acercó, con una sonrisa tímida y una pequeña chispa titilando entre sus dedos.
—¿Puedo sentarme?
Alexandra levantó la vista, sorprendida. Asintió en silencio. Él se acomodó a su lado, dejando que su fuego bailara en su palma abierta.
—Yo también tardé mucho en controlar esto —dijo, observando la llama como si le hablara—. Durante semanas no lograba ni una chispa. Mi abuela decía que era porque pensaba demasiado… que intentaba controlar la magia con la cabeza, cuando en realidad debía hacerlo con el corazón.
—¿Con el corazón? —repitió ella, escéptica.
—Sí. Porque la magia no obedece órdenes… responde a emociones sinceras. A tu esencia. ¿Tú por qué quieres aprender a usarla?
Alexandra bajó la mirada, pensativa. Luego respondió con voz baja, casi para sí misma:
—Porque quiero dejar de sentirme vulnerable… Quiero protegerme. Quiero proteger a los que… me importan.
Alcides sonrió.
—Entonces prueba esto. No pienses en encender la antorcha. Piensa en lo que harías si alguien a quien amas estuviera atrapado en la oscuridad. No busques controlar la magia… déjala venir a ti.
Ella cerró los ojos. Esta vez no pensó en fuego, ni en hechizos. Pensó en la oscuridad. En la sensación de estar sola. En su vida pasada, cuando con su hermano Leonardo tuvieron que tomar el liderazgo de la organización, los ataque y atentados que sufrieron... y cuando su hermano murió en sus brazos, sin que ella pudiera hacer nada para ayudarlo.
Abrió los ojos. La antorcha ardía.
Alcides aplaudió en silencio, con una sonrisa iluminada.
—¿Ves? No era tan difícil…
Alexandra lo miró, entre asombrada y nostálgica por tener que utilizar ese recurso para poder conectar con su poder, pero aun así dijo.
—Gracias…
Desde la distancia, Regulus los observaba oculto entre las sombras de una columna, con los brazos cruzados y una sonrisa apenas perceptible. No diría nada aún… pero sabía que esa chispa era el inicio de algo mucho más grande.