Antonieta, una joven noble de catorce años, vive atrapada entre las estrictas reglas de la alta sociedad y su pasión secreta: volar en un caballero móvil. Mientras se prepara para cumplir con su rol como dama y conocer a su prometido, entrena en secreto para dominar la tecnología que le permitirá surcar los cielos. Pero no todos están dispuestos a aceptar su sueño, y Antonieta deberá decidir si seguir las normas o romperlas para volar libre.
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Capítulo 7: Estación Central de Lethermont
[Interior – Estación Central de Lethermont – Andén 7 – Tarde]
Narrador:
Entre el murmullo de decenas de lenguas, el silbido de un tren recién llegado y un grupo de monjes discutiendo con un vendedor de relojes, Alison caminaba con paso decidido. Su vestido blanco apenas rozaba el suelo; a la espalda llevaba el estuche de su rifle Viper, camuflado con elegancia. A su lado, Antonieta arrastraba su única maleta.Antonieta (mirando a su alrededor):
—Siempre quise venir aquí. Tenía curiosidad por saber cómo era estar en un lugar así...Alison (sujetando el estuche sin mirar):
—Una curiosidad por el caos. Entre varios continentes.
Antonieta:
—Sí, pero honestamente, con la cantidad de personas que hay, me siento un poco sofocada. Richard se está tardando más de lo esperado...
Alison:
—Considerando la multitud, no me sorprende que se retrase. Esto pasa cuando campesinos, magos y nobles tienen que cruzar fronteras: un caos arquitectónico.
(Añade, girando la cabeza apenas un poco)
Aunque debo admitir que las chicas del continente oriental tienen un hermoso cabello negro.
Antonieta (mirándola):
—Pensé que te gustaría más su ropa... pero encuentro interesante ver que, de verdad, las personas del continente de los magos llevan libros pegados a ellos.
Narrador:
El rugido de una explosión cortó de tajo la conversación. Un temblor sacudió el suelo bajo sus pies. La luz de los faroles parpadeó brevemente. Luego, una segunda explosión, más cercana, hizo que los cristales tintinearan como campanas antes de estallar.
El caos no tardó en surgir. Viajeros de todas las razas, especies y regiones corrieron como una masa informe. Algunos gritaban en lenguas imposibles; otros simplemente empujaban.
Todo fue a peor cuando un cuerpo atravesó lo que quedaba de una ventana elevada, rompiendo el vitral sagrado del andén 7. Cayó al suelo con violencia.
Su ropa negra, de tela militar vieja y reforzada, estaba sucia, manchada de hollín y sangre. El pañuelo rojo al cuello ondeaba como un estandarte. En el brazo llevaba un brazalete con un símbolo negro: una cruz rota, desgastada por el tiempo.
Alison (sujetando el estuche y mirando el cuerpo):
—Un miembro de la Cruz Negra...Antonieta (temblando):
—Ali… Ali…son… t-te... tenemos que irnos…
Narrador:
Entonces se hizo un silencio momentáneo. Como si todos intentaran digerir lo que acababan de ver. Pero solo duró un suspiro. Enseguida se escucharon más gritos en otras zonas, disparos y ecos metálicos. Grandes explosiones retumbaban como si un ejército invisible marchara dentro de la estación.
Y entre el caos, una voz robótica resonó por los altavoces mágicos:
Voz automática:
—Todos los civiles deben dirigirse a las salidas de emergencia. Este no es un simulacro.
Narrador:
Paneles ocultos en las paredes se abrieron con un chasquido mecánico. Puertas selladas desde hace décadas revelaron pasadizos ocultos. La multitud se arremolinó, empujando, corriendo, tropezando.
Antonieta no podía moverse. Sus piernas no respondían. El miedo la paralizaba… hasta que Richard apareció, saliendo de entre la multitud, y la tomó por el cuello de la chaqueta.
Alison (empujándola con fuerza):
—Sé que tienes miedo. Y honestamente, no te culpo. Pero no es hora de temblar. Es hora de caminar.
Richard:
—Es inútil… ¡Comienza a correr hacia la salida!
Narrador:
Sin esperar más, Richard cargó a Antonieta como si fuera una muñeca de trapo y empezó a correr.
El ruido era ensordecedor: disparos, alarmas, gritos. Un caballero móvil travesó la pared del andén 6, su brazo metálico chorreando fuego.
Cuando Richard cruzó una de las puertas, se encontró con una serie de túneles. Bajó a Antonieta, quien cayó al suelo. Ella se aferró con fuerza a su chaleco, temblando. Richard se arrodilló frente a ella y la miró con firmeza.
Richard:
—Sé que eso fue aterrador, hermana. Esto lo verás más a menudo cuando seas piloto. No pido que lo entiendas, pero si te quedas quieta por el miedo… no podrás hacer nada. Ni volar.
La próxima vez, corre primero. Luego tiembla.
Narrador:
Antonieta levantó la vista y miró a Richard. Este extendió la mano.
Richard:
—No podemos quedarnos aquí. Será mejor caminar. Alison debe estar esperándonos.
Narrador:
Antonieta tomó su mano, y Richard la ayudó a levantarse. Ambos siguieron caminando hasta que los túneles desembocaron en un campo abierto.Desde allí, podían ver cómo la estación ardía en conflicto. Explosiones sacudían la estructura, columnas de humo se elevaban al cielo, y edificios cercanos estaban destruidos o dañados. Incluso caballeros móviles surcaban el cielo, disparando con precisión brutal.
Avanzaron hasta llegar a una zona ocupada por un destacamento del ejército. Carpas de comando, torres de comunicación mágica, soldados repartiendo instrucciones. Civiles heridos eran atendidos. Familias separadas lloraban.
Otros simplemente esperaban su turno para abordar los trenes de evacuación.
Había orden, sí. Pero también miedo. Un miedo silencioso, colectivo.
Como si todos supieran que lo peor… aún no había pasado.