Luna Rota: Destinos Traicionados.

La noche estaba en calma, pero en el interior de Marcus, una tormenta se desataba. Desde que había marcado a Fernanda, los recuerdos que había intentado enterrar comenzaron a emerger, desgarrando las cicatrices de su alma. Caminaba por el jardín trasero de su mansión, bajo el manto de la luna llena. El aire fresco no logró aliviar el peso que llevaba dentro. Sus pasos lo llevaron hasta un banco de piedra, donde se sentó, hundiendo el rostro entre sus manos.

Rashel. Su nombre resonó como un eco doloroso en su mente. Podía verla claramente: sus ojos azules como el cielo, su risa dulce que llenaba de vida incluso los días más oscuros. Ella había sido su luna, su compañera destinada. Pero esa noche… esa maldita noche lo había perdido todo.

Todo había comenzado con una reunión en la manada. Los conflictos internos se habían intensificado, y como alfa, Marcus debía mediar. Había pasado horas discutiendo estrategias y tratando de calmar a los lobos más jóvenes, quienes cuestionaban su liderazgo. Rashel lo había esperado pacientemente en su casa, prometiendo que prepararían una cena especial para celebrar su quinto aniversario como compañeros.

Al regresar, algo no se sintió bien. El aire estaba cargado de un olor metálico y espeso que le puso los nervios de punta. Al cruzar la puerta de su hogar, un dolor intenso le atravesó la cabeza, como si algo o alguien hubiera tomado el control de su mente.

Cuando abrió los ojos, lo que vio lo dejó paralizado: el cuerpo de Rashel, despedazado, yacía en el suelo. La sangre cubría las paredes y sus propias manos.

—¡No! rugió, cayendo de rodillas junto a ella.

La escena era una pesadilla de la que no podía despertar. Sus recuerdos estaban borrosos, como si alguien hubiera arrancado las piezas más importantes. Solo podía recordar el dolor, la confusión… y la traición que vendría después.

La noticia se difundió rápidamente por la manada. Su familia fue la primera en llegar, y lo miraron con horror. No importaba cuánto intentara explicar que no recordaba nada, que él jamás le haría daño a Rashel, nadie le creyó.

El consejo fue convocado esa misma noche. Los ancianos, liderados por su propio tío, lo miraron con desprecio mientras enumeraban los cargos en su contra.

—Marcus, como alfa, tu deber era proteger a tu luna. En cambio, la encontraste muerta bajo tu techo. Las pruebas son claras: la sangre en tus manos, las marcas en el cuerpo de Rashel… Todo apunta a ti dijo el anciano Gregor, con voz fría.

—¡Yo no lo hice! ¡Lo juro! gritó Marcus, pero sus palabras cayeron en oídos sordos.

Finalmente, la sentencia fue dictada. Aunque algunos exigían su ejecución, el consejo decidió desterrarlo.

—Vivirás con la vergüenza de tus actos y el peso de tu culpa. Ya no eres parte de esta manada.

Fue escoltado fuera de su territorio, obligado a dejar atrás a su familia, su hogar… y el amor de su vida.

Marcus cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar. Había pasado años intentando descubrir la verdad, pero nunca encontró respuestas. Todo lo que sabía era que alguien había manipulado los hechos para destruirlo, y hasta ahora no sabía quién ni por qué.

Marcel, su lobo, rompió el silencio en su mente.

—¿Sigues atormentándote con eso?

—¿Cómo no hacerlo? Lo perdí toda esa noche.

—¿Hacer? La voz de Marcel era firme. Tienes a Fernanda ahora.

Marcus se tensó.

—No es lo mismo. Rashel era mi luna destinada.

—Y sin embargo, el destino te ha traído a Fernanda. Tal vez esto sea una segunda oportunidad, Marcus.

La idea lo desconcertó. ¿Podría realmente permitir que alguien más entrara en su corazón? ¿Podría proteger a Fernanda de los peligros que lo acechaban, cuando ni siquiera pudo proteger a Rashel?

Suspiró profundamente, levantándose del banco. Mientras caminaba de regreso a la mansión, una determinación comenzó a formarse en su interior.

No sabía si estaba listo para amar de nuevo, pero una cosa era segura: no dejaría que nadie lastimara a Fernanda. No cometería el mismo error dos veces.

Mientras tanto, en la mansión, Fernanda estaba sentada en el borde de la cama, sus pensamientos dando vueltas como un torbellino. El beso de Marcus la había dejado aturdida, confundida. Había sentido algo en ese momento, algo que no podía explicar. Una conexión que iba más allá de lo físico, algo que la hacía sentir completa de una manera que nunca antes había experimentado.

Pero ¿qué significaba eso? ¿Era solo el vínculo que Marcus había creado entre ellos, o había algo más? Fernanda se llevó una mano a la marca en su cuello, sintiendo el calor que emanaba de ella. No podía negar que algo había cambiado dentro de ella desde que Marcus la había marcado, pero no sabía si estaba lista para aceptarlo.

Su mente volvió a Víctor. ¿Realmente lo había amado? O simplemente había sido el hombre que la luna le había asignado, alguien a quien había aceptado por cumplir con lo que se esperaba de ella. La traición de Víctor con Natalia había sido un golpe devastador, pero ahora se preguntaba si el dolor que sentía era por él o por el amor de hermana que Natalia había traicionado.

—¿Qué estoy haciendo? susurró para sí misma, llevándose las manos al rostro.

No sabía qué sentir. Todo era demasiado confuso. Por un lado, estaba Marcus, un hombre que apenas conocía pero que había salvado su vida, incluso si había sido de una manera que ella no había pedido. Por otro lado, estaba el recuerdo de Víctor y Natalia, una herida que aún sangraba.

Fernanda se levantó y caminó hacia la ventana, mirando el jardín iluminado por la luna. Vio a Marcus caminando de regreso a la mansión, su figura alta y fuerte bajo la luz plateada. Había algo en él, algo que la atraía a pesar de todo. Tal vez era su determinación, su fuerza, o simplemente la forma en que la miraba, como si fuera lo más importante en su mundo.

Pero ¿podía confiar en él? ¿Podía permitir que alguien más entrara en su corazón después de todo lo que había pasado?

—No lo sé murmuró, cerrando los ojos.

Lo único que sabía era que no podía seguir huyendo. Tenía que enfrentar sus miedos, sus dudas, y descubrir qué quería realmente. Porque si había algo que había aprendido en los últimos días, era que la vida era demasiado corta para vivir en el miedo.