Entre Cadenas Y Videojuegos

El amanecer llegó sin que pudiera pegar un ojo. La noche anterior había sido un caos. La llamada de María, la discusión con Elías, sus palabras llenas de reproches… todo daba vueltas en mi cabeza. No pude dormir solo de pensar en esta situación. Sentía los párpados pesados, pero el corazón igual de inquieto.

Mi mamá seguía dormida en la silla junto a la ventana. Mariana no había venido aún, porque sabía que le tocaba trabajar temprano pero en la tarde llegaría. Y yo seguía abrazada a mi teléfono, esperando. Como siempre.

A las siete de la mañana, recibí un mensaje. Era de él.

-“¿Estás despierta corazón?”

Mi estómago se encogió.

-“Sí.”

No tardó en llamar. Contesté sin pensarlo. Elías apareció en la pantalla, despeinado, con ojeras profundas, pero con una expresión distinta. Ya no estaba furioso. Se veía… cansado y su expresión se notaba que no había dormido en toda la noche de pensar en la situación.

—Amor… —susurró—. Perdóname.

Sentí un nudo en la garganta.

—¿Por qué?

—Por cómo te hablé anoche. No debí decirte esas cosas. Me pasé. No tienes la culpa de nada… estoy hecho un desastre, y tú siempre acabas pagando por mis enojos. Lo siento. Es que tú no sabes lo duro que fue mi infancia y me desquite contigo. Prometí que jamás derramaría una lágrima por mí y creo que nunca cumplí mi promesa.

Bajé la mirada.

—Solo no quiero que te hagas daño, Elías. Quiero lo mejor para tí.

Asintió, suspirando.

—Lo sé. Mi mamá me contó que te llamó. Gracias por contestarle. Y por hablar conmigo. No sé qué me pasa, corazón… a veces siento que voy a explotar. Pero tú siempre sabes cómo calmarme. Te necesito tanto, amor… y no me gusta sentirme así. Necesito tu cariño y amor a mi lado por favor nunca me falles y abandones, porque yo te amo mucho más que a mí propia vida.

Mis ojos se humedecieron.

—Yo también te necesito… pero no así. Te necesito fuerte y que empieces a madurar para que nuestros hijos, no sufran por tus comportamientos hacia mí.

Elías sonrió, débil.

—Lo sé. Te prometo que voy a tranquilizarme. Que voy a intentar estar bien. Por ti y debo mejor por el bien de nuestra futura familia, necesito ser buen esposo, padre, hijo, nieto y hermano. Por el bien de todos.

—Hazlo por ti —corregí.

—Por mí… y por ti —repitió.

Nos quedamos en silencio unos segundos. Fue un silencio diferente. No había gritos, ni reproches. Solo dos personas que están rotas intentando sostenerse. Pero en el fondo de mi corazón sabía que nunca cambiaría este tipo de comportamientos, si así es con los papás como será conmigo, trataba de convencerme que conmigo sería diferente.

Antes de colgar, me dijo en voz baja:

—Te amo mucho mi Isabelita.

—Yo también mi chinito—susurré.

Colgó.

Minutos después, entró una llamada de María. Contesté con nervios, pero su voz sonó mucho más tranquila.

—Isabella… te quiero agradecer. Desde que hablaste con él, se calmó. Hoy se levantó temprano, desayunó toda su merienda y dijo que iba a ir a la universidad con su papá. No sabes cuánto te lo agradezco, hija.

Me mordí el labio.

—Solo quiero que esté bien, señora. Lo hago por el bienestar de su hijo.

—Lo sé. Eres un ángel para él, hija. No sé qué haríamos sin ti. Tienes carácter para controlar a mi hijo y eso que yo soy la mamá, ese trabajo debería ser para mí.-sonreia

Sentí un vacío extraño. Porque en el fondo sabía que esa frase que tantas veces me decían… no era un halago. Era una condena que a partir de ese día mi trabajo fuera controlar a Elías.

Colgamos. Me recosté en la cama, mirando el techo, respirando hondo. Por primera vez en días, el ambiente parecía calmarse. Como si la tormenta hubiera cedido… aunque yo sabía que, tarde o temprano, volvería.

Porque así era Elías.

Y porque yo… seguía ahí.

Aún es incapaz de soltar.

Porque yo lo ame con todo y sus defectos.