Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
NovelToon tiene autorización de Marines bacadare para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Cuidados.
En el auto, Ginevra recuesta un poco su cabeza, parece cansada y adolorida, pero en realidad su mente no sabe qué hacer para que Rogelio no se entere del golpe, o es capaz de echar el plan abajo y venir a verla.
—Te duele mucho, creo que podría llevarte a la clínica —su jefe sonríe, aunque no está muy cerca de ella. La joven trata de mantener la distancia para dejarle en claro que no está buscando coquetear.
Observa sus hermosos ojos y se pierde en cada palabra que sale de sus labios. Sus orbes traviesas bajan la mirada a su camisa un poco abierta y alcanza a ver un tatuaje. Sus pensamientos pecaminosos abordan su cabeza nuevamente, eclipsando la preocupación por Rogelio.
—No es necesario, estoy bien, solo quiero llegar y acostarme a dormir —responde ella; habla calmado, mirando sus labios y luego sus ojos, aunque parece un gesto natural.
—De acuerdo, pero trata de descansar. Si quieres, puedo ayudarte en lo que quieras —se acerca un poco hacia ella, y cuesta todo su autocontrol no rodear su fuerte cuello con sus delicadas manos.
—Muchas gracias, señor Orlov. No se me fracturó nada, solo necesito un poco de sueño y ya —el auto llega hasta la dirección que ella le ha proporcionado a su jefe, y este baja para después abrirle la puerta. Aunque el gesto la derrite, no lo demuestra. Sale del auto tomando su mano, y ese pequeño roce casi la quema; su piel no desea soltar su contacto jamás.
Al llegar a la puerta de su apartamento, ambos entran; él de inmediato la ayuda a sentarse y actúa como si viviera allí.
—Descansa, iré a prepararte algo, o mejor ve a cambiarte. ¿Puedes sola? —su manera rápida de decir todo le saca una pequeña sonrisa.
—Estoy bien, lo juro. Iré a bañarme. Está en su casa, señor Orlov, pero no tiene que hacer nada —da la vuelta, y el hombre observa cada paso que da, cómo su espalda desaparece por un pasillo. Da la vuelta y trata de conseguir la cocina. Aunque no es muy difícil hallarla, el lugar, aunque no es diminuto, tampoco es muy grande.
Un olor a menta llena sus fosas nasales. Comienza a revisar cada gabinete, tratando de buscar... ni siquiera sabe qué, porque en su vida ha cocinado.
—¿Por qué demonios no le presté atención a las estúpidas recetas de Misha? —saca su teléfono mientras verifica que la joven no regrese. Al primer repique contesta, y su orden es clara:
—Por favor, ordena una sopa y una lasaña, qué sé yo, algo italiano rápido —no da más explicaciones, y su hombre de confianza tampoco las necesita.
Se cruza de brazos, apoyado al mesón, y saca las ollas, las cuales ensucia con una pasta roja que hay en la nevera. Prende la estufa, y cuando hay un olor que delata que está cocinando, apaga la lumbre.
Minutos más tarde, su teléfono vibra en su pantalón, anunciando la llamada entrante de su hombre de confianza.
—Ya está listo el pedido, jefe. Voy subiendo —el hombre no responde, simplemente camina con cuidado hasta la puerta y la deja abierta para esperar, aunque el hombre le entregue el pedido.
Esa espera se le hace eterns. Desvía su mirada de vez en cuando hacia la dirección donde se fue la joven y luego revisa de nuevo hacia afuera.
Poco minutos después, que le parecen siglos, el hombre entra con dos envases en la mano; los toma enseguida.
—Espera un momento —no da más explicaciones y regresa a la cocina.
Sirve todo en platos de vidrio, tratando de ser lo más rápido que puede. Una vez todo está servido, regresa con un andar apresurado a la puerta, empuja los envases hacia el pecho de su hombre y cierra de nuevo para regresar como si nada hasta donde tiene todo hecho.
—Señor Orlov... ¿Sigue aquí? —los pasos y la voz de Ginevra lo alertan. Toma la olla que había utilizado para echar la pasta de tomate y comienza a lavarla delante de sus ojos.
La mujer regresa en un vestido cómodo. Es suelto en la parte baja y con un cuello redondo, se ajusta en la parte de arriba, resaltando cada curva de su cuerpo.
Ella le da una mirada a la comida en los platos y contiene una risa. Es imposible que haya hecho una lasaña tan rápido, pero no le dice nada.
—No debió cocinar, señor, qué pena con usted —muy inmediato, se seca las manos y se acerca, negando con la cabeza.
—Por favor, siéntese, que ya le llegó su comida, y no es ninguna molestia. Si no la cuido a usted, ¿quién me cuida los números a mí? —su tono es seductor y no deja de detallar. Todo a esa mujer le queda bien, y eso hace que el deseo por ella aumente.
Toma la comida y la lleva hasta una pequeña mesa en el mini comedor. Se sienta, y él se la acerca.
—Espero que te guste. No sé cómo me quedó, porque no la probé, pero hice lo que pude.
Ella abre sus ojos, haciendo que él suelte una carcajada, pero suspira, calmando esa sensación. Al probar la sopa, un gemido sale de sus carnosos labios: no hay duda de que está deliciosa.
—Le quedó exquisito eso, se ponga chef —lo adula, sabiendo que no fue él quien la hizo, porque es probablemente imposible hacer eso en veinte minutos.
—Sí, soy un excelente cocinero, pero solo con las personas que me importan —su voz gruesa sale como una caricia delicada.
Baja la mirada, y ella baja las pestañas, tratando de parecer avergonzada.
—Muchas gracias, creo que tuve suerte de tener un jefe tan... atento —la manera de pronunciar cada una de sus palabras es una invitación a enloquecerlo. En ningún momento se le insinúa, tampoco le sonríe más de lo necesario, tiene claro que él sería una presa fácil, pero su lado mandón hace que quiera intentar con otro más, y al mismo tiempo su cuerpo de lavadero la hace fantasear con él.