Entre Las Garras De La Villana

Aery estaba en los pasillos del castillo, se dirigía a un buen sitio para hablar con Rael, mientras Rael la seguía en silencio, Pero con fastidio. Él en verdad odiaba a esa mujer que iba delante de él. Si bien el padre de esta lo había atrapado en un pueblo del desierto, tenerla a ella como señora era mil veces peor, Aery la rosa carmesí del imperio de diamond, era el demonio hecho mujer. Mientras cruzaban una esquina, Aery se detuvo bruscamente, Rael ya iba. Aprotestar cuando está le hizo señas de que hiciera silencio, había escuchado dos voces y quería saber que era lo que pasaba, Aery se asomo sin ser vista y frente a ella estaba Neris con otro hombre, Aery abrió la boca de sorpresa, ya que estos estaban besandose, luego ambos se separaron y voltearon, Aery de inmediato se escondió junto a Rael.

—¿Qué te pasa?— Le dijo Rael tratando de zafarse de ella, sin éxito alguno.

Aery volvió a asomarse con sigilo. La escena seguía su curso: la supuesta protagonista, la doncella virtuosa, se reía bajito, coqueta, mientras el hombre—uno de los guardias de la tercera división—le tomaba el rostro entre las manos como si fuera un tesoro. El mismo rostro que lloraba ante Kaelion. El mismo que se atrevía a desafiarla con palabras de "justicia" y "compasión". Su mandíbula tembló de rabia contenida. "Hipócrita. Víbora disfrazada de oveja." Cheryl no lo podía creer. Desde que despertó en ese maldito cuerpo, lo único que hacía era tropezar con realidades que no encajaban con el guion del libro que tanto había amado. Nerys no parecía ser esa heroína dulce, justa, maltratada por todos… no cuando la veías riendo, tocando, entregándose sin pudor en un pasillo del castillo donde cualquiera podía verlos. Ni siquiera con Kaelion, su supuesto amor eterno. "¿Y si todo estaba mal? ¿Y si Aery tenía razón desde el principio?". La mano de Rael le tocó el hombro y la sobresaltó. Ella se giró con brusquedad.

—¿Qué piensas hacer? —murmuró él, casi divertido, como si intuyera lo que estaba pasando por su cabeza. La verdad es que a Rael poco le importaba lo que acababa de ver, a el lo único que le interesa es salir de ese reino de una vez por todas.

—No ahora —respondió Aery, con los ojos brillando de furia contenida—. Ahora no… pero se van a arrepentir.

Se apartó del muro y caminó por el pasillo como una sombra, arrastrando consigo al híbrido sin decir más palabra.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, Rael le habló otra vez.

—¿Me dirás por qué me arrastraste contigo hasta aquí? ¿O solo querías que te hiciera de testigo mientras planeabas cómo asesinar a una sirvienta? Después de todo es tan tu. Matar por placer, por odio, digna hija de tu padre, el emperador de Diamods, el todo poderoso. Kael primero con el nombre, no es mas que un tirano igual que su maldita hija.

Aery lo ignoró al principio. Caminó hasta uno de los jardines vacíos y, solo cuando estuvo segura de que no había oídos cerca, se detuvo.

—Mi padre si es un maldito, eso no lo voy a negar, pero ahora no quiero hablar de el, si no de nosotros, necesito que me ayudes en algo, claro que tu también saldrás ganando algo —dijo al fin, seca.

Rael arqueó una ceja, cruzando los brazos.

—¿Ayuda? Vaya, pensé que eras la diosa todopoderosa de este reino. Qué humildad tan inesperada. — Rael se acerco a ella — No recibiras nunca mi ayuda, asi como tampoco recibiras ninguna clase de afecto de mi parte, puedo ser tu esclavo, pero jamas tendras ni mi lealtad, obediencia, ni mi respeto.

Ella lo miró con una mezcla de desdén y seriedad.

—No juegues conmigo, Rael. Lo que quiero hacer necesita a alguien como tú. Y no te preocupes que pronto estarás bajo mi voluntad, pensé en hacerlo por las buenas, pero al parecer mi querido Rael toca hacerte cambiar de opinión por otros medios.

Rael no respondió, pero su curiosidad ya había sido encendida. Aery se le acercó con cautela, y fue entonces cuando algo en él cambió. La rabia lo golpeó sin aviso. De pronto, Rael estalló. La tomó por el cuello con una violencia fulminante, empujándola contra uno de los pilares de piedra. Aery jadeó, sorprendida.

—¡¿Qué haces, maldito?! —gruñó, intentando soltar sus dedos.

Pero Rael no la escuchaba. La rabia lo consumía.

—No te acerques a mí después de todo lo que has hecho maldita. No me hables como si fueras mi igual —su voz era oscura, gutural, casi demoníaca—. Ustedes… son todos iguales. Usan, manipulan, mienten.

Aery, desesperada, alzó una mano. Una luz azul de la magia se encendió en su palma y la descargó directo en el pecho de Rael, que la soltó de inmediato con un gruñido. Ambos cayeron al suelo. Ella por el golpe. Él por la descarga. Pero se levantaron rápido. Rael se lanzó sobre ella. Aery rodó por el pasto y lo esquivó, pero él la atrapó de la pierna. Ella giró y lo pateó en el estómago. Rael cayó hacia atrás, pero con una fuerza brutal, la arrastró con él. Rodaron entre los arbustos, entre jadeos, gruñidos, como bestias salvajes. Aery no era débil. Nunca lo fue. Y Rael no se detenía.

—¡Basta! —gritó ella, mientras lo contenía con el peso de sus piernas. Le apretó el rostro, sus dedos clavándose en sus mejillas.

Él sonrió, con sangre en la boca.

—Ah… ahí estás. La verdadera tú.

Aery lo miró, respirando agitadamente, aún montada sobre él. Sus pechos subían y bajaban, sus muslos temblaban. Rael la tenía de nuevo entre sus garras, como si el mundo entero no importara más que ese momento. Y Cheryl, atrapada en el cuerpo de esa mujer infernal, se dio cuenta de algo aterrador. No todo estaba escrito.