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Lucía La Princesa De Rubí

Lucía La Princesa De Rubí

Status: En proceso
Genre:Amor en la guerra / Familias enemistadas / Batalla por el trono / El Ascenso de la Reina / Familia Ensamblada
Popularitas:2.8k
Nilai: 5
nombre de autor: Atenea

La vida de Lucía era perfecta… hasta que invadieron el reino. Sus padres murieron, su hermano desapareció, y todo fue orquestado por su tío, quien organizó una revuelta para quedarse con el trono.
> Lo peor: lo hizo desde las sombras. Después del ataque al palacio, él supuestamente llegó para salvarlos, haciendo retroceder al enemigo y rescatando a la pequeña princesa, quedando así como un héroe ante todos.

> ¿Podrá Lucía descubrir la verdad y vengar a su familia?

NovelToon tiene autorización de Atenea para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

“Caer para Levantarse”

POV: Carlos

—¿Quieres acercarte? —le pregunto a Lucía.

Ella asiente, con los ojos brillantes de emoción.

Caminamos entre los guardias hasta llegar al rincón del campo donde Saúl entrenaba. Él detuvo su espada apenas nos sintió. Se giró con lentitud.

—Su Majestad —dijo con una breve reverencia.

—Comandante, esta es Lucía. Mi sobrina. Nuestra princesa —dije, observando su reacción.

Saúl inclinó la cabeza, cortés, aunque no del todo cómodo.

—Quiere entrenar contigo —añadí sin rodeos.

Los ojos de Saúl me miraron, visiblemente sorprendidos. Tardó unos segundos en hablar.

—¿Me está pidiendo que la entrene, Majestad?

—Así es, Saúl. Empezarán mañana.

Luego me giré hacia Lucía.

—¿Puedes dejarnos solos un momento, mi princesa?

Ella me miró, algo confundida, pero asintió.

—Está bien, tío… solo un momento —respondió, y se alejó con pasos lentos.

Esperé hasta que estuvo fuera del alcance de nuestra voz. Entonces hablé bajo, firme, sin adornos.

—Quiero que tengas cuidado. Lucía nunca debe verte sin la máscara. Si lo descubre… juro que te mataré.

Saúl no respondió. Solo se mantuvo firme, como una estatua.

Me alejé dos pasos. Luego me detuve y volví a mirarlo.

—Espero que la entrenes bien —dije, y lo dejé ahí.

Al reunirme con Lucía, ella corrió a mi lado con una mezcla de nervios y emoción en su rostro.

—Tío… ¿qué hablaste con el comandante?

—Nada importante. Solo le di unas instrucciones.

—Entonces… ¿él me entrenará?

—Sí, Lucía. Lo hará. No te preocupes.

—Gracias, tío —dijo, y su sonrisa se encendió como un amanecer inesperado.

Era la primera vez que la veía sonreír desde el día del incidente con sus padres.

Y, por un instante, algo en mí se aflojó.

POV: Lucía (8 años)

Desperté antes que el sol.

Tenía el corazón agitado, como si ya estuviera corriendo. Me vestí con un pantalón ancho que encontré en mi armario y una camisa que alguna vez me quedaba grande. Me até el cabello como lo hacía mamá, para que no me molestara en la cara, y luego busqué algo que pudiera parecer una espada.

Terminé llevándome una escoba cortada. Era pesada, fea… pero se sentía bien en mis manos.

Salí sin desayunar. La emoción me apretaba el estómago.

El campo de entrenamiento estaba casi vacío. Solo él estaba allí, esperándome.

Saúl.

Con la misma máscara. Con la misma postura. Ni un saludo. Ni una palabra. Solo me miró cuando llegué, cargando la escoba como si fuera un tesoro.

—Llegaste —dijo, como si dudara que lo haría—. ¿Estás lista?

—Sí, maestro.

Se acercó, sin prisa, y me quitó la escoba de las manos. La observó unos segundos y luego la arrojó lejos, como si fuera un palo inútil.

—No necesitas eso —dijo—. Hoy no usarás espada.

Fruncí el ceño.

—Pero vine a entrenar…

—Y entrenarás —interrumpió él—. Pero primero, aprenderás a caer.

Me miró en silencio. Luego señaló el suelo de tierra batida.

—Tírate al piso.

—¿Qué?

—Al suelo. De espaldas. Ya.

Obedecí. Me lancé con torpeza, levantando polvo. Me dolió la espalda.

—Levántate.

Lo hice.

—Otra vez.

Caí. Me raspé el codo.

—Levántate. Más rápido.

Caí. Me levanté. Otra vez. Y otra. Perdí la cuenta.

El sudor me empapaba la nuca. Me ardían los brazos. Los ojos me picaban por el polvo. Pero no me rendí.

—¿Por qué tengo que caer? —pregunté, con voz entrecortada.

—Porque quien no aprende a caer… nunca aprenderá a pelear de pie —dijo.

Y por primera vez, creí que me estaba enseñando de verdad.

Cuando terminó el primer ejercicio, pensé que ya habíamos terminado.

Pero no.

Saúl me hizo correr. Una y otra vez, de un extremo al otro del campo. Mis piernas ya no me respondían bien, como si estuvieran hechas de algodón mojado.

—Más rápido —dijo sin levantar la voz.

Corrí.

Luego me hizo levantar un saco de arena. Me temblaban los brazos. Intenté que no se notara, pero él lo notó igual.

—¿Te duele?

—No —mentí, con la garganta seca.

—Mientes. Y las mentiras debilitan más que el cansancio —respondió, quitándome el saco—. Hoy no tienes espada. Pero tienes voluntad. Haz que valga.

Me senté en el suelo cuando él se alejó unos pasos. Me ardían los pulmones. Quería llorar… un poquito, solo un poco. Pero entonces recordé el rostro de mamá, el instante congelado en que la espada la atravesó. Y respiré hondo.

No. No iba a llorar.

No hasta aprender a sostener una espada sin que me pesara.

Saúl regresó. Traía una cuerda. Pensé que me la daría para brincar, pero no. Ató un extremo a un poste y el otro… me lo pasó a mí.

—¿Sabes para qué es?

—¿Para amarrarme?

—Para equilibrarte —dijo, sin un atisbo de burla—. Vas a aprender a girar sin perder el eje.

Pasamos la siguiente hora girando, cayendo, levantando.

Y aunque el sol ya empezaba a inclinarse, yo seguía ahí, llena de tierra… y decidida.

Al final, Saúl dijo algo que no esperaba:

—Eres terca.

—Gracias —respondí, respirando con dificultad.

Por un momento, juraría que sonrió.

El sol estaba más abajo cuando Saúl finalmente dijo:

—Es suficiente por hoy.

Me dejé caer sobre la tierra como si fuera una cama. No me importó si ese comportamiento no era digno de una princesa, mucho menos si me dolían los codos. Solo respiré, con la cara vuelta al cielo.

Mis brazos temblaban. Tenía una ampolla en la palma. Las piernas me dolían como si fueran de piedra. Pero había algo dentro de mí —algo más profundo que el cansancio— que se sentía encendido.

Nunca había estado tan agotada.

Y nunca había sentido tanto orgullo.

Vi de reojo que Saúl me miraba desde la sombra. No dijo nada. Solo recogió la cuerda, la dobló con cuidado, y luego se marchó.

No pidió promesas. No me felicitó.

Y, aun así… su silencio pesaba como una victoria.

Me quedé un rato más allí, con los ojos entrecerrados, escuchando mi propia respiración. Por primera vez en muchos días, no pensé en el jardín, ni en los rosales.

Pensé en mi cuerpo.

En mi voluntad.

En todo lo que podía aprender si no me rendía.

Y aunque mi espalda gritaba, una sonrisa se dibujó solita en mis labios.

Mañana lo haré mejor.

Mañana caeré más rápido. Me levantaré más fuerte.

Y algún día… levantaré una espada de verdad.

Me dije a mí misma.

1
Marta Aleida Sagarra Casamayor
Si la princesa supiera, quien asesino a sus padres.
Atenea
"Gracias, me alegra que les guste 🤗."
Limaesfra🍾🥂🌟
esta historia es impactante, cada capitulo.es mejor que el.otro
Alcira Castellanos
está muy interesante
Its_PurpleColor
Tu talento es inigualable, no detengas🙌
🦩NEYRA 🐚
Quiero más😃
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