aveces el amor no es lo uno espera
NovelToon tiene autorización de sil Deco para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 9 – El silencio que abraza
A veces, la gente te cuenta su historia con palabras.
Otras veces, como Luna, lo hace con sus gestos.
Con sus pausas. Con su forma de mirar el suelo cuando algo la incomoda.
Con el modo en que agradece con los ojos antes de hacerlo con la boca.
Yo no necesitaba saber todo para entender que había estado rota.
Lo supe desde el primer día.
Pero lo que más me asombraba no era su tristeza, sino su esfuerzo por seguir.
Cada día era un pequeño acto de valentía.
Y yo… solo quería estar cerca.
No para salvarla.
Sino para que supiera que no estaba sola.
—¿Querés salir un rato? —le pregunté una tarde cualquiera, con el sol bajando lento detrás del galpón del almacén.
—¿A dónde?
—No sé. A caminar. Hay un sendero por el río. No mucha gente. Naturaleza. Silencio. De esos lugares donde parece que el mundo no te mira.
Ella dudó. Siempre dudaba. Pero esa vez, al final, asintió.
—Está bien. Pero no me apures —me dijo, con esa seriedad suave que usaba para protegerse.
—Nunca lo haría.
El camino era de tierra, bordeado por álamos flacos y pasto alto. La luz se colaba entre las ramas y pintaba manchas doradas sobre nuestras sombras. Luna caminaba con las manos en los bolsillos, y yo me mantenía unos pasos al costado, sin invadir.
—¿Venís mucho por acá? —preguntó, más por romper el silencio que por curiosidad, creo.
—Cuando era chico, sí. Ahora lo redescubro. Se ve distinto cuando volvés con otros ojos.
—¿Y ahora con qué ojos mirás?
La pregunta me tomó por sorpresa. Me detuve. Pensé.
—Con menos ruido. Con más ganas de entender que de apurarme.
Ella no respondió, pero sonrió apenas.
Eso ya era suficiente para mí.
Nos sentamos en una piedra grande, frente al agua. El río bajaba calmo, arrastrando hojas secas y ramitas como si supiera que tenía todo el tiempo del mundo.
—Yo no sé cómo hablar —dijo ella, de pronto.
—No hace falta que hables —le respondí.
—A veces tengo cosas adentro… como un nudo que no sé cómo desatar.
—Tal vez no tenés que desatarlo hoy.
—¿Y si nunca puedo?
—Entonces yo me quedo cerca, por si un día se afloja solo.
Ella me miró. Directo. Por primera vez sin bajar la vista.
—¿Por qué hacés esto?
—¿El qué?
—Estar. Tener paciencia. ¿Por qué?
No supe si decirle lo que pensaba, pero lo hice igual:
—Porque me importás. Porque veo en vos una fuerza que ni vos sabés que tenés. Y porque, aunque no lo creas, también me hacés bien a mí.
Ella parpadeó varias veces. No lloró. Pero sus ojos se humedecieron.
—Yo no me creo fuerte.
—Yo sí. Y con eso alcanza.
Se hizo un silencio largo. No incómodo. Uno de esos que te dejan respirar más hondo.
Luna estiró las piernas, apoyó las palmas en la piedra y dijo:
—Hubo días en que no quería seguir.
Mi pecho se cerró un poco, pero no la interrumpí.
—Hubo noches en que pensaba que si me dormía para siempre, todo sería más fácil.
—¿Y qué te detuvo?
—Mi hermana. El miedo a dejarle mi culpa.
El miedo a que él… ganara.
Respiró hondo.
—Y después fue Mirta. El pueblo. Este trabajo. Vos.
Pequeñas cosas. Como hilitos que me sujetan para que no me caiga del todo.
Me acerqué un poco. No la toqué. Solo me puse al lado.
—Entonces no estás cayendo. Estás reconstruyendo.
—¿Y si me vuelvo a romper?
—Entonces nos volvemos a juntar. Las veces que haga falta.
Caminamos de regreso más lento. Con menos peso. Como si algo se hubiera aflojado, como si un poquito de ese nudo se hubiera deshecho.
Al llegar al pueblo, Luna se detuvo antes de cruzar la calle. Me miró.
—Gracias por hoy.
—No fue nada.
—Para mí, fue todo.
Y se fue. Sin decir más.
Yo me quedé mirando su espalda alejarse.
No quería enamorarme. Lo sabía.
No era el momento.
Pero ya no podía evitar sentir lo que sentía.
Y lo que sentía era esto:
que no se trataba de salvarla.
Se trataba de caminar a su lado.
Hasta donde ella quiera. Hasta donde ella pueda.