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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:11.7k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 12

El estruendo de los disparos retumbaba contra las gruesas paredes del refugio.

Lucía se despertó de golpe, su corazón galopando en el pecho.

Durante un segundo, pensó que tal vez seguía soñando.

Pero no.

El retumbar era real.

Los gritos apagados, el sonido metálico de casquillos cayendo, la vibración misma del suelo... todo era aterradoramente real.

Se levantó de la cama de un salto, apenas alcanzando a ponerse una sudadera y unos jeans.

Sus manos temblaban mientras se ataba el cabello en una coleta apresurada.

La puerta de la habitación se abrió de golpe y Torres, uno de los guardias, irrumpió con el rostro desencajado.

—¡Señorita Lucía! —gritó sobre el estruendo— ¡Tenemos que movernos!

—¿Qué está pasando? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Están atacando el edificio. Vinieron preparados. —Torres le lanzó una mirada rápida, evaluándola—. Vamos a protegerla. ¡Rápido!

Lucía siguió a Torres por el pasillo, esquivando a otros hombres armados que tomaban posiciones defensivas.

Podía ver en sus ojos que no estaban acostumbrados a perder terreno.

Pero esta vez, la situación era diferente.

El refugio, por más seguro que fuese, no había sido diseñado para resistir un asalto prolongado.

Se acurrucaron detrás de un escritorio reforzado, cerca del centro del edificio, donde los muros eran más gruesos.

Lucía apretó los puños, tragando saliva.

No sabía de armas.

No sabía de guerras.

Pero sabía pensar.

Respiró hondo, obligándose a no ceder al miedo que le gritaba que se escondiera.

—¿Cuántas entradas tiene este nivel? —preguntó de repente a Torres.

El hombre parpadeó, sorprendido por su pregunta.

—Dos. La principal y una de servicio, pero ya sellamos la de servicio —respondió.

Lucía asintió, su mente corriendo a toda velocidad.

—¿Y hay algún sistema de humo, alarmas viejas, algo que podamos activar?

Torres dudó un momento, pero otro guardia, González, asintió rápidamente.

—Sí. Hay aspersores antiguos. Podríamos hacerlos saltar, pero…

—¡Háganlo! —ordenó Lucía—. Si los confundimos, podemos ganar tiempo.

Torres dudó solo un segundo más, luego gritó órdenes por la radio.

Pocos segundos después, una alarma agónica resonó en el refugio y los aspersores ocultos comenzaron a escupir agua a presión, formando una niebla densa y dispersa.

Lucía tosió, empapándose al instante, pero el efecto fue inmediato: los atacantes, que intentaban avanzar, comenzaron a disparar a ciegas, desorientados.

—¡Ahora! —gritó Torres— ¡A las posiciones secundarias!

Bajo la cortina de agua y confusión, se replegaron a un corredor más estrecho, donde los enemigos no podían rodearlos fácilmente.

Lucía se pegó contra la pared, su corazón latiendo tan fuerte que sentía que le iba a estallar en el pecho.

Pero se negó a cerrar los ojos.

Se negó a dejar que el miedo la paralizara.

"Resiste", se dijo una y otra vez. "Rafael viene. Tienes que resistir."

Los minutos se volvieron eternos.

El sonido de las balas, de los gritos, de los pasos apresurados en los pasillos... era un caos que amenazaba con consumirlo todo.

Hasta que, de pronto, se escuchó algo distinto.

El rugido de motores en el exterior.

El estampido seco de armas de mayor calibre.

Y entre todo ese infierno, la voz de Rafael, cortando el aire como una lanza:

—¡Torres, ¿dónde está Lucía?!

Torres disparó una última vez antes de responder, gritando:

—¡Atrás! ¡En el corredor blindado!

Lucía sintió que las piernas le flaqueaban cuando, entre la cortina de humo y agua, vio una figura avanzar hacia ella.

Rafael.

Empapado, los ojos encendidos de rabia, con el arma lista en una mano y una determinación brutal en cada paso.

Se agachó junto a ella, sin perder de vista su entorno.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz ronca, urgente.

Lucía asintió, las lágrimas mezclándose con el agua de los aspersores.

Antes de que pudiera decir algo más, Rafael la envolvió en sus brazos por un instante fugaz, como asegurándose de que realmente estaba viva, de que no era una ilusión.

—Voy a sacarte de aquí —juró contra su cabello.

Y en ese momento, en medio de la violencia y el caos, Lucía supo una cosa con certeza:

Mientras Rafael Murray respirara, nadie le pondría un dedo encima.

Lucía se aferró a Rafael con fuerza, hundiendo el rostro contra su pecho empapado.

Su cuerpo temblaba, no solo por el frío, sino por la oleada de emociones que amenazaban con desbordarla.

Él estaba allí.

Había venido.

—Estás aquí... —susurró ella, su voz apenas audible entre el rugido de la tormenta de balas.

Rafael cerró los ojos un segundo, como si esas simples palabras fueran el ancla que necesitaba para no perderse en su propia furia.

—Siempre —le murmuró de vuelta, tan bajo que solo ella pudo oírlo.

Pero no había tiempo para más.

Rafael la separó de él con cuidado, sus manos firmes pero protectoras.

—Tenemos que movernos, Lucía. ¿Puedes correr?

Lucía asintió, limpiándose la cara con la manga.

—Sí —dijo con determinación, aunque las piernas le temblaban.

Rafael asintió una sola vez y tomó su mano.

No la dejaría sola.

Nunca.

Avanzaron por el corredor blindado mientras las balas seguían rebotando contra las paredes de acero.

Dos de sus hombres se sumaron a ellos, cubriéndolos con disparos precisos y movimientos calculados.

Lucía apenas podía seguirles el ritmo, pero lo hacía, apretando los dientes, impulsada por la presencia de Rafael.

Llegaron a una salida trasera, una compuerta oculta tras un panel de acero. Rafael la abrió con un código que solo él conocía.

Afuera, los sonidos eran aún más feroces.

Furgonetas negras, hombres armados hasta los dientes, disparos cruzados iluminando la noche.

Lucía sintió que un nudo helado le apretaba el estómago.

Este era su mundo.

El verdadero mundo de Rafael.

Un mundo de violencia, de lealtades sangrientas, de batallas sin cuartel.

Pero también vio otra cosa.

La forma en que Rafael se movía, cubriéndola instintivamente con su propio cuerpo.

La forma en que sus hombres peleaban no por dinero, no por gloria, sino por algo más profundo: una lealtad feroz hacia él.

Rafael la protegía como si fuera su tesoro más preciado.

—¡A la camioneta! —gritó uno de sus hombres.

Rafael no soltó a Lucía ni un segundo mientras corrían, esquivando balas, cubriéndose tras las estructuras abandonadas del patio trasero.

El corazón de Lucía latía tan fuerte que sentía que se le iba a salir del pecho.

Pero no gritó.

No lloró.

Se mantuvo firme, corriendo junto a él.

Cuando por fin llegaron a la camioneta blindada, Rafael abrió la puerta y prácticamente la subió dentro, cubriéndola con su cuerpo mientras otro de sus hombres arrancaba a toda velocidad.

Los neumáticos chirriaron, levantando una nube de polvo y pólvora mientras dejaban atrás el edificio del refugio, ahora convertido en un campo de batalla.

Lucía, todavía jadeando, se giró hacia Rafael.

Sus miradas se encontraron.

Él la examinó de pies a cabeza, buscando heridas, cualquier signo de daño.

Cuando no encontró ninguno, soltó un suspiro tembloroso, como si el peso de todo el universo hubiera estado presionando su pecho.

Lucía extendió la mano, rozando su mejilla con los dedos.

Un gesto pequeño.

Un gesto inmenso.

—Estoy bien —le dijo en voz baja, con esa dulzura suya que lograba colarse incluso en medio del infierno.

Rafael apoyó su frente contra la de ella por un breve, fugaz momento, cerrando los ojos.

Solo un instante.

Solo un respiro.

Después, el mundo volvería a arder.

Pero por ese segundo... solo existían ellos dos.

La camioneta blindada atravesaba la ciudad a toda velocidad, alejándose del caos.

Lucía, acurrucada en el asiento, sentía la vibración del motor bajo sus piernas, pero no soltaba la mano de Rafael.

Él sostenía el volante con una sola mano; la otra, libre, permanecía rozando ligeramente la rodilla de Lucía, como una promesa silenciosa de protección.

Su teléfono satelital vibró.

Rafael lo tomó sin dejar de vigilar el camino.

—¿Informe? —ordenó con voz baja pero cargada de acero.

La respuesta llegó inmediata, entrecortada por el ruido de fondo de sirenas lejanas y pasos apresurados.

—Objetivo neutralizado, señor. El edificio está asegurado. —Era Marcos, su segundo al mando—. El equipo tres reporta que tenemos algunos rehenes también.

Rafael soltó un suspiro lento, pero su mandíbula seguía tensa.

—Bien. Limpien todo. Que no quede rastro.

—Sí, señor.

Hubo una breve pausa.

—¿Instrucciones para Franco Leone?

Los ojos de Rafael se oscurecieron, reflejando una furia fría, controlada.

Su mano en la rodilla de Lucía se cerró apenas, como conteniendo la rabia.

—Preparen una sala especial. —Su voz bajó aún más, volviéndose peligrosa—. Quiero que esté despierto, lúcido... y muy dispuesto a hablar cuando yo llegue.

—Entendido.

Rafael colgó sin más.

Se permitió un breve vistazo hacia Lucía.

Ella no preguntó.

No necesitaba hacerlo.

Veía la tormenta en sus ojos.

Veía también algo más: la feroz determinación de un hombre que había estado demasiado tiempo en guerra... y que ahora luchaba por algo más que territorio o poder.

Luchaba por ella.

—Ya casi llegamos —murmuró Rafael, bajando un poco la velocidad al entrar en una zona más apartada de la ciudad, donde altos muros de piedra ocultaban propiedades privadas.

Lucía asintió, tragando saliva.

Se sentía segura con él.

Pero no ignoraba la verdad: su mundo no era solo peligroso.

Era despiadado.

Y ahora, ella era parte de esa realidad, lo quisiera o no.

Rafael condujo hasta un portón negro que se abrió automáticamente al escanear su vehículo. Dentro, un pequeño refugio —aún más seguro que el anterior— los esperaba, custodiado por hombres armados que inmediatamente cerraron el perímetro.

Cuando bajó del auto, Rafael fue hacia ella y la ayudó a descender, protegiéndola con su cuerpo en cada movimiento.

Lucía lo dejó hacer.

Por primera vez entendía realmente el precio de pertenecer a su vida.

Y aun así... su corazón no retrocedía.

Mientras Rafael daba órdenes rápidas para asegurar el nuevo refugio y asignaba un equipo médico para revisarla —aunque insistiera en que estaba bien—, ella lo observaba.

Observaba al hombre al que no había podido dejar de amar.

Incluso en medio del peligro.

Especialmente en medio del peligro.

1
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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