Griselda murió… o eso cree. Despertó en una habitación blanca donde una figura enigmática le ofreció una nueva vida. Pero lo que parecía un renacer se convierte en una trampa: ha sido enviada a un mundo de cuentos de hadas, donde la magia reina… y las mentiras también.
Ahora es Griselda de Montclair, una figura secundaria en el cuento de “Cenicienta”… solo que esta versión es muy diferente a la que recuerdas. Suertucienta —como la llama con mordaz ironía— no es una víctima, sino una joven manipuladora que lleva años saboteando a la familia Montclair desde las sombras.
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capítulo 14
Mientras el príncipe Filip acariciaba con dulzura la mejilla de Griselda, buscando calmar la tormenta que su hermana Lucinda había desatado, dentro de la mansión Montclair se vivía otra escena muy distinta.
—¡Madre, no puedés encerrarme! —gritó Lucinda mientras bajaba por las escaleras de piedra que conducían al sótano.
—Claro que puedo —respondió la duquesa Evelyne con tono seco y firme, caminando detrás de ella con la paciencia agotada—. Lo he hecho antes, y créeme, me cuesta menos cada vez que lo haces merecedor.
Lucinda giró indignada, con lágrimas en los ojos.
—¡Esto es abuso! ¡Soy una dama!
—Eres una vergüenza, Lucinda —espetó Evelyne, abriendo la pesada puerta de madera—. Tu comportamiento fue bochornoso. Intentar seducir al prometido de tu hermana, en el jardín, levantándote la falda como si fuera una subasta de muslos... ¡Delante de los sirvientes! ¡Delante del príncipe!
Lucinda se cruzó de brazos y murmuró, molesta:
—¡Pues al menos yo luzco bien cuando levanto la falda!
Evelyne no respondió. Solo la empujó con delicadeza (y una pizca de desprecio) dentro del sótano y cerró la puerta con un ruido seco que resonó como una sentencia.
—Nadie abre esta puerta hasta el día después de que Griselda se haya marchado —ordenó a la criada que esperaba cerca—. No quiero arriesgar su partida por los arrebatos de esta lunática.
La criada asintió y se alejó apurada, dejando a Lucinda pateando la puerta por dentro y gritando:
—¡¡ESTO ES UNA INJUSTICIAAAAA!!
***
Tres días después, el cielo amaneció despejado y el aire olía a despedida.
La caravana del príncipe Filip llegó a la mansión Montclair puntualmente. Siete carruajes adornados con los colores de la casa real de Marbella, dos escoltas y un caballo de obsequio para Griselda, blanco y brillante como la primera nevada.
Anastasia, vestida con un abrigo rosa y un moño flojo en la cabeza, caminaba de un lado a otro como madre nerviosa, aunque claramente la que partía era su hermana.
—No puedo creer que ya te vas… ¿Qué haré sin tus gritos por las noches? —bromeó mientras fingía llorar.
Griselda le dio un empujón suave y se rió.
—Seguro dormirás como una reina en cuanto me vaya, admitelo.
La duquesa Evelyne, de pie junto al carruaje principal, miraba a su hija mayor con una mezcla de orgullo, nostalgia y un poco de ansiedad materna.
—¿Llevás todo? ¿Los documentos? ¿Las cartas que te di para la reina? ¿La loción para los calambres?
—¡Sí, madre! —contestó Griselda, subiéndose el bolso al hombro—. No voy a la guerra, voy a comprometerme.
—Que a veces es peor —murmuró Evelyne, y ambas hermanas rieron.
Santiago, el ministro de guerra y ahora novio declarado de Anastasia, apareció por el jardín para la despedida. Se mantuvo a un lado, respetuoso pero con los ojos clavados en Anastasia, como si quisiera que el viaje fuera rápido solo para empezar a planear el suyo.
Anastasia lo notó y dijo, sin pensarlo demasiado:
—Yo viajaré cuando tú y el príncipe estén oficialmente comprometidos.
Griselda giró a verla, sorprendida.
—¿En serio?
—En serio. No puedo quedarme aquí cuando mi hermana vive en un castillo. Quiero ver con mis propios ojos cómo arruinás un banquete real con un chiste inapropiado.
Griselda rió y, por primera vez, sintió un nudo en el pecho. Se acercó a ambas y las abrazó con fuerza.
—Cualquier cosa que pase… me avisan. Y vendré por ustedes de inmediato.
La duquesa y Anastasia se miraron entre sí, algo confundidas.
—¿Y qué podría pasar? —preguntó Evelyne.
—No lo sé… —Griselda se encogió de hombros—. Tal vez Lucinda se escape, tal vez el príncipe Filip descubra que ronco… O peor… ¡que no me gusta el marisco!
—¡Griselda! —soltó Anastasia entre risas—. ¡No digas eso! ¡Vas a vivir en Marbella, está rodeado de mar!
—Entonces mejor empiezo a practicar mi cara de "mmm qué rico" —bromeó.
Filip apareció por fin, montado en su caballo, con un porte regio y una sonrisa que iluminaba todo su rostro. Al ver a Griselda, alzó la mano y saludó con entusiasmo.
—¿Estás lista para tu viaje? —preguntó desde lo alto.
Ella lo miró con picardía.
—Listísima. Pero que sepas que me duermo durante los viajes largos, así que si ronco… no me despiertes.
Filip rió y bajó del caballo solo para tomarle la mano.
—Prometido.
La duquesa Evelyne los observó, y con voz baja y calmada, dijo:
—Cuídela bien, príncipe Filip. Puede parecer ruda… pero es la joya más valiosa de mi vida.
Filip asintió solemnemente.
—No hay peligro. Yo mismo me encargaré de que su risa nunca se apague.
Las tres mujeres se abrazaron una última vez. Un abrazo apretado, cálido, con olor a despedida, promesas y un poco de perfume demasiado dulce que Griselda siempre usaba de más.
—Voy a extrañarlas —dijo con voz ronca.
—Nosotras también, pero te queremos feliz… y bien vestida —añadió Evelyne, limpiándole una manchita invisible del hombro.
La puerta del carruaje se cerró. El príncipe la ayudó a subir y se acomodó a su lado. El resto de la comitiva montó, y con una señal, los caballos comenzaron a avanzar.
Desde la ventana, Griselda sacó la cabeza y gritó:
—¡Que alguien le tire una galleta a Lucinda por mí!
Y desde la cocina, una sirvienta alzó el pulgar. Ya lo tenía planeado.
***
Y mientras la caravana se alejaba hacia el puerto, en el sótano oscuro y polvoriento, Lucinda pateaba la puerta una vez más.
—¡No pueden dejarme aquí! ¡YO TAMBIÉN QUIERO UN PRÍNCIPEEE!
Pero las paredes no respondían. Afuera, la historia de su familia avanzaba… y por primera vez, no era ella la protagonista.