Que pasa cuando la rivalidad y los problemas empieza por una herencia? Fabián pensaba casarse con Tania pero está huye un día antes de la boda no quedandole otra alternativa que tomar a la hermana de Tiana. Diana una chiquilla que tenía muchos planes pero en ningúna de ellas estaba casarse con un CEO cruel y calculador, poco a poco se va dando cuenta que su hermana no era lo que ella creía, hay solución? claro que sí, un hijo esa en la condición para que ella pueda ser libre antes del año, pero todo toma un giro inesperado.Esta novela no es para todo público, sobre todo leerla como lo que es UNA NOVELA.
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La primera vez
—¡Damián, lárgate! —grita Fabián, parado en la puerta.
Me levanto de la cama, intentando tapar la crema que me puse.
Damián también se levanta, la camisa rota donde lo jalé le cuelga del cuerpo.
Él sale sin decir nada, y yo me quedo sentada, fingiendo que no puedo cubrir la crema para no mirar a Fabián. Siento cuando se acerca.
—O eres muy lista o muy estúpida —me dice con voz grave—. Mira que asegurar un lugar en mi familia provocando a mi hermano, eso no me lo esperaba.
Aprieto los puños con rabia.
—Lo que quiero es estar lejos de tu “familia” —le respondo con firmeza.
—Pues no parece —contesta—. Ya debes saber que Damián tiene su propio dinero, aparte del nuestro.
Me levanto para guardar la crema, pero me toma del brazo. Levanto la vista, ya que es mucho más alto que yo, y sin importarme las consecuencias, le suelto la mano en la cara. Apenas lo toco, pero él se aparta.
—Maldita niña —escupe.
Me quedo paralizada esperando qué hará, y él me agarra del brazo, tirándome hacia la cama y dejándome el corazón latiendo a mil. Camina hacia la puerta, cierra con seguro, regresa y se quita la camisa. Me arrastra para acercarme, pero luego me sujeta los tobillos, impidiéndome moverme.
—No te hagas la que no sabes —me dice—. Puedes engañar a mi hermano, pero a mí no.
Me empuja contra la cama.
—No quiero que me toques —le digo, con la voz temblorosa—, y menos si vienes de tocar a mi hermana.
Mi cuerpo traicionero me traiciona más aún; siento humedad entre mis piernas y me doy cuenta de que estoy solo en bragas.
—Hay que agilizar lo del embarazo —dice con frialdad.
—No mientras sigas tocando a otras mujeres —le respondo—, y más si una es mi hermana.
Se me viene encima, siento su respiración caliente en el cuello. Con su mano aparta mi ropa interior, y siento algo duro que pasa entre mis pliegues. Creo que es lo que pienso.
Empieza a meterlo y lo empujo, pero no se detiene. Su respiración se vuelve más pesada. Lo muerdo cuando siento que el dolor ya es insoportable; me está partiendo mientras entra.
Abro los ojos, y él me tapa la boca justo cuando un pequeño grito se escapa de mi garganta al entrar del todo, y más cuando se mueve, haciendo que me arda.
—Siempre me cuido, pero contigo no lo haré —me dice con voz ronca—. Estás tan apretada...
—Me duele —le susurro.
Me mira y pega sus labios a los míos. Me besa tan intenso que solo recordarlo hace que rodee con mis piernas su cintura, indicándole que siga. Él no deja de besarme; le ofrezco el cuello para que lo bese y así lo hace.
Intento moverme bajo de él, pero no me deja. Está perdido en las estocadas que me da. Le clavo las uñas en la espalda y él aprieta más fuerte.
Siento algo en el centro de mi vientre que me hace abrazarlo cuando estallo en un orgasmo, de los que mis compañeras hablaban.
Él no tarda en terminar dentro de mí. Se levanta de inmediato, acomoda su pantalón y entra al baño. Yo tomo la sábana blanca para cubrirme, grave error, porque la siento mojada. No es humedad, es sangre.
Sale del baño con una toalla en la cintura, ve la mancha, pero no dice nada. Solo se cambia y sale de la habitación.
Cuando se va intento levantarme, pero mis piernas duelen, ahora sí. Hace un rato casi gritaba pidiendo más, y ahora apenas puedo moverme. Me regaño mentalmente.
Cómo puedo llegar al baño, abro la regadera y dejo que el agua me calme. El dolor punzante en mi intimidad no desaparece, y me doblo de dolor esperando que pase. Después de una hora salgo, busco mi ropa, me la pongo y salgo.
Busco a la madre de Damián y aunque me da pena, le digo:
—Señora, ¿tendrá pastillas para cólicos menstruales?
—Sí —me responde amablemente.
La acompaño a su cuarto, ella entra al baño y me da una caja de pastillas.
—Si necesitas algo más, dímelo con confianza.
—Gracias —le digo y salgo.
—Hija, ¿te golpearon en otro lado? —me pregunta su madre al verme caminar con dificultad—. Caminas como si te doliera.
—No hay nada de malo en que consumamos el matrimonio —dice el imbécil de Fabián, saliendo detrás de mí.
Yo me alejo con una vergüenza que no sé ni cómo disimular.
Entro al cuarto y ya hay una empleada limpiando. Hay sábanas limpias en la cama.
Me disculpo y voy al baño, donde tomo las pastillas con un bote de agua sellado del frigobar.
Cuando salgo, la empleada ya no está.
—Mi chófer te llevará al departamento —me dice Fabián mientras busca algo en su cartera—.
Me ofrece una tarjeta.
—Mi madre dice que necesitas otra —me dice.
La tomo solo para que me deje sola. Sale de la habitación y yo bajo con esfuerzo, abordando el carro que me lleva al departamento.
Son las 8 a.m., debo ir a la universidad.
Me baño, guardo todo junto con mi uniforme de trabajo. La tarjeta que me dio la guardo con la primera en una gaveta donde tengo mis cosas y joyas. No me gusta llamar la atención, son regalos de mis padres y los guardo con cariño.
Por suerte, cuando salgo, el chófer no está. Pido un taxi que me lleva a la universidad.
Cuando estoy por salir, llama mi padre y lo que me dice me deja helada.
—Dime que no es cierto, ¿y no fuiste tan estúpida de acostarte con Fabián? —me grita con una furia como nunca antes.
—¿Qué ocurre? —le pregunto temblando.
—La única oportunidad que tenías la echaste a la basura —me dice, y corta la llamada.