Dalia comenza a trabajar como ama de llaves para un pariente /no pariente lejano de su padre, quien era un pintor famoso de pintura erótica; para ayudarse en sus gastos personales mientras termina la universidad. Pero termina en las manos seductoras y perversas de este pintor, confundiendo sus prioridades en la vida.
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Capítulo 12
Los flashes parpadeaban sin descanso cada vez que un invitado llegaba a la galería, ya que cada uno, era alguien famoso: estrellas de cine y televisión, reconocidos hombres de negocios, mujeres de la alta sociedad, famosos artistas de bellas artes de otras partes del mundo; desfilaban en la alfombra roja, con sus elegantes y finas ropas, y sonrisas ensayadas.
Los reporteros no perdían tiempo para preguntar e intentar ganar una exclusiva con cualquier famoso atravesándose por el lugar; y Dalia, que no estaba acostumbrada a este tipo de evento, se sintió nerviosa y acongojada. Por una parte, estaba nerviosa que los reporteros tomaran fotos de ella pasando por la alfombra del brazo de Kei Smith, el pintor famoso que hacía su regreso y la estrella de ésta noche; y la otra parte, se sentía afligida de que, si Kei hacía una entrevista, y le preguntaran por ella, lo que respondería sería la sentencia de su relación, porque no eran nada. Aunque a su padre le había dicho que era su novio, en realidad Kei no le había pedido nada. Solo tenían esta relación sin nombre, en el que sentía que caminaba en hielo delgado, aferrándose a las ilusiones que tal vez Kei, sentía algo por ella, aunque sea lujuria.
Aferrada al brazo de Kei, quien vestía un traje rojo vino con una camisa negra y el cabello peinado hacia atrás, caminaron por la alfombra, pasando los reporteros, sin que Kei diera pie a alguna entrevista, y aunque era ridículo, Dalia se sintió aliviada, ya que aun había margen de maniobra para permanecer al lado de Kei un poco más.
Dentro del lugar, lleno de música suave y elegante, con los invitados paseándose por los pasillos mientras conversaban y bebían champaña, con trajes lustrosos y costosos, admiraban los nuevos cuadros de Kei Smith y no de Black Rose. Era completamente diferente a cuando lo acompañó en aquella fiesta.
Mientras todos observaban la llegada del anfitrión, un señor de mediana edad, con un traje tweed y sonrisa bonachona, se acercó a ellos con extrema alegría. Detrás de él, había un hombre guapo, de cabello castaño claro y ojos verdes, con un traje negro y mirada opaca.
El hombre de mediana edad, saludó a Kei con efusividad, dándole una palmada en la espalda, y Dalia descubrió que se trataba de su maestro, quien lo ayudó a llegar dónde estaba.
-¡Mira nada más! ¡Kei, tus obras son asombrosas! – palmeó su espalda, evidentemente feliz – ¡Me alegra que hayas vuelto a pintar como Kei, pensé que no volvería a ver tus obras de paisajes! – entonces notó a Dalia y se mostró muy educado – ¿Y quién es la hermosa dama que te acompaña?
-Ella es Dalia Morgan, maestro – sonrió con cierta emoción y tanto el maestro como el otro hombre detrás lo notaron. Kei miró a Dalia – Mi musa. Y éste es mi maestro, el gran maestro de las bellas artes, el señor Hughes Hewith.
-Un placer, maestro – Dalia le dio un apretón de manos que Hughes aceptó gustoso.
-No, no, el placer es mío, conocer a la mujer que ha inspirado a este discípulo mío – sonrió con algún significado, que Dalia no logró comprender.
Entre los saludos, el hombre de mirada opaca se presentó, aunque Kei no mostró alegría ni los presentó como hizo con su maestro.
-Vaya, vaya – metió una mano en el bolsillo de su pantalón mientras observaba a Dalia, acción que la incomodó bastante – ¿No nos presentas, querido “hermano”? Ambos somos discípulos del gran maestro Hewith, merezco que nos anuncien, ¿no crees?
Kei solo bufó, no quería ni hablar con él, así que, él mismo hombre terminó por presentarse.
-Qué mal educado – reprochó y luego sonrió hacia Dalia, dándole de nuevo esa sensación extraña de incomodidad – Buenas noches, bella dama. Mi nombre es Luciano Portinari, también soy discípulo de Hughes Hewith. De hecho, el primer discípulo.
Estiró su mano para el saludo por lo que Dalia no tuvo opción, aunque éste estampó un ligero beso en su dorso, dándole repelús. Quería zafar su mano, pero sería demasiado obvio su malestar ante su presencia.
-Un gusto, señor Portinari – respondió con dificultad.
Kei vio que la presencia de Luciano, inquietaba a Dalia, por lo que inventó una excusa para apartarse lejos de ellos. Cuando vio suspirar a Dalia, sintió una profunda necesidad de abrazarla con fuerza para evitar otro incidente similar con cualquier otro hombre, y más aún, al notar que no solo se veía bella con su vestido rojo oscuro que dejaba al descubierto sus hombros. Observando cada detalle de ella, desde su figura curvilínea, sus piernas largas y con un trasero generoso, hasta su rostro delicado, labios geneross y su sedoso cabello negro que caía en cascada, ella brillaba demasiado. E incluso sintió que su cuerpo empezaba a reaccionar con solo admirarla.
Con urgencia, la llevó hacia un pasillo intransitado para besarla, dejándola completamente sorprendida, pero no por ello, que evitara sus acciones. Incluso ella correspondió a su beso feroz, mientras él le prodigaba caricias a su espalda y trasero. No podía negarlo, la deseaba de nuevo y con demasiada urgencia, era como querer marcarla; no solo a la piel de ella, sino dejar impregnado su propio aroma en ella, incluso aún más, cuando se vaciaba en ella. Y entonces la realidad lo golpeó.
Se separó de ella, sintiéndose intranquilo. Se recriminó por estar tan absorto en el placer de hacerla suya, que había olvidado algo con lo que siempre estuvo más que alerta: usar condón. En todas las relaciones carnales que tuvo, jamás olvidó usar un preservativo, no solo para evitar un contagio, sino para evitar lo más grave, al menos para él, un embarazo.
Sintiéndose avergonzado de que lo notara hasta ahora, no tenía cara para preguntarle por algo que debería ser también su responsabilidad, pero no quería ninguna clase de sorpresa.
Abrazó y acarició la espalda de Dalia, tratando de cómo encontrar las palabras, cuando ella lo miró a los ojos.
-¿Qué pasa?
-Yo – tragó nervioso – Esto ha sido mi culpa, pero debo preguntar algo.
-¿Qué cosa? – Dalia parecía nerviosa, por lo que lo puso también ansioso.
-No he usado condón – soltó avergonzado – Lo siento, yo nunca soy descuidado, pero no quiero sorpresas.
La mujer frente a él parecía decepcionada y sintió un nudo en su estómago y pecho. Pensaba que le daría una terrible noticia de que ella estaba embarazada, no obstante, aunque ella estaba abatida, sonrió con consuelo.
-No te asustes, también noté el descuido, pero me tomé la pastilla del día siguiente y – suspiró – Ya fui con una ginecóloga, y me puse un implante en el brazo.
Alzó su brazo derecho y señaló una pequeña cicatriz.
-Es un buen método, al menos me funciona – acarició su mejilla, consolándolo – Tampoco quiero milagritos todavía.
Ella lo miró, aunque sus ojos parecían decir algo, y que parecía desesperada, pero solo le dio un beso ligero en los labios, para luego dejarlo solo en el pasillo.
-Voy al sanitario.
Y con ello, se marchó, dejándolo confundido con sus acciones porque parecía triste. Habían estado juntos por más de dos meses y lo estaba disfrutando al máximo, por lo que no entendía, por qué se sentía sofocado e irritable al verla deprimida. Su semblante siempre brillante, parecía opaco en el instante en que habló de los anticonceptivos. Y aun no entendía la razón de su malestar.
Antes de siquiera ahondar en ello, su maestro lo encontró y lo llevó a pasear por los pasillos donde se exhibía sus nuevas pinturas.