Día Doscientos noventa y nueve antes del enfrentamiento.
Como niebla recorrieron en toda la provincia de Tokaido los rumores sobre las masacres. No solo como rumor se conocieron los hechos, también con manifestaciones de furia enardecida sobre la cruel matanza hacia los pueblerinos. Estas protestas fueron más rápidas qué los mensajeros de la órden militar y así por medio de disturbios se dió a conocer en el palacio de Nara ubicado en la capital aquí llamada Heijo, que había sucedido respecto a ese pueblo japonés tan nombrado en gritos y piedrazos, que, era llamado asi: el pueblo Himato.
–¡Dígale a esos campesinos que no tenemos nada que ver con esos asesinatos de los que tanto hablan! –gritó Monoho Minamoto que para ese momento era el único y totalitario Daimio de la provincia de Tokaido–.
–Mi señor, los soldados ya están dispersando los campesinos, por favor tenga paciencia –dijo Tseinomi Mihiuhara, jefe militar bajo la órden del Daimio–.
–¡Ya te dije que no uses la violencia con los campesinos, tenga misericordia, intenta no crear mas caos! –replica con voz fuerte el Daimio, pero a la vez, interrumpido por una seca tos–.
–Mi señor, entonces, ¿como los disperso sin usar la fuerza?
–¡Intenta hablar con ellos sin desenvainar tu espada, Mihiuhara, ya estás muy anciano para ser samurái, no merecéis protegerme maldición! –este grito ya de desespero hacía eco en aquella sala, pero aún asi era gracioso–.
–Si mi señor, cumpliré sus órdenes como usted me lo pide.
Al salir Mihiuara ya dispuesto a controlar la situación no halló raramente mas distúrbios, en la lejanía vió a un grupo de campesinos que partía del lugar y raramente también se dió cuenta que estos no eran perseguidos por los samurais. Los anteriores se hallaban ya reunidos frente Mihiuhara y dando señal de reverencia se fueron retirando llendo a sus puestos comunes uno por uno, así despejando el área y dejando varios samurais a la vista, cinco en total para que el incrédulo Mihiuhara les interrogara.
–¿Soldados, quieren explicarme que sucedió aquí?
–Mi General –dice uno–, mi Teniente Hirayama se halla aquí, ella nos ayudó a dispersar la aglomeración–.
–¡¿Que?! –exclama Mihiuhara–. ¿donde está la teniente?, ¿viene con el Capitán verdad? –pregunta girando de un lado para otro la cabeza–.
–Aquí estamos –dice una voz detrás de Monoho–. Mi General, ¿donde estaba usted metido?, necesitabamos su ayuda como autoridad, –pregunta la voz–.
Mihiuhara giró, y con grandes ojos de sorpresa y felicidad exclama:
–¡ya están aquí, por fin tendré ayuda con estos problemas que me están comiendo vivo!
Cuando Mihiuhara había girado a visualizar de quién era la voz se alegró al darse cuenta que se trataba del Capitán Kusaki y detrás de este venía su inseparable Teniente Hirayama.
–Jóvenes, los esperaba, ¿por que no llegaron ayer?, ayer era que venían, ¿o me equivoco –pregunta el General Mihiuhara–.
A acto siguiente la Teniente Hirayama se inclinó como señal de respeto hacia su superior, pero el Capitán no lo hizo, en cambio respondió a un comentario anterior del General:
–No somos ningunos jóvenes, y usted ningún anciano, por eso mi General, hay que cumplir nuestros deberes, usted lo sabe más que nadie, si nos confiamos podremos sufrir consecuencias graves
–Tiene razón Capitán Kusaki, estaré más atento a todo –responde el General Mihiuhara arrinconado en vergüenza–.
Luego Mihiuhara observa a la Teniente Hirayama con rostro preocupado, se acerca un poco más y le pregunta:
–Señorita Hirayama, ¿quiere ver al señor Monoho, verdad?
–No, bueno si, no sé, es que debo cumplir muchas obligaciones con el Capitán y... no sé si él me dejaría...
–Ve un a ver al señor Monoho, pero no te demores –dice el Capitán kusaki para detener a Hirayama–.
La Teniente Hirayama se llenó de felicidad viva y en señal de agradecimiento se inclinó ante su Capitán, luego ante su General y después con rapidez casi súbita pidió permiso para luego desaparecer ante los ojos de sus superiores.
–Mi señor Monoho se alegrará cuando vea a Hirayama, él la quiere mucho al parecer –comenta en susurro el General Mihiuhara, pero aún así fue escuchado por el Capitán quién tomó enojo interior–.
–Disculpe mi General pero, deberíamos ser menos transigentes o, menos cercanos a los soldados, puede traer problemas –dice Kusaki–.
–Si te refieres a la Teniente Hirayama recuerda que ella es una integrante directa por sangre de la principal rama del clan Hirayama, eso significa que debemos tener un trato más especial con ella, más especial que con los samurais que algunas vez has visto como soldados comunes
–Hirayama ya ha demostrado que no merece pertenecer al clan Hirayama, aún siendo de sangre poderosa no es poderosa en habilidades, bueno, no tanto como los legendarios Senka Hirayama o Sen Hirayama... –replica Kusaki–.
–¿Te atreves a hablar mal de tu propia Teniente, de la persona que ha protegido tu vida arriesgando la suya?
–Lo siento mi señor pero solo digo la verdad y... –dice el Capitán Kusaki–.
–La verdad es que la Teniente merece su puesto, esa es la verdad, también es verdad que es una gran samurái y, aún que no tenga habilidades como los legendarios Senka o sen, o las habilidades de su padre Haruki que es un gran jefe militar en el momento, no significa que no pueda llegar lejos, o que no pueda mejorar...
–Mi señor..
–Mi señor nada, Kusaki, hasta el momento eres la persona más cercana a Hirayama, respétala como buena soldado que es –dice el General Mihiuhara–.
Aquí terminó la conversación, no sin antes de que Kusaki se inclinara en señal de disculpa y fuera a tomar sus obligaciones.
Hirayama ya dentro del palacio y, dentro de la sala también, encontró a la dama Siumeraki en trabajo de organización y aseo. Siumeraki no se dio cuenta de la presencia de la Teniente hasta que está comenzó a caminar por la sala con descuido y ensució una parte del suelo con su calzado casi pintado por el fango. Siumeraki se enojó, frunció sus cejas pobladas al ver un soldado "mugroso" dañar el trabajo perfecto de las sirvientas. cuando preparaba su grito vió la larga cabellera suelta de la samurái y la reconoció al instante, deshizo su rostro vivo de enfado y dijo: Teniente, que placer tenerla en el palacio.
–Buenos días dama Siumeraki, ¿donde se encuentra mi señor Monoho? –pregunta Hirayama–.
–Se encuentra en su lecho descansando ya que, quiso aprovechar que ya no hay disturbios fuera del palacio
–Entonces significa que soy inoportuna en este momento, está bien Siumeraki, gracias, volveré después
–¡Espere Teniente!, creo que su visita le hará bien a mi señor, el aún no duerme, de eso estoy segura
Hirayama tomó caso, se dirigió al lecho del Daimio donde lo halló ya boca arriba durmiendo, extrañamente sin ningún sirviente a los alrededores, se acercó con paso calculado y sereno mientras respiraba imperceptiblemente.
cuando ya podía ver el rostro del anciano, este estático, muy estático y pálido, muy pálido, supo que ya solo, viejo y melancólico, Monoho Minamoto había comenzado a dormir en un sueño eterno.
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