Ayanos jamas aspiro a ser un heroe.
trasportado por error a un mundo donde la hechicería y la fantasía son moneda corriente, solo quiere tener una vivir plena y a su propio ritmo. Con la bendición de Fildi, la diosa de paso, aprovechara para embarcarse en las aventuras, con las que todo fan del isekai sueña.
Pero la oscuridad no descansa.
Cuando el Rey Oscuro despierta y los "heroes" invocados para salvar ese mundo resultan mas problemáticos que utiles, Ayanos se enfrenta a una crucial decicion: intervenir o ver a su nuevo hogar caer junto a sus deseos de una vida plena y satisfactoria. Sin fama, ni profecías se alza como la unica esperanza.
porque a veces, solo quien no busca ser un heroe...termina siendolo.
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CAP 10
LA TIPICA AVENTURA NO TAN TIPICA PARTE 1
Luego del almuerzo, frente a la tienda, Herald y Ayano se encontraban de pie bajo el cálido sol de la tarde.
El muchacho, con una expresión respetuosa, hizo una leve reverencia y dijo:
—Muchas gracias por la hospitalidad y la comida Y perdón si les causé alguna molestia.
Mientras se erguía de nuevo, añadió con sinceridad:
—Son una hermosa familia... tuve suerte de conocerlos.
Herald soltó una carcajada sonora y, acercándose con camaradería, apoyó una mano firme sobre el hombro del joven.
—No hagas de esto una despedida, muchacho, que me harás llorar —dijo entre risas.
Ayano mostró una leve sonrisa, genuina y tranquila, mientras el mercader, con una mirada llena de afecto paternal, continuaba:
—Ni debería decírtelo, pero ya eres parte de esta familia... así que no te preocupes por nada y no te marches sin más... hijo.
La palabra resonó en el pecho de Ayano con una calidez inesperada
Ayanos respondió con una sonrisa:
—Está bien.
Herald asintió, adivinando sus intenciones.
—Ahora supongo que tienes pensado ir al gremio de aventureros, ¿verdad?
—Sí, creo que no sería mala idea registrarme, ya que estoy en una ciudad grande —contestó Ayanos.
—Está bien, muchacho... Te estaremos esperando para cenar —dijo el hombre, dándole una palmada en el hombro.
Con paso tranquilo, Ayanos se puso en marcha, atravesando las calles empedradas de una ciudad vibrante. Puestos de frutas, comida callejera, telas de colores y todo tipo de elementos relacionados con la mania, adornaban las calles, dejando en claro que el comercio era la principal actividad allí.
Con mirada curiosa, Ayanos disfrutaba del bullicio hasta que su vista se posó en un local poco concurrido en comparación con los demás. No tenía ventanas que dieran al exterior, solo una puerta de madera, sobre la cual colgaba un letrero que decía: "Herrería".
Mientras leía el cartel, recordó que había roto su espada. Tocando uno de sus bolsillos, rememoró cómo el señor Herald le había entregado algo de dinero antes de partir:
—Toma esto. Quizás no sea mucho, pero sin un arma nueva no podrás registrarte —le había dicho.
—Pero no puedo aceptarlo, señor... —había intentado replicar Ayanos.
—Tú tómalo. Cuando tengas alguna misión y ganes bien, me lo devuelves —respondió Herald con una sonrisa.
Recordando esas palabras, Ayanos pensó:
"Se lo devolveré sin falta, así que estará bien que lo use."
Decidido, se aventuró al interior de la tienda. La puerta emitió un chirrido, como si fuera poco usada y el óxido se aferrara a sus bisagras.
—Qué poco alentador... —murmuró el joven tras el rechinido.
Su mirada recorrió el local, que aunque descuidado, mostraba en sus paredes armaduras y escudos de todo tipo. En el centro, mesas de exposición presentaban espadas, dagas, hachas, martillos, lanzas y muchas otras armas de distintos estilos. La calidad del equipo era innegable; se notaba que quien los había forjado les había dedicado mucho tiempo y tenía una gran habilidad.
Mientras Ayanos ojeaba todo, una voz grave, muy varonil y algo enojada lo sorprendió.
—¿Qué buscas? —dijo la voz de forma cortante.
El joven, sin mostrar señales de haberse alterado, se giró hacia el mostrador de donde provenía la extraña voz. Sentado detrás del mostrador, vio a un hombre de baja estatura, rostro curtido de expresión seria, cabello corto, espeso y negro, y una barba igualmente espesa y desalineada. Sus brazos musculosos no dejaban lugar a dudas: él era el responsable de la forja de aquel lugar.
Ayanos no pudo evitar pensar, en un tono algo cómico y como si fuese un hecho repetitivo:
"Es... un herrero enano... qué cliché."
El herrero volvió a insistir:
—¿Qué estás buscando?
Ayanos salió de sus pensamientos y, acercándose al mostrador, respondió:
—Necesito una espada resistente. La última que tuve se rompió en apenas un par de usos.
El enano se cruzó de brazos y, de manera burlona, dijo:
—Para que una espada dure, hay que saber usarla.
El joven, sin dar indicios de molestarse, respondió de forma desafiante:
—Quizá esa actitud sea la razón por la que todo en este local se está llenando de polvo.
El fornido herrero, notablemente molesto por aquel comentario tan sincero, directo e insolente, exclamó con enojo en la voz, mientras golpa el mostrador:
—¿¡Cómo te atreves, muchacho!?
Ayanos entonces cambió su expresión, adoptó un tono de voz más relajado y amigable, y, con una sonrisa, dijo:
—¿Ves que las palabras pueden ofender cuando se lanzan sin conocer todo el contexto?
El dueño de la herrería se quedó mudo ante la respuesta del joven. Finalmente, suspiró, se calmó, y con un tono de orgullo —aunque claramente vencido en esa pequeña contienda verbal—, dijo:
—Soy el gran herrero Toico, y esta... es mi herrería ¿En qué puedo ayudarte?
Ayanos sonrió, sintiéndose victorioso, y agregó:
—Un gusto, Toico. Mi nombre es Ayanos, y busco una espada más resistente que la que tenía anteriormente.
—Es muy vaga tu descripción —contestó Toico a la petición de Ayanos.
El joven se llevó una mano a la cintura y la otra al mentón, pensativo. Luego de un instante, liberó una respuesta más detallada:
—Me gustaría algo con lo que pueda pelear libremente. Hoy me registraré como aventurero... Aunque ya me he enfrentado a monstruos fuertes, no sé cómo explicarlo bien, pero... quisiera una espada que pueda seguirme el ritmo.
Toico puso una expresión como si jamás hubiera oído una petición tan extraña. Sin decir nada, Cerró un ojo, y el otro brilló sutilmente de un color plateado: activaba su habilidad de Evaluación completa, un don raro incluso entre los mejores herreros
Pensó para sí mismo:
"Vaya... esto será interesante."
Ayanos permanecía en silencio, de la nada notó un cambio en su actitud: de repente, Toico parecía emocionado. El herrero, mientras sacaba un papel y una pluma, dijo:
—Escucha bien: nada de lo que tengo aquí te servirá... Pero si me traes estos materiales, forjaré algo para ti.
Ayanos tomó el papel. Sus ojos se movieron rápido mientras leía en silencio: "Trepita azul, piel de dragón y carbón de dragón". Frunció el ceño.
—Lo de la piel está claro, pero... ¿y los otros dos qué son?
Luego preguntó:
—Lo de la piel está claro, pero... ¿y los otros dos qué son?
El enano, sacando unos pergaminos con ilustraciones y un mapa, explicó:
—Mira. La Trepita es un mineral alimentado por maná. Cuanto más maná recibe, más cambia de color y su dureza. El de mayor densidad es el azul. Puedes encontrarla en lugares con alta concentración de maná.
—¿Y el carbón de dragón? —preguntó Ayanos, intrigado.
—Son los residuos de los dragones, pero solo cuando están viejos. Lo notarás fácilmente.
Mientras hablaba, Toico señaló en un mapa bastante antiguo la ilustración de una montaña.
—Aquí podrás encontrar todo, si tienes suerte: en las montañas Berman, a tres días en carreta hacia el norte. Se dice que hay una guarida de dragones... Hace mucho tiempo que no se ve uno, y se piensa que ya no viven allí.
Ayanos pensó, emocionado: "Una misión épica... al fin empieza a parecer un isekai."
Esbozó una sonrisa entusiasta y, mirando a Toico, dijo:
—De acuerdo, no hay problema.
Recalculando toda la información, añadió con un tono más serio:
—¿Y si hay algún dragón aún por ahí? —Luego, mirando al herrero, preguntó—. La piel de dragón será mejor si es fresca, ¿no?
El enano, con una expresión seria, se quedó perplejo por un segundo... y luego estalló en una carcajada. No esperaba tal chiste. Pero el joven, lejos de estar bromeando, comenzó a liberar inconscientemente un aura pesada, invisible al ojo común, pero palpable en el ambiente.
Toico pasó de la risa al asombro... que casi rozaba el terror. Sintió cómo no podía mover ni un solo músculo. Se le cortaba la respiración, como si una mano invisible le apretara el estómago. Una fuerza extraña lo paralizaba. Una gota de sudor frío le recorrió la mejilla, y tragó saliva con nerviosismo.
"Lo dice en serio..."
El local entero quedó en un silencio abrumador, el aire denso... hasta que, de golpe, todo volvió a la normalidad. El ambiente se alivianó como si nada hubiera pasado.
Ayanos, con una sonrisa como si no se hubiese dado cuenta de nada, tomó una espada de uno de los exhibidores y dijo con confianza:
—Me la llevaré por si acaso. Y si la rompo, la pagaré... Nos vemos en una semana, más o menos.
Toico solo pudo tartamudear mientras lo veía salir de la tienda, cerrando la puerta tras de sí. Luego, ya solo, se golpeó el pecho como si quisiera forjar su valor de nuevo, tratando de recuperar la lucidez.
—Al fin... alguien digno de mis habilidades.
La emoción en su rostro era palpable. Su habilidad de Evaluación total le había mostrado un nivel de poder fuera de lo común. Agilidad, fuerza, resistencia y velocidad estaban al máximo. Pero más allá de eso, sus reservas de maná eran monstruosas. Incluso pudo ver su estilo de combate, la forma en que se movía... y por eso pudo deducir qué tipo de arma forjarle.
Pero lo que acababa de sentir iba más allá de lo que su habilidad podía prever.
"¿Tanto poder ocultaba...? Ahora entiendo por qué se rompió su espada."
Mientras el muchacho, con su espada provisoria en una mano y la lista en la otra, recorría las calles, la gente que lo rodeaba ignoraba por completo la gran misión que llevaba consigo.
Antes de seguir caminando sin rumbo, decidió preguntar dónde podía tomar una carreta. Las carretas salían todos los días a las 5 de la mañana, a las 2 de la tarde, y la última a las 5 de la tarde, dirigiéndose a diversas ciudades y pasando por aldeas en el camino.
Nuestro protagonista se acercó a un cochero para preguntarle cuál lo dejaría más cerca de su destino.
—¿A las montañas Berman? —repitió el hombre, pensativo—. Creo que es aquella que está saliendo justo ahora.
—¡Gracias! —respondió Ayanos, y salió corriendo para no perderla. Si la dejaba ir, tendría que esperar hasta el día siguiente.
—¡Espere, por favor! —gritó con fuerza, mientras aceleraba el paso hacia la carreta que ya se ponía en marcha.
La carreta crujía con cada piedra del camino, haciendo pensar que no aguantaría el trayecto, avanzaba con lentitud pero constancia. El traqueteo y el vaivén del vehículo ya eran parte del ambiente, y los pasajeros se mantenían en sus propios mundos: algunos dormían, otros conversaban en voz baja, y unos pocos simplemente observaban el paisaje.
Ayanos, con los brazos cruzados, permanecía en silencio mientras sus ojos recorrían a los ocupantes. No buscaba nada en particular, solo mataba el tiempo… hasta que algo captó su atención.
A su lado, un joven algo menor que él —cabello castaño algo despeinado, gafas deslizándose por el puente de su nariz, y un cuerpo delgado que contrastaba con la robustez de algunos viajeros— estaba completamente absorto en la lectura de un libro grueso, de tapa oscura y letras doradas en la cubierta. No era solo el libro lo que despertó su curiosidad, sino la forma en que lo leía: con intensidad, como si cada palabra fuera un secreto del universo.
Ayanos, sin pensárselo mucho, se giró levemente hacia él y saludó con voz tranquila:
—Hola.
El joven dio un pequeño respingo, como si lo hubieran sacado de un trance. Tardó unos segundos en levantar la vista, y cuando lo hizo, sus ojos —grandes y algo tímidos detrás de las lentes— parpadearon varias veces antes de responder.
—Eh… h-hola —dijo, con una voz suave, casi un susurro. Se notaba que no estaba acostumbrado a hablar con desconocidos, pero tampoco parecía querer ser grosero—. ¿Necesitas… algo?
Ayanos sonrió, relajado.
—No, solo me dio curiosidad. Ese libro parece interesante… y no es el único que llevas, ¿cierto?
El chico dudó un segundo, bajando la mirada hacia el morral que tenía a sus pies, de donde sobresalían los lomos de otros tres o cuatro volúmenes. Luego volvió a mirar a Ayanos, esta vez con un brillo apenas perceptible en los ojos.
—Son… estudios sobre flujo de maná. Teoría, estructura, y… algo de alquimia antigua. Antes de ir a la academia de Luzelgo
—Luzelgo eh...?¿Vas para allá? —preguntó Ayanos, sorprendido.
—No exactamente. Me quedaré en Holdan. La tercera parada. Hay una biblioteca con documentos antiguos y poco comunes…
El espadachin lo observó con más atención. Y penso, no solo era un estudioso, sino uno serio.
—Ya veo. Soy Ayanos, por cierto.
—Yo… yo soy Leod… Leod Vilan —respondió, bajando un poco la voz al final, como si todavía no estuviera seguro de querer hablar más.
—¿Y planeas solo enfocarte en la teoría? —preguntó Ayanos.
Leod bajó la mirada, aferrándose al libro como si la vida fuera a arrebatárselo. Tartamudeó, intentando responder, pero Ayanos notó la incomodidad en su expresión. Aunque la pregunta era sencilla, algo en el gesto del muchacho le decía que no lo era para él.
Con tono animoso, buscando aliviar la tensión, agregó:
—Tranquilo, no hace falta responder si no quieres.
Leod lo miró sorprendido. Ayanos, algo apenado, bajó la voz:
—Quizás estuve mal. Perdona.
El silencio cayó entre ellos, espeso y repentino. Ayanos miró por la ventana de la carreta, pensando: Debería ser más sutil... pero me dio curiosidad.
Pasaron unos momentos. Luego, con la mirada aún baja, Leod habló, su voz teñida de melancolía:
—Desde niño soñé con lo que sueñan todos los niños… ser un aventurero, salvar personas, que las chicas se fijaran en mí por ser fuerte y valiente… que mi familia finalmente me reconociera. Y así… ya no tendría que volver a estar solo.
Ayanos no pudo evitar recordar su propia soledad. Aquella que había intentado llenar con trabajo, con anime… hasta que llegó a este mundo y conoció a la diosa Fildi, a Ronan, a Beatriz y a la familia Marson. Sabía bien por lo que el joven estaba pasando. Pero si lo interrumpía ahora, esa lágrima que se deslizaba por la mejilla de Leod y el valor que mostraba al hablar así… serían en vano.
Leod continuó:
—Pero… en este mundo, la fuerza a veces es tan simple que se vuelve imposible de dominar. La manía, por ejemplo… Quien manipula maná comenzará a usar hechizos sin detenerse mucho en el trasfondo, o reforzará su cuerpo y mejorará sus capacidades físicas sin esfuerzo… pero es tan fácil...
Entonces, Ayanos murmuró:
—Pero aburre... Lo simple llega más fácil a su límite.
Al oír eso, Leod no pudo evitar clavar la mirada en aquel desconocido que, de algún modo, parecía entenderlo demasiado bien. Ayanos, de expresión relajada pero firme, ya no miraba al frente: observaba sus propias manos, como si en ellas buscará las palabras para continuar la charla.
—Acompáñame —dijo con voz segura, mientras una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.
Pensaba que alguien como Leod debía ver, por fin, que él conocía esa fuerza que tanto buscaba.
Los ojos del joven estudioso y triste estallaron con un brillo. Esas palabras fueron como si una puerta, que había permanecido cerrada durante tanto tiempo, se abriera de golpe, dejando salir una rafaga de viento cálido y reconfortante que le hizo olvidar todo el dolor y la pena.
Su rostro, ahora lleno de vida, revelaba una emoción y una curiosidad más grandes que cualquier libro o manuscrito le hubiera dado jamás. Y simplemente, sin sumar palabras que sobraran, dijo:
—Sí.
Frente a un Ayanos sonriente, que para él se convertía, en ese preciso momento, en un maestro.