MI ESPOSO ES UN CEO

—Lucía, te prometo que te daré la boda que mereces… después —susurró Camilo, tomándola de la mano con ternura, mientras besaba sus labios con suavidad.

Ella lo miró con esa sonrisa que solo él lograba despertar. No necesitaba más, no necesitaba una gran fiesta ni un vestido de diseñador. Solo necesitaba ese amor sincero que él le entregaba con cada gesto, con cada palabra.

Salieron juntos de la pequeña pensión , donde Lucía había crecido. Allí, entre gritos de tías alteradas, niños corriendo con flores y la música mal conectada del parlante viejo, empezaba el día más importante de su vida.

Caminaron hasta la iglesia del barrio, sencilla pero llena de historia, con paredes encaladas y bancos de madera que crujían con los pasos. Allí ya esperaban algunos amigos, vecinos y familiares. Entre ellos, algunas caras conocidas… y otras no tanto.

En una de las bancas traseras, Susana —prima de Lucía y la envidiosa oficial de la familia— murmuraba con los ojos entrecerrados.

—No puedo creer que mi prima se case con un bueno para nada… un pobretón —dijo mientras ajustaba el escote de su vestido demasiado ajustado.

—Es verdad —agregó Andrés, otro primo con aires de grandeza—. Lucía es muy bonita para casarse con un inútil. No entiendo cómo mi tía Lucrecia y la abuela Angie aceptan esto. ¿Están ciegas? ¿o qué?

Los dos cuchicheaban mientras miraban a Camilo con desprecio. Nadie en la familia sabía realmente quién era él. Solo sabían lo que parecía: un hombre sencillo, de barrio, con sonrisa de soñador y ropa sin marcas.

Lo que ignoraban era que Camilo era el CEO de una empresa de tecnológica que valía millones. Pero eso no importaba hoy. Hoy solo importaba Lucía y su matrimonio.

Lucrecia —la madre de Lucía— y Angie —la abuela— estaban en primera fila, observando a los dos jóvenes con los ojos brillantes. Ellas sabían perfectamente quién era Camilo. Y lo adoraban en secreto , era un buen muchacho un poco arrogante. No lo querían por su dinero, sino porque sabían que ese hombre haría feliz a Lucía como nadie más podría.

—Si supieran quién es en realidad, se les cae la lengua —murmuró Angie a Lucrecia, con una sonrisita traviesa.

—Por eso lo mantuvimos en secreto —respondió Lucrecia, ajustándose el vestido—. Que lo amen o lo odien por lo que aparenta, no por lo que tiene.

En la última banca, una pareja mayor observaba en silencio. Bernardo y Anastasia, los abuelos paternos de Camilo, habían sido invitados por Angie a escondidas. Vestidos con sencillez, pasaban desapercibidos. Nadie los reconocía. Y así debía ser por ahora mientras que Camilo termina su castigo.

Bernardo tomó la mano de Anastasia con ternura.

—Míralo… nunca lo vi tan feliz.

—Lucia lo ama —respondió ella—. No por el apellido. No por fortuna. Lo ama por quién es y eso es perfecto.

El cura se colocó frente al altar, sonriendo con la calma que dan los años. La ceremonia comenzó. Había flores blancas, un ligero aroma a incienso, y la emoción flotaba en el aire como una melodía invisible.

Camilo y Lucía se miraban como si estuvieran solos en el mundo.

—Estamos aquí reunidos para unir en santo matrimonio a Lucía y Camilo… —empezó el cura, con voz firme y cálida.

Mientras tanto, Angie intentaba contener las lágrimas. No era de llorar, pero algo en ese momento le tocaba el alma. Y como siempre, su impulso de decir lo que pensaba no tardó en salir.

Cuando llegó el momento de los votos, Camilo sostuvo las manos de Lucía con fuerza.

—Lucía —dijo, con la voz un poco temblorosa—, tú llegaste a mi vida cuando más lo necesitaba. No sabía que me faltaba algo… hasta que apareciste tú. Eres mi luz en la oscuridad, la calma en medio del caos. Prometo amarte incluso cuando no lo merezca. Prometo reír contigo, llorar contigo, y quedarme a tu lado cuando el mundo se caiga. Porque tú eres mi mundo, mi todo.

Lucía lo miró con los ojos llenos de lágrimas. Se tomó un segundo para calmar su corazón.

—Camilo… yo también estaba rota cuando te conocí. Pero tú me enseñaste a volver a confiar. Me mostraste que el amor no necesita lujos, solo entrega. Prometo estar a tu lado en las buenas, pero sobre todo en las malas. Prometo nunca olvidar que el amor que construimos es más fuerte que cualquier tormenta , que se avecine.

El cura sonrió. El silencio de la iglesia era absoluto. Y en medio de ese momento solemne, Angie no pudo contenerse.

—¡Bienvenido a la familia, inútil! —gritó desde la banca— ¡Ya eres oficialmente uno de nosotros!

Las carcajadas no tardaron. Hasta el cura sonrió.

Camilo se rio, y Lucía se tapó la cara, avergonzada pero divertida.

—Gracias, abuela Angie —dijo él—. Eso es lo más bonito que me han dicho hoy.

—¡Pues prepárate para lo que viene en la cena! —gritó ella, provocando otra ola de risas.

Susana bufó, molesta porque el momento no había sido arruinado como esperaba.

El cura levantó la mano, retomando la ceremonia.

—Camilo, ¿aceptas a Lucía como tu esposa?

—Sí, acepto.

—Lucía, ¿aceptas a Camilo como tu esposo?

—Sí, acepto.

—Entonces, por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer. Pueden besarse.

El beso fue eterno. De esos que no se olvidan. Lleno de amor, de verdad se amaban pero con el alma, de promesas no dichas.

Al salir de la iglesia, entre pétalos y aplausos, todos los rodeaban con abrazos y felicitaciones. Susana solo les dio un apretón de manos forzado. Andrés ni se acercó.

Angie se acercó con una gran sonrisa, seguida de Bernardo y Anastasia.

—Bueno, les tenemos un pequeño regalito de bodas —dijo Angie, con tono de misterio.

—¿Sí? —preguntó Lucía, emocionada.

Bernardo sacó un sobre blanco de su chaqueta y se lo entregó a Camilo. Él lo abrió y quedó boquiabierto.

—¿Esto es en serio?

Lucía lo miró, sin entender.

—¿Qué pasa?

—Son boletos para París… una semana en un hotel cinco estrellas… —dijo Camilo, aún sorprendido.

—Cortesía de unos buenos amigos de Angie —dijo Anastasia, sonriendo con ternura.

Lucía se lanzó a abrazar a Angie.

—¡Ay abuela, no puedo creerlo! ¡París! ¡Gracias!

Camilo abrazó a los ancianos.

—Gracias… muchas gracias.

—Disfruten —dijo Bernardo, guiñándole un ojo a Camilo.

Lucía no sospechó nada. Para ella, solo eran amigos de la abuela Angie. Nunca se imaginó que esos dos ancianos, con miradas orgullosas, eran los abuelos de Camilo. Los únicos familiares cercanos que él tenía. Y tampoco sospechó que Angie sabía toda la verdad… y la protegía.

La recepción fue en el salón comunal del barrio. Modesto, pero lleno de cariño. Globos, guirnaldas, flores, comida casera y música popular. Lo que faltaba en lujo, sobraba en amor.

Durante el brindis, Angie volvió a tomar protagonismo.

—Yo solo quiero decir algo —dijo levantando su copa—. Que esta boda no tenga lujos no significa que no sea rica. Rica en amor, en respeto, en esperanza. Y aunque Camilo parezca inútil… ¡es nuestro inútil más preciado!

Todos rieron, incluso Lucía.

Camilo la tomó de la mano, la miró y susurró:

—Te amo.

—Y yo a ti.

Mientras bailaban, Susana seguía rumiando su rabia desde la mesa del rincón.

—No entiendo qué le ve…

Andrés se encogió de hombros.

—Yo tampoco. Pero bueno, ya se casó. No hay vuelta atrás.

Mientras tanto, los verdaderos secretos seguían bien guardados. Lucía seguía sin saber que su esposo era millonario. Sin saber que la luna de miel fue un regalo de los abuelos paternos de Camilo encubiertos. Sin saber que estaba casada con uno de los hombres más poderosos del país.

Pero tampoco le importaba.

Porque en ese momento, bajo las luces de colores, rodeada de su gente, con Camilo abrazándola mientras sonaba su canción favorita, Lucía era feliz. Y eso bastaba para ella...

Continuara...