HIRAYAMA Y EL MONASTERIO DE LOS SAMURÁIS (Editando)
Glosarios, personajes, otras notas y prólogo.
GLOSARIO DEL CONTEXTO HISTÓRICO:
* Período Muromachi: Época feudal en Japón (1336-1573) que se caracterizó por la lucha por el poder y la inestabilidad política. Durante este período, el shogunato Ashikaga gobernó Japón desde la ciudad de Kioto.
* Shogunato Ashikaga: Fue un gobierno militar que gobernó Japón desde 1336 hasta 1573. Aunque el shogún tenía el poder nominal, en realidad, el poder estaba en manos de los daimios (señores feudales) y los samuráis.
* Shogún: Título otorgado al líder militar supremo que gobernaba en nombre del emperador.
* Territorio Han: Territorio de un daimio.
* Daimio: Señor feudal que gobernaba su propio dominio y era vasallo del shogún.
* Samurái: Guerreros de élite que servían a los daimios y al shogún.
* Bonzo: Monje budista.
* Monasterio: Edificio o complejo de edificios donde viven monjes en comunidad.
* Guerreros Sōhei o monjes guerreros: Monjes guerreros budistas del Japón feudal.
* Katana: Espada japonesa de un solo filo, larga y curvada.
GLOSARIO DEL CONTEXTO FICTICIO.
* Yoru Ga Han o dominio Yoru Ga: Territorio del daimio Monoho Minamoto que pasa después a manos del clan Fujiwara, exactamente a manos del joven Yuko Fujiwara. Este territorio se ubica dentro de la Provincia Yamato
* Castillo Busshū: Fortaleza militar, residencia fortificada y centro administrativo del clan Minamoto, que después pertenece a su clan aliado Fujiwara.
* Palacio Chō: Residencia interior del castillo Busshū donde reside el daimio Monoho Minamoto y después el daimio Yuko Fujiwara.
* Orden militar: Bajo el dominio del daimio suele haber un ejército de samuráis a su orden, el cual se caracteriza por dividirse en varias líneas jerárquicas de soldados, donde diferentes escuadrones toman responsabilidades de avance al enfrentamiento directo, retaguardia y comandos de guardia del clan.
▪︎Primera línea, Segunda línea y Tercera línea de la orden militar del territorio Yoru Ga: Tres divisiones claras del ejército del daimio Minamoto y después del daimio Fujiwara. Cada línea suele ser dirigida por un general, y cada general lidera siete escuadrones de soldados samuráis.
* Jefe militar: Rango superior en la jerarquía militar. Suele haber un solo jefe militar que lidere a los tres generales y al ejército completo desde la sede administrativa. Aunque este también puede liderar desde el campo de batalla. El jefe militar también puede ser uno de los tres generales (caso Yasunari Mihiuhara, general de la segunda línea) o un samurái con experiencia elegido por el daimio.
* Monasterio Sutāgāden: Complejo de templos budistas liderado por el monje mayor Ryusukou.
PERSONAJES PRINCIPALES:
* Sei Hirayama: Samurái rango teniente del escuadrón número dos de segunda línea de la orden militar de Yoru Ga.
* Ruroro Kusaki: Samurái rango capitán del escuadrón dos de segunda línea de la orden militar de Yoru Ga.
* Yasunari Mihiuhara: Jefe militar y samurái rango general de la segunda línea de la orden militar de Yoru Ga.
* Komugi: Guerrero mercenario considerado un arquero maestro, la mejor clase de arqueros.
* Yuko Fujiwara: Nuevo joven daimio de los dominios de Yoru Ga.
OTRAS NOTAS:
Atención, lector: La siguiente historia no pretende ser una representación fiel de la época feudal Muromachi del Japón medieval. Los acontecimientos aquí narrados son completamente ficticios y no representan un contexto histórico y social real. En otras palabras, el autor se ha tomado grandes libertades para crear una obra de ficción y no un documento histórico del que se pueda aprender sobre la vida de los icónicos guerreros samuráis. Esto incluye la elaboración de escenas que ignoran deliberadamente muchas verdades históricas de esta época: sus dinámicas, escenarios, personajes históricos y situaciones políticas. Lo anterior no quiere decir que no sea una historia entretenida y llena de acción, aunque eso se lo dejo a la perspectiva, gusto y opinión del lector.
Prólogo
En Nara, aroma
de crisantemos. ¡Cuántos
Budas antiguos!
—Matsuo Bashō.
Inicios del año 1400.
El deambular de un joven bonzo por los corredores del monasterio Horyuji sellaría la sentencia de muerte de cinco monjes más. El monje, recordado con el apellido de Kiang, hijo de campesinos chinos, protagonizaría la turbia escena. El cuerpo de Kiang, separado de su cabeza, flotaba en la profunda laguna roja que emanaba a chorros de su extremidad cortada —el cuello—, de forma limpia, con precisión, con destreza.
Las inquietas huellas del autor de aquella horripilante muerte marcaban, con la tinta roja pisada por el descuidado asesino, un nuevo destino. Al abrirse una nueva sala, el horror sin pudor tomó un nuevo nivel. Cinco monjes, cuatro jóvenes y un anciano, yacían con el alma ya muerta en el infinito de la confusión. Separados en todas las direcciones de la sala, ilustraban un pequeño reloj con cinco manecillas.
No fue así para los monjes que vieron a Kiang: expectantes, pasmados, horrorizados, los primeros tres que lo encontraron no pasaron de la primera sala. Despavoridos, corrieron a buscar a los guardias más cercanos, los cuales se hallaban embriagándose con un poco de sake robado de los bonzos "santos" fraudulentos y corruptos, contando historias bajo los residuos de la luz lunar.
Con la llegada de los guardias y de casi todos los monjes del monasterio, reunidos unos fuera y otros dentro de la primera sala —lugar de la tragedia de Kiang—, admiraban, más con dolor que con horror, el rojizo charco de agua derramada que no dejaba de recorrer el suelo con un rastro de inquietante intriga. El rostro del discípulo reflejaba el más puro sentimiento de terror al ver, en retrospectiva, el desenvainar de la katana de un frío asesino.
De la segunda sala salió un guardia que, con la cabeza baja, confirmó lo que se temía: los seis asesinatos fueron provocados por la destreza de un samurái. Con la noticia, los monjes entraron en pánico. Los guardias, treinta y seis en total, buscaron por cielo y tierra toda señal del asesino. No se halló.
Después de la calma, se revisó completamente la escena de los hechos: los cinco bonzos de la segunda sala no tuvieron la mala suerte de que cortaran alguno de sus extremos, como sucedió con el joven Kiang; murieron súbitamente al ser atravesados de forma directa al corazón por el sable de la prófuga sombra asesina. Los agujeros conectados directamente con los corazones, provocados por la letalidad de la espada en los monjes de la segunda sala, delataron la destreza de un individuo entrenado bajo supremacía militar. Con lo anterior, se concluyó que un samurái, perteneciente o no a la orden militar, había asesinado a seis bonzos de la orden religiosa, la más poderosa después de la militar desde el inicio del dominio de los daimios.
Al amanecer del día siguiente se veían cerrar las lápidas protectoras de media docena de camas eternas donde descansarían en paz aquellos cuerpos, ya incompletos o agujereados, víctimas de aquel atentado vil. Las tumbas, ubicadas en hilera separadas por distancias de cien centímetros, descansaban bajo la sombra de la figura humana de bronce dorado que representaba al santo Buda, adorado por los difuntos y los vivos presentes. Para este día se unirían lamentos desgarrados de dolor y pérdida frente a escenas difíciles de olvidar. Veintiún kilómetros al oeste de la masacre de los seis monjes, otra masacre tomaba forma, en este caso no menos importante. Al acudir a unos gritos de auxilio y desespero, cuatro pescadores hallaron sangre en paredes y suelos de dos casas campesinas. En los dos hogares hallaron lo mismo: sangre y más sangre, como lagunas, casi para hundirse y ahogarse en ellas.
Dos de los cuatro pescadores debieron explorar una casa. No se encontraron personas ni en la sala, ni en la cocina, ni en los cuartos. Estos dos curiosos, con dagas en las manos, estaban preparados para pelear cuando llegaron al gran patio donde pudieron reflejar en sus miradas con frustración ajena cinco cadáveres en total: dos niños y tres adultos, uno encima de otro, los niños debajo de los pesados señores; alrededor se acercaban cantidades incontables de moscas que se bañaban tranquilamente en la sangre aún fresca.
En la casa vecina ocurría lo mismo, pero ya no en el patio, sino en la sala; en esta se podía ingresar con solo cruzar la puerta principal. Los dos pescadores, menos alertas, se asombraron con terror al pisar la misma sangre que bañaba a los difuntos: un niño y cuatro adultos, entre estos un anciano que descansaba eternamente boca arriba, con ojos abiertos y vacíos.
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