Día doscientos noventa y siete antes del enfrentamiento.
Gran sorpresa recorría en la provincia con el nombramiento del nuevo Daimio. Nadie esperaba tal cosa del anterior Daimio Monoho Minamoto. Con la sorpresa los rumores también corrían buscando a quién llegar: se decía que la familia Fujiwara se había apoderado de las nuevas tierras y por esa razón uno de los Fujiwara quedó como señor Daimio aunque este no perteneciera a la dinastía Mimamoto. No fué así que sucedió.
En la reunión oficial donde asistieron las dos familias se leyó el testamento de Monoho que hasta firmado con sangre le otorgaba al jóven Yuko Fujiwara el cargo de gran Daimio de la provincia. A la celebración se unieron la familia de nobles Senhu y no se dejó de ver a escuadrones de samuráis rondando por el palacio.Tres grandes familias después de tanto tiempo pudieron reunirse, esto ocurrido en el día, en la noche se detuvo la celebración.
Todos los nobles decidieron partir a los palacios de hospedajes cercanos con gran cantidad de guardias detrás. Se vieron carraujes pasear bajo la luz decadente del sol y cuando ya había luna no se vió noble cercano, solo soldados rígidos pasmados en sus puestos y admirantes de la noche sin nubes nocturnas y estrellada.
Entre estos samuráis nocturnos se hallaba a Hirayama, con su nodachi - espada- en mano.
Una de las grandes particularidades de la teniente Hirayama era cargar su arma blanca, sin importar que era, una katana o una nodachi, en la mano. No desenvainada. En su vaina. Cuando un camarada se acercaba siempre pasaba lo mismo:
– Disculpe Teniente, ¿por que carga el arma en su mano?
– Mi maestro me enseñó a no ser uno con la espada, a no unirse con el sable para no perder el valor del guerrero
Nunca se vió a un samurái hacer esto. Todo esto solo se veía en la única Sei Hirayama.
Y eso no era todo. Nunca se vió a la Teniente recoger su cabello. Siempre era suelto, moría en su esbelta cintura, negro como la amplía sombra de la imponente noche e inquieto con las auras mañaneras o con los suspiros de la tarde.
Era famosa por comer tanto arroz como podía. Cientos de competencias las ganó. Ganó dinero en estás actividades y lo repartió entre los campesinos y los vagabundos. Cada vez que podía se acercaba a los sembrados y los contemplaba con amor y orgullo por que nacida en estás tierras aprendió y conoció lo que era el campo japonés y su poder. Le llevaba comida a los ancianos que comúnmente eran abandonados por sus familias, estos vivían solos en ruinas de pagodas que aún se podían sostener por si solos.
En entrenamientos se le vió usar un parche sin tener un ojo herido o una cicatriz. Un subordinado se acercaba a preguntarle por qué el parche, pero a diferencia de la katana en la mano y no en la cintura no daba explicación, solo decía con voz suave y sonrisa deslumbradora: tengo el parche para llamar la atención.
...
Aquella noche llevaba el parche. Nadie se acercó a preguntarle por qué. Hirayama como una mariposa nocturna vigilaba los jardines somnolientos, hogar de insectos volátiles como luciérnagas y zygaenas viajeras. Un hombre iba con ella. Un subordinado que como sombra de la Teniente Hirayama no se separaba, tampoco decía ninguna palabra, tampoco respiraba, eso parecía.
– Me recuerdas tu nombre por favor –le dice Hirayama al acompañante–.
– S... soy, Maeka señorita Hirayama
– ¿Maeka?
– Si Teniente
– Dime Maeka, ¿de que provincia vienes?
– Nací en Kanto Teniente
– ¿Tus padres viven?
– So... solo mi madre
– Sabes Maeka, muchos de mis familiares viven, ¿pero me creería que con nadie tengo una buena relación?
–...
– Con nadie puedo hablar sin discutir, tampoco he podido hablar con mi padre en mucho tiempo... mi padre es Haruki Hirayama, ¿has escuchado de él?
– S... si
– Lo siento, lo siento, no quería incomodarte o aburrirte con mis problemas familiares
– Descuide Teniente, sé qué quiere hablar un poco para que la noche pase rápido, la entiendo, aveces estos rondeos son aburridos y mucho más si no hay nadie que te acompañe
– Si Maeka, es algo aburrido.
Después de la conversación comenzaron a escuchar en la lejanía gritos, gritos de ayuda que cada vez eran mas fuertes.
– ¡Ayuda!, Ayuda!, ¡Fuego!... ¡Fuego!...
Hirayama y su subordinado tomaron carrera, con rapidez corrieron hacia el palacio donde descansaban algunos de la familia Senhu. Los gritos los guíaron.
Al observar la escena sin explicacion Hirayama se acercó a un grupo de soldados que con agua de lago cercano intentaban extinguir las llamas que bloqueaban la entrada.
– ¡¿Que sucede?! –pregunta Hirayama–. ¿De donde viene el fuego?.
– Creemos que viene de adentro Teniente, se esparció muy rápido y por eso creemos que fue propagado con intención
– Ahora no es momento de buscar culpables, apagen el fuego de esta parte, iré al otro lado del palacio –dice Hirayama–.
– Yo la acompañaré señorita Hirayama –dice Maeka–.
Los dos ya en acuerdo rodearon el palacio. Al llegar no encontraron a ningún soldado intentando apagar las llamas pero si se dieron cuenta que el fuego era menos denso.
– Entraré –dice Hirayama–.
– No puede Teniente, es peligroso –replica Maeka–.
– ¡Debo entrar, se puede escuchar gritos de una persona pidiendo ayuda!
Asi era. Con el crugir de la madera en llamas también se podía oir gritos, no, palabras de ayuda, por que los gritos eran débiles.
Hirayama se dispuso a entrar. Ya los gritos habian cesado. Dispuesta a cruzar la mampara aún en llamas fué detenida por una voz desde atrás.
Aquél era el capitán Kusaki. Con el brazo quemado por completo y con sus ropas desgarradas, ya no existentes.
– Hirayama, ya no hay nadie adentro –dijo Kusaki–.
– No señor, se equivoca, si...
– No Hirayama, no
La Teniente suspiró, bajo su cabeza y se alejo del fuego. Luego se ubicó detrás del capitán y se dispuso a ver la enorme fogata que se negaba a apagarse.
Las llamas ya extintas, horas después, aclamaban al rol de las cenizas: rastros aún vivos de fuego que destruyó...
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