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HERENCIA DEL SILENCIO

HERENCIA DEL SILENCIO

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Malentendidos / Amor-odio / Atracción entre enemigos / Grumpyxsunshine / Completas
Popularitas:17.8k
Nilai: 5
nombre de autor: Yazz García

Manuelle Moretti acaba de mudarse a Milán para comenzar la universidad, creyendo que por fin tendrá algo de paz. Pero entre un compañero de cuarto demasiado relajado, una arquitecta activista que lo saca de quicio, fiestas inesperadas, besos robados y un pasado que nunca descansa… su vida está a punto de volverse mucho más complicada.

NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Bienvenidos al caos

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

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...M A N U E L L E...

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Si alguien me hubiera dicho hace cuatro años que terminaría viviendo en una ciudad donde la gente se arregla como modelos de pasarela para ir al supermercado y los perros tienen más estilo que yo… probablemente le habría escupido el café en la cara.

Pero ahí estaba yo, con una maleta roja que había perdido una rueda camino aquí, una mochila y mi chaqueta de cuero favorita, parado frente a los dormitorios de la Universidad di Milano, respirando el glorioso smog urbano con una mezcla de emoción, ansiedad y ganas de vomitar.

—Esto es —dije en voz alta, más para mí mismo que para el trío dramático que venía detrás—. Mi nuevo hogar, donde probablemente me vuelva adulto, arruine mi hígado y, si tengo suerte, me gradúe.

—No digas eso —gimió mi madre, Susan, mientras sollozaba en un pañuelo tan arrugado como sus nervios—. Mi niño, mi bebé… ¡Te estás yendo tan lejos!

—Estoy a dos horas en tren, mamá. No estoy cruzando el Atlántico a remo.

—¡Pero no vas a estar en casa! ¿Quién va a recordarte que no dejes los calcetines mojados en el baño?

—Nadie —respondí con una sonrisa exagerada—. Porque ahora seré un adulto independiente que vivirá entre calcetines mojados, fideos instantáneos y decisiones cuestionables.

Camila, mi madrastra bonita, le daba palmaditas en la espalda a Susan mientras intentaba contener la risa.

—Vamos, Susan, déjalo vivir. Va a estar bien. Tiene veinte años, es inteligente, responsable y sabe cómo hornear sin quemar la casa.

—¡Solo una vez dejé el horno encendido! —protesté.

—Una vez que casi mata a toda la familia —añadió una voz a mi derecha.

Mi padre, Gael Moretti, se había mantenido callado hasta ahora, como buen exmafi… empresario reformado que se reserva sus comentarios para cuando realmente pueden fastidiar. Apoyado contra la camioneta, con los brazos cruzados, me miraba con esa mezcla de orgullo y “no te emociones mucho, aún puedes cagarla”.

—¿Vas a dejar que esta gente dramática entre conmigo a los dormitorios? —pregunté, apuntando con la cabeza hacia mi familia—. ¿O vas a hacerme el favor de despedirte como una persona normal?

—¿Y perder la oportunidad de arruinarte el primer día? Jamás.

¿Hater o padre? Ya ni se…

Me acerqué para despedirme y, por unos segundos, el sarcasmo desapareció. Mi padre me palmeó el hombro, luego me abrazó con fuerza. Fue breve. Suficiente.

—Hazlo bien, hijo —me dijo en voz baja—. No tienes que ser perfecto, pero sí constante y si alguien te toca un pelo, me llamas. Sin explicaciones.

—¿Me vas a enviar a alguien a romperle las rodillas?

—No, claro que no… Lo haría yo mismo. Con mis propias manos.

—Qué consuelo —le respondí, sonriendo.

Después fue el turno de Camila, que me abrazó con ese cariño tranquilo que solo las mamás que también han sido hijas rebeldes pueden tener. Me susurró al oído “Esfuérzate, sé que eres un chico muy listo”. Luego vino Angela, mi hermanita, que me dio una carta, una estrella y un letrero que decía “Hermano favorito”. Me hizo prometer que la llamaría todos los días.

Dato: no lo haré, pero sí dos veces por semana. Soy un buen tipo, no perfecto.

Y finalmente, mi madre. Amante del drama y de las galletas de mantequilla. Me abrazó como si me fuera a la guerra y lloró a cántaros. Camila la tuvo que arrastrar de vuelta a la camioneta mientras me gritaba: “¡No te olvides de quién te parió, Manuelle Moretti!”.

—Nunca lo haría, mamá —murmuré, medio riéndome.

Papá, por su parte, simplemente me miraba con los brazos cruzados y esa ceja arqueada suya, su arma secreta para todo lo que le incomoda. O sea: cualquier cosa que no implique disparos, números o vinos caros.

—¿Tienes todo? —preguntó, por tercera vez—. ¿Documentos, llaves, preservativos…?

—¡Papá! —bufé, rodando los ojos.

—Lo básico —encogió los hombros, impasible—. Nunca se sabe.

Suspiré, recogí mi maleta coja y subí las escaleras del edificio.

La residencia era grande, luminosa y olía a pintura fresca. Mi nuevo hogar. Las habitaciones estaban organizadas en dúos, con pequeños escritorios, camas paralelas, estanterías modestas y, por supuesto, un baño compartido.

Cuando abrí la puerta de mi habitación, ya había alguien allí.

El chico frente al espejo se estaba ajustando la camisa mientras silbaba una canción de los Bee Gees. Tenía muchas pecas en las mejillas, unos rizos despeinados como si los hubiese domado con las manos y no con un cepillo, y una sonrisa de esas que solo aparecen cuando estás demasiado seguro de ti mismo para que te importe lo que piense el resto del mundo.

—Tú debes ser Manuelle Moretti. El hijo heredero de la fortuna de la corporación Moretti. Él que estudiará arquitectura ¿no?—dijo con un tono burlón pero amigable—. Yo soy Elio Ventresca. Artista, romántico incomprendido, icono en construcción.

—¿Ya habías practicado esa presentación o salió así de natural? —pregunté, dejando mi mochila sobre la cama libre.

—Siempre sale natural, señorito—respondió con un guiño.

Me acerqué a la ventana. Tenía una vista decente de un patio interior lleno de macetas tristes y una bicicleta abandonada que parecía haber vivido tiempos mejores.

—¿Tienes muchas cosas? —preguntó Elio.

—No tantas. Solo las necesarias: lápices, laptop, un buen café y paciencia para convivir con un artista ególatra.

Elio soltó una carcajada.

—Vas a necesitar más que eso. Por ejemplo, tolerancia a los ruidos. A veces traigo compañía. Para… “conversar”.

En ese momento, se escuchó una risa femenina del baño.

—¿Y a veces significa todos los lunes por la mañana? —pregunté, levantando una ceja.

—No, también los martes. Y jueves. Los fines de semana me lo reservo para meditar sobre la vida… o para citas más largas.

—Increíble —murmuré—. Justo lo que esperaba para mi experiencia universitaria: un roomie desordenado y terapia gratuita por traumas sonoros.

Elio me dio una palmadita en el hombro.

—Lo vas a amar y si te molesta, siempre puedes ponerte audífonos o unirte.

Lo miré sin expresión.

—Prefiero pegarme un martillazo en el pie.

Él soltó otra risa.

—Eres divertido, arquitecto. Creo que esto va a ser interesante.

Me reí en voz baja. Y así, entre paredes nuevas, ruido, y un compañero de cuarto que ya me sacaba canas virtuales, empezó el primer día del resto de mi vida.

… Aunque, claro, no sabía que todo estaba a punto de complicarse más de lo que imaginaba.

—¿Tienes hambre? —preguntó Elio, estirándose como si acabara de despertar de una siesta espiritual.

—No especialmente. —la puerta del baño se abrió de repente y una chica de cabello castaño, salió rápidamente haciéndole una seña de despedida a Elio.

—Perfecto, entonces salgamos a comer algo. Porque si no comes, estaras débil y si eres débil, no podrás cargar maquetas. Y si no puedes cargar maquetas, morirás solo y pobre, como un artista maldito.

Lo miré con desconcierto y resignación. Y ya conociéndome, la resignación ganó.

Caminamos por los pasillos de la residencia, donde el sonido de maletas rodando, risas nerviosas y el crujir de papas fritas flotaba en el aire. La vida universitaria. Caótica, ruidosa y profundamente estética si lo mirabas desde cierto ángulo.

—¿Has estado antes en Milán? —preguntó Elio mientras descendíamos las escaleras.

—Solo de visita. Realmente viví en muchos lugares, con mi papá y mi… bueno, con mi familia. Pero hace cuatro años me mudé con mi padre a Lisboa.

—¿Y qué tal Lisboa? ¿La comida, el vino, los pecados?

—Mucho bacalao y colinas. Muchas colinas. Pero está bien, se siente como casa ahora.

Elio me lanzó una mirada rápida, ladeando la cabeza con curiosidad.

—Y tu mamá, ¿vive allá?

Me reí bajito.

—Es una larga historia.

—Soy estudiante de arte, hermano. Vivo para las largas historias.

Me encogí de hombros, sin entrar en detalles. No era que ocultara mi historia. Solo que no estaba acostumbrado a soltarla como si fuera una anécdota de bar.

Salimos a la calle y caminamos entre bicicletas, scooters y estudiantes desorientados. El cielo de Milán estaba cubierto de nubes como si dijera: “Hola, forastero, que tal una refrescante bienvenida.”

—¿Has probado el mejor kebab de la ciudad? —preguntó Elio.

—¿Cuál de los treinta?

—El de la esquina del semáforo rojo que parpadea. Es parte del encanto.

Comimos sentados en un banco, viendo pasar a otros estudiantes, parejas, perros con suéteres y una señora que gritaba por teléfono tan rápido que incluso Elio parpadeó desconcertado.

—¿Te ves haciendo esto por cinco años? —preguntó él de pronto.

—¿Comer kebab en bancos mientras escuchamos a la gente gritar?

—No —rió—. Arquitectura. Todo esto.

Lo pensé un momento.

—Sí. A veces. Otras veces pienso que tal vez termine montando un café en la playa con estructuras hechas de bambú. —dije en broma

—Eso no suena mal.

—¿Y tú? ¿Artes porque no eres bueno con los números?

—Artes porque es lo único que me permite estar loco sin que me internen —dijo con una sonrisa—. Además, me encanta la forma en que la gente reacciona al arte. Se asustan, se emocionan, se preguntan si tienen que entenderlo o solo fingir.

—¿Y tú qué piensas?

—Que el arte no se explica, se siente, como el primer beso o una buena resaca.

Solo reí.

Minutos después volvimos a la residencia y, para mi sorpresa, mi madre estaba en la entrada.

—¿Mamá? ¿No te habías ido?

—Estaba esperando a que te arrepintieras —dijo, limpiándose la nariz con la manga de su abrigo—. No me mires así. Las madres sentimos cosas y yo siento que podrías morir de hambre o frío en esta ciudad sin alma.

—Tengo calefacción. Y kebab —respondí, abrazándola con un suspiro.

Camila apareció detrás de ella con una sonrisa cansada.

—La convencí de que era hora de irnos, pero luego se aferró a una farola y dijo que no sentía que estuviera lista.

—¿Y mi papá?

—Tu padre… está en el carro con Angela, explicándole por qué llorar porque su hermano se fue no significa que es débil. Pero también llorando.

—Perfecto —murmuré.

Mi madre, me sujetó de las mejillas con intensidad.

—Tú llama. Siempre. Para lo que sea. Aunque sea para saber si has comido o si has conocido a alguien o si te rompieron el corazón para que yo pueda venir y partirle la cara.

Dios…que dramáticos son.

—No creo que alguien en la universidad me rompa el corazón en la primera semana.

—Nunca subestimes a la vida —murmuró ella, dramática como siempre—. Te da lo que necesitas… justo cuando no sabes si lo quieres.

Por fin. Se despidieron finalmente. Camila fue la última en soltarme.

—Sé que estarás bien, pero igual te voy a extrañar —me dijo, y su voz tenía ese tono bajo y sereno.

—Te voy a extrañar también, Cam. Pero voy a volver en vacaciones. No exageren.

—Lo sé.

Cuando me quedé solo, subí las escaleras con calma. Elio ya estaba acostado, con los audífonos puestos y una expresión de beatitud absoluta. Probablemente escuchando jazz o una grabación de poesía eslava.

Me senté en la cama, abrí mi cuaderno de dibujo, y comencé a trazar las primeras líneas de lo que no sabía si sería una casa, una torre o simplemente una estructura absurda que no se podría construir jamás.

Pero en ese momento no importaba.

Estaba comenzando algo. Algo mío.

...****************...

La primera clase de diseño arquitectónico fue a las ocho de la mañana. Un crimen contra la humanidad, si me preguntaban. Yo apenas había logrado despertarme, vestirme con algo que no pareciera un pijama y arrastrarme con dignidad al salón.

El aula era enorme, con muros de concreto visto, luz natural por ventanales altísimos y el murmullo nervioso de estudiantes nuevos. Todo muy “yo amo el brutalismo”, muy Milán.

Me senté en una de las mesas largas con taburetes incómodos. A mi izquierda se dejó caer un chico alto, con lentes, de cabello castaño.

—¿Primera clase también? —le pregunté.

—Sí. Luca Grimaldi. Vengo de Roma. ¿Estás bien?pareces medio dormido y medio traumatizado.

—Manuelle. Vengo de muchas partes, pero con el corazón fragmentado por la mudanza. Y si, estoy bien. Esta es mi cara y Solo me tengo que acostumbrar al incienso de mi roomie.

Luca se rió.

—Nos vamos a llevar bien.

—Eso espero, Grimaldi. Porque tengo hambre y necesito saber dónde se come sin vender el riñón.

Estábamos en eso cuando la puerta se abrió y el ambiente cambió como si alguien hubiese subido la intensidad del foco dramático. La chica que entró era imposible de ignorar.

Bajita, cabello rizado hasta la cintura, vestida con un conjunto negro de esos que gritan “arte, política y superioridad moral”. Llevaba una carpeta bajo el brazo y caminaba como si flotara entre nosotros, segura, seria, como si estuviera planeando rediseñar el mundo en su primer semestre.

—¿Y esa? —pregunté en voz baja, sin dejar de mirarla.

Luca bajó la voz, encantado de tener el chisme listo:

—Aina Villanova. Su madre es Ireti Adébáyọ̀, la escultora. Sí, la de las instalaciones gigantes que exhibieron en el Palais de Tokyo. Y su padre es el fiscal George Villanova.

Tragué saliva.

—¿Villanova Villanova?

—El mismísimo. El que casi hace caer al alcalde y que lleva años tratando de procesar a… bueno… empresarios muy poderosos. Tiene una guerra personal contra cierto apellido. ¿Te suena “Moretti”?

—Vagamente—dije sarcásticamente, con una sonrisa falsa y el estómago apretado.

Porque sí, claro que me sonaba. Ese era mi apellido, el apellido de mi padre, de mi familia. De la gente a la que el fiscal Villanova llevaba años intentando hundir con investigaciones, reportajes y discursos activos. Era como su misión divina.

Su obsesión.

Y ahora tenía a su hija en la misma clase que yo.

Genial.

—Y claramente estudia arquitectura…

—Sí, y dicen que es brillante. Pero no es solo estudiante: también es activista, y tiene un podcast de crítica urbana llamado “Ciudad en ruinas”. Básicamente, te humilla solo con respirar.

—Perfecto. Maravilloso. Mi nueva mejor amiga —murmuré con ironía.

—No creo que le caigas mal, se lleva bien con todos—dijo Luca encogiéndose de hombros.

Aina se sentó unas dos filas al frente, sin mirarnos, sin mirar a nadie. Sacó su cuaderno y comenzó a tomar notas antes de que el profesor siquiera hablara. Claro, porque seguramente ya había leído el programa, investigado al profesor, y meditado sobre la influencia del diseño urbano en la opresión sistémica o algo así.

Yo solo tenía dos lapiceros, una goma y muchas dudas existenciales.

El profesor entró y la clase comenzó y aunque traté de concentrarme, no dejaba de pensar en ella. No por atracción —Obviamente no— sino por advertencia. Porque algo me decía que esa chica no solo iba a cruzarse en mi camino. Iba a quemarlo.

Ya de por sí su padre está obsesionado con los Moretti. No me imagino su cara al enterarse de que su hija tendrá a uno cerca y muchas posibilidades de sacar información para hundirnos.

1
Carmen Cañongo
MUCHAS bendiciones para ti autora sí sufrimos a lo grande sobretodo por Aina qué sé convirtió en una mujer sin piedad pero cómo siempre triunfó él amor, y sí té decides a escribir una nueva historia porque no la dé los hijos dé Manuelle
Carmen Cañongo
Clarissa tu sí qué supistes ganarte a toda la familia Moretti, eres tu sin duda la indicada pará un final feliz
Carmen Cañongo
ay sí declárate a Clarissa antes qué la pierdas, lánzate sin miedo por algo eres un Moretti
Anonymous
Muchas felicidades escritora! Leí la primera parte y ahora esta, realmente las dos están buenísimas, pero creo que está saco más mis sentimientos, en la parte final, me hizo pensar y pensar que todos podemos tener un final feliz! De verdad te felicito mil gracias y porque no más delante la historia de las gemelas, muchas gracias
Carolina Nuñez
muy bueno
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me facino muy bonita todo un caos Pero me encantó
Linilda Tibisay Aguilera Romero
que bellos me encantó esta historia todo un caos Pero muy bonita
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me encanta como es Clari con ellos disfruta de esos momentos no como era la estirada y perfecta Aina
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me encanta que tomarás cartas en el asunto para que Aina no te jodiera la vida, Pero ahora toma acción en tu relación es hora del siguiente paso
Denys Aular
yo creo q ese hijo no es Manuelle porq sino van a caer en mismo círculo vicioso y q de una vez la desenmascare a la fina ella siempre le tuvo envidia a clarisa y no es secreto q es caprichosa así q se le quite de una vez el papel de víctima y en realidad se muestre lo q realmente es igualita al padre de manipuladora y poner todo a su favor y en cuanto a clarisa Manuelle ellos se quieren realmente q qde juntos y ya
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Aina está muy mal necesita ayuda ella siempre lo que ha sentido es un capricho ella solo quiso estás con Manuelle porque era lo contrario a lonqoe quería el papá para ella y por qué Clarissa era feliz con el siempre fue puro capricho
Carmen Cañongo
bravo por fin sé dan otra oportunidad no la cagues Manuelle defiende ése amor y manda a Aina al carajo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
tienes una segunda oportunidad con Clari por favor no dejes que Aina lo arruiné
Linilda Tibisay Aguilera Romero
busca ayuda psicológica para Aina
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Aina tu necesitas psicólogo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
al fin Manuelle dijiste lo que tenías que haber dicho hace tiempo no era el momento pero Aina con su forma de ser te llevo al límite dándose golpes de pecho y haciéndose la víctima pero ella también fallo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
jajajajajajaja me encantó este capitulo me rei mucho un papá y hermano súper celosos y tóxicos jajajaja
Dark
Esta vez Manuelle no la cagues y dale el mugar de Reina que se merece en tu corazón, y sobre todo respeto. Respeta la cono mujer y pon límites con la otra,q fue siempre un envidiosa.
Carmen Cañongo
provoca taparle la boca uyy qué cansona Aina
Carmen Cañongo
y todavía tienes el descaro dé reclamar Aina no jodas
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