Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
NovelToon tiene autorización de Hadassa Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 15
—Hija, ¿te das cuenta de cómo nos ven?
—Sí, es comprensible. Jamás han visto a una madre e hija tan hermosas —respondió Avery con una sonrisa, provocando una tímida risa en Eliana.
El gesto no hizo más que aumentar el murmullo sobre lo deslumbrantes que eran.
Varias damas mayores, aquellas que no se dejaban llevar por rumores malintencionados y que, en su mayoría, despreciaban a la Archiduquesa por su altanería y arrogancia, observaron con buenos ojos a Eliana y se acercaron con amabilidad.
—¿Vienen hacia acá, verdad? —Eliana temblaba ligeramente y, de forma inconsciente, se ocultó tras la espalda de Avery.
—Madre, tranquila. Todo saldrá bien —la joven habló con calma. Las miradas de esas mujeres no eran hostiles, al contrario, transmitían calidez.
—No, hija… me quiero ir. Mejor me voy —dijo Eliana, dando un paso al costado para huir. Pero justo entonces, se encontró de frente con el grupo de damas.
—¡Oh! ¿Adónde va? ¡Acaba de llegar! —exclamó la Condesa Collins.
—Bienvenida, hace mucho tiempo esperábamos verla —añadió la Baronesa Cooper con una sonrisa sincera.
Las demás asintieron cordialmente.
Avery, al ver a su madre paralizada por el nerviosismo, intervino con elegancia:
—Mi madre está muy feliz de estar aquí. Muchas gracias por sus palabras —dijo, acompañando su frase con una refinada inclinación.
Eliana tragó saliva e intentó mantener la compostura. Se preparó para enfrentar a aquellas damas que tanto temía.
—Buenas tardes… yo soy…
—La segunda esposa del Archiduque, lo sabemos —interrumpió la Condesa Collins con una sonrisa—. Lo que no entendemos es por qué tardó tanto en asistir a los banquetes o a nuestras reuniones de té. Le hemos enviado muchas invitaciones que nunca fueron respondidas.
—Mi madre se encontraba en cama, muy enferma. Afortunadamente, los mejores médicos la atendieron y encontraron la cura para su condición —intervino Avery rápidamente.
—¡Oh! Gracias al cielo. ¿Eso significa que si la invitamos, aceptará? —preguntó con entusiasmo una de las damas.
Eliana mordió sus labios, visiblemente incómoda.
—Yo… yo…
—Claro que sí —afirmó Avery antes de que pudiera negarse—. Desde ahora en adelante, tendrá una vida social activa.
—¡Espléndido! —declaró la vocera Condesa —. Será nuestra invitada especial. Y no se preocupe, la Archiduquesa no asiste. No es de nuestro agrado.
Como si su nombre hubiera sido un conjuro, Kaenia volteó hacia ellas, furiosa. La ira que ya la consumía creció aún más. Apretó los dientes con tal fuerza que estos rechinaron.
Odiaba la sonrisa que todas mantenían.
Odiaba que ese grupo de damas tan influyentes nunca la incluyeran.
Y ahora… reían con Avery y Eliana. Desde su perspectiva, era injusto. Ellas no merecían más que miseria y desprecio. Se juró a sí misma que no volverían a levantar la cabeza: las pisotearía una y otra vez, hasta devolverlas a la sombra.
Lo que ignoraba era que otra alma habitaba el cuerpo de Avery. Una que haría todo para sobrevivir… y proteger a quienes ama.
Luego de compartir varias horas entre risas y plática, Avery, al comprobar que su madre estaba en buenas manos, pidió permiso para ausentarse un momento.
Bajo la inquisitiva mirada de las damas, buscó incansablemente al emperador o al príncipe heredero. Sin embargo, el primero aún no se presentaba y el segundo no estaba en palacio. Le pareció extraño: las horas pasaban y ninguno aparecía.
Mientras tanto, Eliana, sintiéndose cada vez más abrumada, decidió salir a tomar aire. A pesar de la amabilidad de las damas, las constantes preguntas la inquietaban: no sabía cómo responderlas sin delatar su aislamiento.
Se excusó con rapidez y salió del salón en busca de un rincón solitario.
Mientras caminaba por los jardines, contempló la belleza de las flores bajo el abrigo plateado de la luna. Se detuvo frente a una alyssum y, suavemente, inhaló su dulce aroma. Rozó con la yema de los dedos los diminutos pétalos, y una triste sonrisa se dibujó en sus labios. La imagen de sus padres cruzó su mente, y una lágrima se deslizó silenciosa por su mejilla.
Iba a limpiarla cuando una voz ronca la detuvo.
—No lo haga. Tenga —dijo un hombre, extendiéndole un pañuelo.
Eliana lo tomó con cautela, sus sentidos alertas, evaluando rutas de escape. Si algo había aprendido con el Archiduque, era que jamás debía bajar la guardia.
—Gracias —murmuró mientras se secaba los ojos. Se sorprendió por la suavidad del pañuelo. Tenía un borde decorado con hilo de oro y un escudo bordado. Alzó la mirada, intrigada por la identidad del desconocido.
—Con su permiso… me retiro —dijo con cortesía, dando un par de pasos.
—Espere —el hombre le sujetó el brazo suavemente—. ¿Por qué lloraba?
—Recordé a seres queridos que perdí —respondió, soltando su brazo con calma. Curiosamente, ese toque no le provocó el mismo rechazo que el del Archiduque.
—Lo entiendo. Perdí a mi esposa hace años, y mi hijo aún no logra superarlo. Temo perderlo también. Ya no sé qué hacer…
El corazón de Eliana se encogió. Lo entendía con dolorosa claridad.
—No pierda la esperanza. Yo también creí perder a mi hija. Pero al final, Dios hizo que regresara a mi vida. Confíe… todo puede mejorar.
—¿Usted realmente cree eso?
—Sí. Confíe, y verá cómo todo toma su lugar. Solo no se aleje de su hijo, pase lo que pase.
El hombre suspiró, visiblemente quebrado, y se dejó caer al suelo sin importarle la etiqueta o su imagen.
—A veces deseo que hubiera sido yo quien muriera. Mi hijo necesitaba a su madre… no a mí —murmuró con la voz rota.
Eliana lo observó. A pesar de su porte robusto y varonil, en ese instante parecía un cachorro herido. Alguien que solo necesitaba un poco de consuelo.
Conteniendo el impulso de hacer lo que su corazón dictaba, se sentó a su lado y lo envolvió en un abrazo inesperado.
—No lo conozco, pero sé que lo necesita… como yo lo necesité alguna vez —susurró, apoyando su mejilla en su hombro—. Todo estará bien. Se lo prometo. Presiento que usted y su hijo podrán ser felices. Últimamente… siento que no hay nada que pueda salir mal.
El desconocido abrió los ojos, conmovido. Y al instante siguiente, sintió una calidez que se extendió por todo su cuerpo. Las lágrimas, tantas veces reprimidas, brotaron al fin. Se desbordó en llanto, empapando el vestido de Eliana.
—Discúlpeme… he arruinado su vestido —dijo después de unos minutos, aún agitado.
Eliana sonrió débilmente, y al fijar su vista en su rostro, se percató de su atractivo: ojos grises como el acero, cabello oscuro ligeramente ondulado, nariz recta, labios perfectamente definidos…
¡Cielos!
De pronto, consciente de la cercanía, se apartó de un salto que casi la hace caer hacia atrás. Pero una mano firme sostuvo su espalda, impidiendo la caída.
—Tenga cuidado —susurró él.
Eliana tembló. Sentía cada latido en sus oídos. La calidez de las palmas traspasaba la tela de su vestido y le provocaba sensaciones nuevas, desconocidas… y aterradoras.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Debía alejarse.
Con el corazón latiendo a mil por hora, se levantó de golpe y echó a correr sin mirar atrás.