Su muerte no es un final, sino un nacimiento. zero despierta en un cuerpo nuevo, en un mundo diferente: un mundo donde la paz y la tranquilidad reinan.
¿pero en realidad será una reencarnación tranquila?
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1. Vivir
Boom.
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Boooom.
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Baaang.
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El cielo ardía.
No quedaba nada.
Zero corría con el corazón latiendo al ritmo de la desesperación.
El cuerpo destrozado, la piel rasgada por garras y escombros, la sangre tibia pegándose a su carne como una segunda piel.
La espada que empuñaba era más una extensión de su voluntad que un arma.
La pistola en su cinturón, descargada hacía días, era solo un recuerdo de la esperanza.
El suelo bajo sus pies crujía como si el mundo mismo estuviera a punto de colapsar.
La ciudad, alguna vez gloriosa, ahora era un cementerio de acero, concreto y fuego.
Una sinfonía de muerte.
Todo era rojo y negro.
Fuego y humo.
Sangre y polvo.
Y por supuesto también monstruos.
—¡Maldita sea...! —gruñó Zero, sintiendo cómo su cuerpo flaqueaba. La sangre se deslizaba por la comisura de su boca con un sabor metálico y familiar. Su aliento se volvió una nube caliente en el aire envenenado.
GRRRAAAUHHH.
El rugido lo sacudió hasta el alma.
La criatura que lo perseguía parecía un experimento fallido de la naturaleza: cabeza de serpiente, cuerpo de oso, rugido de león. Como si tres horrores se hubieran fundido en uno solo. Pero lo peor no era eso…
Hormigas.
Cientos.
Miles.
Enjambres deformes, mutados, fusionados con restos de otros seres.
Mandíbulas imposibles, patas como cuchillas, ojos que no eran ojos.
Una pesadilla viviente que se retorcía y devoraba todo a su paso.
Zero sintió náuseas.
El estómago se le revolvió con un asco que quemaba.
“Ugh, qué asco…”
Y corrió.
Corrió como si el infierno entero lo persiguiera.
Porque lo hacía.
Cada paso era un suplicio.
La tierra temblaba con cada movimiento del monstruo, una vibración sorda que se sentía más en los huesos que en los oídos.
Las rodillas de Zero cedían.
El polvo lo ahogaba.
El dolor lo devoraba.
Tenía que correr.
Pero su cuerpo ya no podía.
Se quitó todo lo que le pesaba.
El cinturón.
Una pistola sin balas.
Una espada ya desgastada.
Pocas herramientas.
Todo.
Absolutamente, todo lo que traía encima de el, las dejo
Cada golpe metálico parecía una burla cruel, una campana fúnebre que anunciaba su final.
"Si no puedo ganar, debo huir."
Era una lección aprendida con sangre.
Desde niño.
Desde los cuatro años que tuvo que esconderse hasta que lo encontraron, cuando los monstruos aparecieron y el mundo colapsó.
No había tenido ni infancia adecuada según decían ellos.
En este mundo no había pasado, solo había miedo, hambre,y muchas cosas espeluznantes que podrás o no imginar.
Di Zero Sobrevivió, no porque fuera fuerte, sino porque sabía cuándo correr.
Y esta vez también quería correr.
Pero no podía.
El cuerpo de Zero se desplomó frente a una pared derruida.
Su aliento era un jadeo ahogado.
Su pecho se movía con dificultad, como si respirar costara más que pelear.
Era realmente frustrante no poder moverte como quieres.
Tosió sangre, tenía mucho dolor y además le recorría un frío que parecía como si un hielo te callera encima.
(Zero solo había visto hielo solo una vez)
—Quería… vivir… —susurró, apenas un murmullo sobre el silencio de la muerte.
Una risa amarga escapó de su garganta.
—Lo siento…
No sabía a quién le hablaba.
Tal vez a sus compañeros muertos. A los que había prometido sobrevivir.
O tal vez a sí mismo.
El suelo tembló.
El rugido del monstruo fue como una campana de sentencia.
Y entonces…
Lo alcanzó.
Zero levantó la cabeza con esfuerzo.
Lo vio.
La criatura no se detuvo.
No se abalanzó.
Se deslizó como un líquido vivo, como si la gravedad misma se torciera para dejarlo pasar.
Tenía una mandíbula triple.
Primero una grande, como la de una serpiente, cubierta de baba oscura y vapor. Luego una segunda más interna, parecida a una araña, con colmillos curvos. Finalmente, una tercera que no parecía diseñada para matar, sino para triturar. Desgarrar.
El hedor era insoportable.
Olía a acido, podredumbre y óxido.
Zero intentó gritar pero solo tosió sangre.
Una garra lo alzó como si fuera una muñeca rota.
Y la boca se abrió.
Lento, fue demasiado lento.
Todo su cuerpo temblaba.
El miedo lo dejó en blanco.
No podía pensar.
No podía moverse.
Era un niño otra vez.
—No… —alcanzó a decir.
Y la mandíbula se cerró.
CRUNCH.
El sonido fue seco.
Podía escuchar claramente su piel desgarrándose, huesos rompiéndose.
La primera mordida le arrancó medio torso.
Sintió cómo su piel se abría como papel mojado.
Cómo el dolor superaba toda comprensión.
Cómo su espalda se quebraba.
Los intestinos caían por la comisura de la mandíbula como hilos pegajosos y cálidos.
Zero no murió de inmediato.
Siguió consciente.
Era una desventaja de ser un despertado.
Chomp.
Un brazo desapareció.
Snap.
Un pie.
La criatura no comía como un depredador con hambre.
Comía como un niño aplastando insectos, era muy curiosa y demasiado Torpe, pero se podía sentir un poco de diversión.
Zero sintió cómo su garganta era succionada.
El cráneo crujió.
Los ojos salieron de su órbita.
Su conciencia flotó, aún unida al cuerpo por un hilo cruel.
Y en ese instante final, solo pensó
"¿Por qué no pude vivir una vida tranquila sin el apocalipsis?."
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Había mucha oscuridad a su alrededor, pero era una oscuridad que se sentía realmente calida.
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El silencio era realmente tranquilizador, se sentía muy tranquilo, realmente no quería salir de allí.
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Había mucha paz, por primera vez en mucho tiempo, Zero no sentía dolor.
No sentía miedo.
No sentía el peso del cuerpo herido, ni la desesperación.
Solo un vacío.
Un vacío cálido.
¿Era esto la muerte?
No era tan terrible como lo imaginó.
No había abismo.
Ni fuego.
Ni juicio.
No había nada.
Y dentro de esa nada… había mucha calma.
Podía quedarse ahí.
Podía flotar para siempre.
Pero entonces, algo cambió.
Un cosquilleo.
Primero suave.
Luego más intenso.
Algo lo jalaba.
No había dolor.
No había urgencia.
Pero había una presencia que no supo reconocer
Era realmente cálido.
Y una voz.
—¡Felicidades, es un niño!
Un estallido de luz lo golpeó.
Todo era un sonido de llanto.
Zero sintió como si fuera arrojado fuera de sí mismo, fuera de la muerte y por primera vez, abrió los ojos.
No sabía lo que veía.
Todo era borroso.
Realmente le daba miedo no poder ver.
Solo veía la silueta de quién parecía ser una mujer.
Una mujer que lloraba y sonreía.
Esa mujer parecía estar cubierta de sudor, con ojeras y cabello violeta alborotado, pero sus ojos brillaban con una ternura infinita.
—Mi bebé… —susurró, acariciándolo con manos temblorosas.
Zero… no, ya no era Zero.
Ya no sentía dolor, ni heridas, ni hambre.
Tenía brazos diminutos.
Piernas regordetas. Y estaba… llorando.
Su cuerpo lloraba por él.
Se dio cuenta.
Había renacido.
Otra oportunidad.
No sabía si realmente era su mundo.
Pero.
El aire no estaba contaminado.
No había humo.
No se escuchaban explosiones, ni rugidos, ni zumbidos de enjambres. Solo el sonido de voces suaves.
La risa de una mujer.
Y ese calor…
Lo envolvieron en mantas suaves. El pecho cálido de su madre —su nueva madre— lo sostenía. El olor a leche, piel y hogar lo envolvió.
Una lágrima rodó por su mejilla sin que supiera por qué.
—Shh… shhh… ya pasó… —dijo la mujer, meciéndolo con dulzura.
Nunca había sentido eso.
Nunca.
En su vida anterior, el afecto era un recuerdo borroso.
Su madre murió cuando él tenía cinco. O eso creía. Tal vez fue antes. Tal vez ni la conoció realmente. Solo recordaba esconderse, correr, sobrevivir. Siempre solo.
Pero ahora…
Estaba en brazos de alguien.
Seguro. Caliente. Pequeño. Vivo.
Quiso hablar, decir algo, agradecer y preguntar.
Pero su garganta no emitió palabras.
Solo un débil llanto.
La mujer lo besó en la frente.
—Te llamarás Leo —dijo, sonriendo—. Mi pequeño Leo…
"Leo", pensó
Ese sería su nuevo nombre.
Su nueva vida.
Miró alrededor con ojos empañados.
No entendía mucho.
No era el mundo avanzado, destruido y gris de su vida pasada.
Era más... rústico. Antiguo. Tranquilo.
Y sobre todo, vivo.
El corazón de Leo —antes Zero— latía con fuerza en ese pequeño pecho. No por miedo. No por angustia. Sino por una emoción nueva, casi olvidada.
Esperanza.
Había reencarnado.
Tal vez, ahora… sí podría vivir.
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Dos días después.
Leo se acostumbraba poco a poco a su nuevo cuerpo.
Pequeño, torpe, limitado.
No podía moverse mucho, pues su cuerpo no se movía como el quería.
No podía hablar, ni caminar. ni siquiera podía ver bien, pero podía sentir.
Tampoco podía entender el idioma
Era otro idioma. Pero podía sentir las intenciones de la otra persona.
Los días eran tranquilos.
Demasiado tranquilos.
A veces le daban escalofríos.
El silencio no traía muerte, sino descanso.
El sonido del agua hirviendo.
El canto de un pájaro.
El tintinear de cucharas.
Su madre lo cargaba a todas partes.
Lo envolvía en mantas, le cantaba, le hablaba.
—Hoy amaneció soleado, Leo.
Y él la miraba. Atento. Con ojos que habían visto el fin del mundo. Sin la inocencia de un lindo bebé.
A veces soñaba con la bestia.
El rugido.
Las hormigas.
La oscuridad.
Se despertaba llorando.
Pero ella siempre lo tomaba en brazos y lo calmaba.
—Shhh… ya pasó… estás a salvo, leo… —murmuraba, con la voz del cielo.
A salvo.
Sí, ella tenía razón.
Por fin estaba a salvo.
Era tan extraño.
Si existían los monstruos por supuesto que existiría la reencarnación, ya nada para el era imposible.
De ser un cazador cubierto de sangre, a un bebé en mantas suaves.
De estar solo, a estar querido.
Y en ese nuevo cuerpo… Leo se prometió algo:
Esta vez, Tendría una vida tranquila, no importaba el costos, el lo logrará.
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Y mientras dormía, el viento afuera movía las hojas de un bosque distante.
En lo más profundo de la naturaleza, una energía antigua vibraba.
Algo había cambiado.
Una chispa nueva acababa de nacer.
Leo
Aquel que había muerto entre sangre y fuego…
Aquel destinado a salvar el mundo, por fin había nacido.
Esa profecía llegó a manos de la iglesia.
Trataron de buscarlo, pero fallaron rotundamente.
Era realmente difícil buscar a alguien sin alguna pista.
Pero sabía que estaba a salvo, por lo menos, aún no era el momento de ir por el.
La otra parte se encontraba descansando entre leche tibia y canciones suaves, el no sabía nada, pero el realmente muy importante para este mundo.
Le esperaba un futuro realmente triste.
Un futuro lleno de sufrimiento.
Esa pequeña luz que podía salvar el mundo había vuelto.
Sorpresivamente esa profecía llegó no solo a la iglesia si no a unas cuantas personas o por lo menos llegó a algunos seres que habitaban ese mundo, todo era realmente incierto.