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Amor Sin Límites

Amor Sin Límites

Status: Terminada
Genre:CEO / Cambio de Imagen / Mujer despreciada / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:35
Nilai: 5
nombre de autor: Edna Garcia

A los cincuenta años, Simone Lins creía que el amor y los sueños habían quedado en el pasado. Pero un reencuentro inesperado con Roger Martins, el hombre que marcó su juventud, despierta sentimientos que el tiempo jamás logró borrar.

Entre secretos, perdón y descubrimientos, Simone renace —y el destino le demuestra que nunca es tarde para amar.
Años después, ya con cincuenta y cinco, vive el mayor milagro de su vida: la maternidad.

Un romance emocionante sobre nuevos comienzos, fe y un amor que trasciende el tiempo — Amor Sin Límites.

NovelToon tiene autorización de Edna Garcia para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 5

Cuando recibí mi primer salario, no lo pensé dos veces. Sabía exactamente lo que quería hacer: devolverle a mi madre un poco de la dignidad que mi padre siempre le robó.

—Madre, arréglate, vamos a salir —dije sonriendo, escondiendo el sobre del pago dentro del bolso.

Ella arqueó la ceja, sorprendida.

—¿Salir? Pero, ¿a dónde, Geovana?

—Ya verás. Hoy es nuestro día.

Fuimos directo al centro comercial de la ciudad. El brillo de los escaparates se reflejaba en sus ojos, pero ella caminaba insegura, como si no perteneciera a ese lugar. La primera parada fue en el salón de belleza.

—Geovana… ¿te has vuelto loca? —dijo ella, cuando la recepcionista nos recibió—. Esto es demasiado caro.

—Hoy no quiero oír excusas, madre. Te vas a cuidar.

En poco tiempo, vi a mi madre con los ojos cerrados, relajándose mientras lavaban y trataban su cabello. Los cabellos ganaron vida, brillo, suavidad. Después vinieron las uñas, delicadamente pintadas, y por último el maquillaje ligero, que realzó cada rasgo de su belleza natural.

Cuando ella se miró en el espejo, se llevó la mano a la boca.

—Yo… ni siquiera me reconozco.

Sonreí con los ojos llorosos.

—Ese es el rostro de la mujer maravillosa que siempre has sido. Solo estaba escondida.

De allí, seguimos a una tienda de ropa. Insistí en que se probara un conjunto elegante y luego un vestido verde que realzó aún más su piel clara y el brillo de sus ojos castaños.

—Geovana, ¡esto es un absurdo! —dijo ella, mientras se calzaba los zapatos elegidos por mí—. Estás gastando mucho dinero, hija.

La abracé por la cintura y negué con la cabeza.

—No te preocupes. Lo pagué a plazos con la tarjeta, y no tiene precio verme feliz al verte así. Te mereces todo esto, madre.

Por último, elegimos un bolso que combinaba con el zapato. Cuando ella se miró entera en el espejo de la tienda, casi no lo creyó. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No me acuerdo de la última vez que me sentí tan bonita… —confesó, emocionada.

La abracé fuerte, conteniendo las lágrimas.

—Madre, a partir de ahora va a ser diferente. No vamos a vivir más de migajas. Vas a volver a sonreír, vas a volver a mirarte en el espejo y a gustarte lo que ves.

En ese momento, mientras caminábamos de la mano por el centro comercial, sentí que el sacrificio de tantos turnos valía la pena. No era solo sobre dinero, era sobre devolverle a mi madre la vida que ella siempre mereció.

De vuelta en casa, ayudé a mamá a colgar la ropa nueva en el armario. Ella tocaba cada prenda como si fueran joyas raras, doblando con cuidado y arreglando las perchas con un cariño que nunca había visto antes.

—Geovana… —dijo ella, con la voz baja, casi como si hablara consigo misma—. Creo que voy a guardar esta ropa para una ocasión especial. Casi no salgo de casa, hija mía. Sería un desperdicio usarlas aquí dentro.

La miré, aquella mirada dulce y al mismo tiempo resignada, y sentí el corazón apretarse.

—Madre, no pienses así —respondí, tomando sus manos—. Te prometo que pronto, cuando me estabilice en el trabajo, voy a comprar más ropa, más zapatos, todo lo que quieras. Y no solo eso… te voy a llevar a pasear, a conocer lugares diferentes. Vas a tener sí muchas oportunidades de usar cada una de estas ropas.

Ella sonrió, pero había un brillo triste en sus ojos, como si no creyera totalmente que aquello fuera posible.

—Hablas con tanta convicción, hija… que hasta me da esperanza.

Antes de que yo respondiera, el teléfono celular de mamá sonó. Mamá fue a contestar. Yo ya sabía quién era.

—¿Aló? —dijo ella. Su expresión cambió instantáneamente—. Sí, Marcelo… entiendo.

Desde donde estaba, oí claramente la frase de él, seca y habitual:

—No vuelvo a casa esta noche.

Mamá cerró los ojos por un instante, apretando el teléfono contra el oído. Era siempre así. El viernes ya venía con la sentencia lista: la ausencia de él.

Ella colgó en silencio, guardando el aparato como quien guarda un dolor antiguo.

—Una vez más… —murmuró, intentando disimular.

La abracé por detrás, apoyando la barbilla en su hombro.

—Madre, un día esta realidad no va a seguir hiriéndonos. Te prometo que voy a cambiar nuestras vidas.

Y, por primera vez en aquella noche, vi una sonrisa verdadera en sus labios, como si quisiera creer que mi futuro sería capaz de rescatar el pasado que Marcelo había destruido.

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