Nunca pensé que mi vida empezaría a desmoronarse por una simple sonrisa.
Una sonrisa joven, llena de confianza, que me desarmó sin el menor esfuerzo. Solo era una tarde común, una clase cualquiera. Yo, con mis libros, mis papeles, mi matrimonio de fachada y la máscara que llevo años usando para sobrevivir en el papel que el mundo me impuso.
Pero cuando ella entró al salón, con ese aire despreocupado y esa voz dulce llamando a mi hija por su nombre… todo dentro de mí tembló.
Ella era solo la mejor amiga de mi hija. La chica que almorzaba en mi casa, que reía fuerte en la sala, que compartía historias de la universidad en la terraza mientras yo fingía no escuchar. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron en el pasillo de la universidad, algo cambió.
Ella me miró como si ya supiera más de mí que lo que yo misma me atrevía a admitir.
Soy profesora. Estoy casada. Y no he salido del clóset.
Ella es mi alumna.
Y es todo aquello que he ocultado ser durante toda mi vida.
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Capítulo 15
Siguiente Capítulo
Sofía mantuvo la mirada fija en Julia, la respiración entrecortada.
Parecía querer decir algo, pero las palabras no salían.
—Sé que debes estar sintiéndote... perdida —comenzó Julia, la voz baja, vacilante—. Y tienes todo el derecho. Es mucho para entender de golpe...
Se pasó la mano por el propio brazo, como intentando encontrar valor en sus propias palabras.
—Pero quería que supieras... —Julia se detuvo, tragando el llanto—. Nada de lo que pasó fue planeado. Nada fue para lastimarte.
Sofía cerró los ojos, sintiendo el dolor pulsar aún más fuerte.
—Crecí pensando que conocía a mi madre... —murmuró, la voz quebrada—. Y ahora parece que no sé nada.
Julia se acercó un poco más, pero respetó su espacio.
—La conoces, Sofi. Claro que la conoces.
Es la misma madre que te ama más que a nada. La misma mujer que hizo de todo para ser perfecta para ti... Solo que ella olvidó ser verdadera consigo misma.
Sofía abrió los ojos, encontrando la mirada sincera de Julia.
Había tanto amor allí. Tanto dolor también.
—Tengo rabia, Julia —confesó, las lágrimas volviendo—. Pero no de ella.
—¿De qué, entonces? —preguntó Julia, con cuidado.
—De todo —sollozó Sofía—. De tener que crecer tan rápido. De descubrir que la vida no es tan simple. De ver que hasta el amor duele.
Julia se acercó aún más y, en un gesto instintivo, tomó su mano.
—El amor duele, a veces. Pero también cura, Sofi.
—¿Cómo voy a mirarla ahora? —preguntó la niña, el miedo rasgando su voz—. ¿Cómo?
Julia sonrió, triste y dulce.
—De la misma forma que siempre la miraste. Con amor.
Solo que ahora... con los ojos más abiertos. Con el corazón más fuerte.
Sofía respiró hondo, intentando absorber. Intentando aceptar.
—¿La amas? —preguntó de repente, la voz tan pequeña que parecía quebrarse.
Julia no dudó.
—Con todo mi corazón.
Sofía miró a Julia durante largos segundos.
Entonces, finalmente, soltó un suspiro pesado, como si estuviera dejando salir el dolor junto con él.
—Entonces... —dijo, bajito— cuídala.
Julia sonrió, emocionada, apretando con delicadeza la mano de Sofía.
—La cuidaré. Te lo juro.
Se quedaron así, en silencio, solo sintiendo la presencia la una de la otra.
El dolor aún estaba allí, pero ahora dividido —y por eso, un poco más ligero.
Abajo, Elisa continuaba parada en la sala, el corazón en un puño, esperando.
Esperando a su hija.
Esperando a Julia.
Esperando el perdón —y tal vez, la oportunidad de ser feliz, por primera vez, siendo quien realmente era.
Sofía tardó unos minutos más en la habitación.
Julia la observaba en silencio, respetando su tiempo.
Cuando finalmente Sofía se levantó de la cama, el rostro aún mojado por las lágrimas, parecía más madura, como si hubiera envejecido años en pocos minutos.
Sin decir nada, respiró hondo y caminó hacia la puerta.
Julia solo le apretó levemente la mano en señal de ánimo antes de soltarla.
Sofía bajó despacio. Cada escalón parecía resonar por la casa silenciosa.
En la sala, Elisa se levantó en el mismo instante en que escuchó los pasos.
El corazón desbocado, la boca seca.
Se giró y vio a su hija parada a unos metros de distancia, los ojos rojos, el rostro pálido.
Elisa no se movió. No osó hablar.
Solo se quedó allí, esperando.
Sofía la miró durante largos segundos, como si aún luchara con mil sentimientos dentro de ella.
Entonces, con la voz baja, ronca de tanto llorar, dijo:
—Tú... Deberías haber confiado en mí.
Elisa sintió el golpe.
Lágrimas llenaron sus ojos, pero se forzó a mantenerse firme.
—Lo sé —susurró—. Y lo siento mucho, hija.
Sofía se mordió el labio inferior, intentando no llorar de nuevo.
—No estoy enojada porque ames a otra mujer —su voz temblaba—. Estoy enojada porque pensaste que yo no sería capaz de entender.
Elisa soltó un sollozo contenido, el pecho doliéndole.
—Tenía miedo, Sofía... miedo de decepcionarte, de perderte.
Sofía parpadeó rápidamente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—Nunca me ibas a perder —dijo, en un susurro casi imperceptible—. Nunca.
Elisa dio un paso adelante, vacilando.
Sofía no retrocedió.
Entonces, Elisa abrió los brazos, silenciosamente, ofreciendo un abrazo.
Sofía miró por un momento... y entonces corrió hacia ella, arrojándose a los brazos de su madre.
Las dos se abrazaron fuerte, como si se estuvieran reconstruyendo la una en la otra.
El llanto vino —libre, sincero, curativo.
—Te amo tanto, mi hija... —murmuró Elisa, entre lágrimas—. Tanto...
—También te amo, mamá... —respondió Sofía, apretando aún más el abrazo—. Solo no me mientas más. Nunca más.
Elisa asintió, la promesa grabada en su corazón.
Allí, en aquel abrazo apretado, entre errores y aciertos, dolores y curas, madre e hija comenzaron a reencontrarse.
Poco a poco.
A su manera.
Pero verdaderamente.
Arriba, apoyada en la pared del pasillo, Julia sonrió en silencio, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, tal vez todo podría estar bien.
El abrazo entre madre e hija duró largos minutos.
Ninguna de las dos quería soltar primero, como si tuvieran miedo de que, al hacerlo, la conexión entre ellas se rompiera.
Cuando finalmente se separaron, Sofía se limpió el rostro con las mangas de la blusa y sonrió, tímida, a su madre.
—¿Podemos hablar? —preguntó ella, la voz aún algo temblorosa, pero firme.
—Claro —respondió Elisa inmediatamente, llevando a Sofía para que se sentaran en el sofá.
Las dos se acomodaron allí, lado a lado. Elisa aún sostenía la mano de su hija, como si el simple contacto la mantuviera anclada a la realidad.
Por unos segundos, reinó el silencio. Ya no era un silencio pesado como antes, sino un espacio lleno de sentimiento.
—La amas, ¿verdad? —preguntó Sofía de repente, mirando a su madre.
Elisa dudó por un momento. Después, con una sonrisa triste, sincera, respondió:
—Creo que sí. La amo.
—Intenté luchar contra esto, Sofi... te juro que lo intenté —sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas, pero ahora de alivio—. Pero ya no puedo negar lo que siento.
Sofía bajó la cabeza, jugueteando con sus propios dedos.
—Yo... yo nunca te había imaginado así —confesó—. Pero... verte tan... tú misma... —levantó la mirada hacia su madre—. Creo que nunca te vi tan viva.
Elisa sonrió, emocionada, apretando levemente la mano de su hija.
Fue entonces que Julia, que observaba desde lejos, se acercó despacio.
—¿Puedo...? —preguntó, deteniéndose a unos pasos de distancia.
Sofía la miró y, por primera vez desde que todo sucedió, sonrió, aunque de forma tímida.
—Ven —dijo, haciendo espacio en el sofá.
Julia se sentó cuidadosamente, el corazón en la garganta.
—Perdóname, Sofi —comenzó ella, la voz quebrada—. Nunca quise lastimarte. Eres... tan importante para mí.
Sofía la miró, los ojos aún llenos de emoción.
—Lo sé —respondió, con la voz baja—. Solo... necesitaba tiempo para entender todo esto.
Julia asintió, comprensiva.
Elisa observaba a las dos, el pecho cálido de alivio y gratitud.
—No sé cómo va a ser de aquí en adelante... —dijo Sofía, mirando a su madre y a Julia—. Pero quiero intentar entender. Quiero intentar apoyarlas.
Elisa se llevó la mano a los ojos, secándoselos, emocionada.
—Ya estás haciendo más de lo que podría soñar, hija.
Sofía sonrió de nuevo, algo cohibida.
—Entonces... —respiró hondo—. ¿Me van a contar bien esa historia? ¿Desde el principio?
Julia y Elisa se miraron y rieron bajito, aliviadas.
—Te vamos a contar todo —prometió Elisa, acariciando la mano de su hija—. Sin esconder nada.
Allí, en aquel sofá, entre lágrimas, confesiones y sonrisas tímidas, madre, hija y amor comenzaron a construir, ladrillo a ladrillo, un nuevo comienzo.
Un comienzo donde, finalmente, la verdad podía existir sin miedo.
¡Claro! Qué escena tan fuerte y hermosa escribiste.
Continuaré en el próximo capítulo, siguiendo el ambiente que construiste: tensión emocional, delicadeza y mucha verdad saliendo a la luz.
Aquí va la continuación:
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Sofía mantuvo la mirada fija en Julia, la respiración entrecortada.
Parecía querer decir algo, mas las palabras no salían.
—Sé que debes estar sintiéndote… perdida —comenzó Julia, la voz baja, vacilante—. Y tienes todo el derecho. Es mucho para entender de golpe…
Se pasó la mano por el propio brazo, como intentando encontrar valor en sus propias palabras.
—Pero quería que supieras… —Julia se detuvo, tragándose el llanto—. Nada de lo que pasó fue planeado. Nada fue para lastimarte.
Sofía cerró los ojos, sintiendo el dolor pulsar aún más fuerte.
—Crecí pensando que conocía a mi madre… —murmuró, la voz quebrada—. Y ahora parece que no sé nada.
Julia se acercó un poco más, pero respetó su espacio.
—La conoces, Sofi. Claro que la conoces.
Es la misma madre que te ama más que a nada. La misma mujer que hizo de todo para ser perfecta para ti… Solo que ella olvidó ser verdadera consigo misma.
Sofía abrió los ojos, encontrando la mirada sincera de Julia.
Había tanto amor allí. Tanto dolor también.
—Tengo rabia, Julia —confesó, las lágrimas volviendo—. Pero no de ella.
—¿De qué, entonces? —preguntó Julia, con cuidado.
—De todo —sollozó Sofía—. De tener que crecer tan rápido. De descubrir que la vida no es tan simple. De ver que hasta el amor duele.
Julia se acercó aún más y, en un gesto instintivo, tomó su mano.
—El amor duele, a veces. Pero también cura, Sofi.
—¿Cómo voy a mirarla ahora? —preguntó la niña, el miedo rasgando su voz—. ¿Cómo?
Julia sonrió, triste y dulce.
—De la misma forma que siempre la miraste. Con amor.
Solo que ahora… con los ojos más abiertos. Con el corazón más fuerte.
Sofía respiró hondo, intentando absorber. Intentando aceptar.
—¿La amas? —preguntó de repente, la voz tan pequeña que parecía quebrarse.
Julia no dudó.
—Con todo mi corazón.
Sofía miró a Julia durante largos segundos.
Entonces, finalmente, soltó un suspiro pesado, como si estuviera dejando salir el dolor junto.
—Entonces… —dijo, bajito— cuídala.
Julia sonrió, emocionada, apretando con delicadeza la mano de Sofía.
—La cuidaré. Te lo juro.
Se quedaron así, en silencio, apenas sintiendo la presencia la una de la otra.
El dolor aún estaba allí, pero ahora dividido —y por eso, un poco más ligero.
Abajo, Elisa continuaba parada en la sala, el corazón en un puño, esperando.
Esperando a su hija.
Esperando a Julia.
Esperando el perdón —y tal vez, la oportunidad de ser feliz, por primera vez, siendo quien ella era de verdad.
Elisa respiró hondo, acomodándose el cabello detrás de la oreja.
Miró a Sofía y Julia, que la miraban con expectación y cariño.
—Yo... ni siquiera sé bien cómo empezar —dijo, soltando una risita nerviosa.
Sofía sonrió, animándola:
—Desde el principio, mamá.
Elisa asintió.
—Siempre intenté ser lo que esperaban de mí —comenzó, la voz suave, mirando sus propias manos—. Hija ejemplar, alumna perfecta, después... esposa dedicada, madre amorosa. Quería ser todo eso. De verdad.
Hizo una pausa, respirando hondo antes de continuar.
—Solo que, en algún punto, me perdí. Me perdí de mí misma —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Me fui acostumbrando a vivir en automático, ¿sabes? Trabajar, cuidar de la casa, cuidar de ti... Y olvidarme de mí.
Sofía apretó la mano de su madre, en un gesto silencioso de apoyo.
—Cuando Julia apareció en nuestra vida... —Elisa miró a la chica a su lado y sonrió, una sonrisa llena de ternura—. No esperaba sentir nada más que cariño de profesora. Nada.
Julia le devolvió la sonrisa, emocionada.
—Pero poco a poco... —continuó Elisa—. Su compañía me fue haciendo sentir viva de nuevo. Pequeñas cosas. Una mirada, una sonrisa... Una forma de hacerme reír incluso en los peores días.
Se secó discretamente una lágrima que corría.
—Y luché contra eso. Sofi, no te imaginas cuánto —su voz falló—. Me culpé. Me sentí la peor persona del mundo. Creía que estaba mal y es de todas formas, ¿no? Creí… que era imposible.
Sofía la miraba con atención, sin juicios. Solo amor.
—Pero lo que sentía... —Elisa sonrió levemente, los ojos brillantes—. Era amor, deseo. Puro. Verdadero. Un amor que no tenía sentido para la cabeza... pero tenía todo el sentido para el corazón.
Julia entrelazó sus dedos con los de Elisa, discretamente, como si pidieran fuerzas la una a la otra.
—No quería mentirte, hija —dijo Elisa, la voz quebrada—. Yo solo... solo tenía miedo. Miedo de decepcionarte. De que me miraras con vergüenza... o rabia...
Sofía negó con la cabeza, con lágrimas en los ojos.
—Nunca podría sentir vergüenza de ti —dijo bajito—. Eres la mejor madre del mundo, incluso equivocándote a veces. Y... si tú estás feliz... entonces yo quiero intentar ser feliz contigo.
Elisa soltó un sollozo contenido y atrajo a Sofía hacia un abrazo apretado. Julia también se acercó, envolviéndolas a las dos en un abrazo triple, lleno de amor y aceptación.
Allí, en aquel enredo de brazos y sentimientos, las tres entendieron que la familia de verdad está hecha de eso: amor, perdón, coraje para recomenzar.
Después de algunos minutos en silencio, Sofía rio bajito entre lágrimas.
—Pero en serio... podrían haber elegido una forma menos dramática para que yo lo descubriera, ¿no? —bromeó, secándose los ojos.
Elisa y Julia rieron juntas, el peso del momento comenzando a disiparse.
—Prometemos ser menos telenovela mexicana la próxima vez —dijo Julia, guiñándole un ojo a Sofía.
Sofía sonrió, aún con los ojos llorosos, pero con el corazón mucho más ligero.
Y ellas sabían: de ahí en adelante, no sería fácil.
Pero juntas... serían capaces de enfrentar cualquier cosa.
Ya se habían separado del abrazo colectivo, pero el ambiente aún era de cariño y complicidad.
Sofía, sentada entre Elisa y Julia en el sofá, no paraba de pensar. Se mordió el labio, pensativa, hasta que soltó:
—Y… ustedes… —carraspeó, el rostro encendiéndosele—. O sea… ¿Ustedes de verdad estuvieron juntas?
Elisa se sonrojó hasta la raíz del cabello. Julia tosió, mirando hacia otro rincón de la sala.
—Eh… sí —respondió Elisa, sincera, aunque se sintiera morir de vergüenza—. Estuvimos juntas.
Sofía entrecerró los ojos, curiosa y nerviosa.
—Pero… ¿juntas tipo beso? ¿O tipo… más?
Las dos se miraron, sin saber si debían reír o esconderse debajo del sofá.
Pero lo habían acordado: sin mentiras.
Elisa respiró hondo.
—Más —admitió, la voz baja, pero firme.
Sofía abrió mucho los ojos, pero no parecía enojada. Solo… intentando entender.
—¿Más cuánto? —preguntó, desafiante, cruzando los brazos.
Julia contuvo una carcajada, encontrando irresistible aquella versión interrogadora de Sofía.
Pero respondió con seriedad:
—Hicimos el amor, Sofía —dijo, eligiendo bien las palabras—. De todas las formas.
Sofía se puso roja.
—Dios mío… o sea… ¿¿fueron a la cama??
Elisa cerró los ojos por un segundo, luego los abrió y respondió:
—Sí, hija.
—Dormimos juntas. Y… hicimos el amor.
El silencio cayó pesado por unos segundos, hasta que Sofía soltó:
—¡Guauu, lo descubriste primero que yo, eh, mamá!
Las tres rieron, algo nerviosas.
Sofía, aún roja, preguntó bajito:
—Y… ¿estuvo bueno?
Esta vez, Julia no dudó:
—Fue hermoso —dijo, mirando a Elisa de una forma tan llena de ternura que Sofía sintió que se le ablandaba el corazón.
Elisa confirmó con una sonrisa tímida:
—Mucho más de lo que imaginaba que podría ser.
Sofía abrazó sus piernas en el sofá, balanceando el cuerpo, procesando todo.
—Entonces… ¿de verdad se gustan?
—Mucho —respondió Julia al instante.
—Amo a tu madre —añadió, sin miedo.
Elisa sonrió emocionada.
—Y yo amo a Julia.
Sofía cerró los ojos y suspiró.
—Vale. Está bien —dijo, aún avergonzada—. Necesitaba saberlo… ¡pero ahora mi curiosidad fue demasiado lejos! —exclamó, cubriéndose el rostro con las manos.
Las tres se echaron a reír.
Julia se levantó y atrajo a Sofía hacia un abrazo desordenado.
—La próxima vez, pregunta con menos detalles, ¿eh? Somos amigas, pero ella es tu madre —bromeó.
—¡Lo juro que sí! —dijo Sofía, riendo.