El Problema No Eres Tu... Es Tu Edad.

Al llegar al aeropuerto, Rous sintió por primera vez el vértigo de lo desconocido. Las puertas automáticas se abrieron para revelar la pista privada donde un jet esperaban imponente, rodeado de vehículos negros y personal que iba y venía como si todo fuera parte de una película. Ella se quedó unos segundos paralizada hasta que la mano de Liam se entrelazó con la suya.

—Vamos, no muerde —dijo él con una sonrisa cómplice.

Cuando llegaron al jet, cuatro chicos los esperaban junto a la escalinata. Liam se detuvo un segundo y, con una naturalidad desarmante, anunció:

—Chicos, ella es Rous. Nos acompañará en la gira. Sean buenos con ella... o los despido.

Una carcajada general se escuchó entre los chicos, quienes la saludaron con calidez. A pesar de que ella tenía cuarenta años, su figura firme y su elegancia natural hacían que se viera mucho más joven. La diferencia con Liam no era tan evidente como había temido. Uno de ellos le guiñó un ojo con picardía.

—Yo soy Nico, guitarrista y el más cuerdo del grupo —bromeó el de cabello revuelto y ojos azules, que parecía el más joven del grupo, unos veintitrés.

—Marc, bajista, y el más puntual —dijo el más corpulento, de barba perfectamente arreglada y unos treinta años.

—Ethan, batería y futuro premio Nobel del sarcasmo —añadió otro, de cabello rizado y voz grave.

—Y yo soy Axel, tecladista y… soltero —dijo levantando una ceja. Tenía una sonrisa encantadora y parecía disfrutar coquetear.

Rous rió nerviosamente.

—Un placer. Trataré de sobrevivir al rock and roll.

Al subir al avión, una mujer con aire ejecutivo se acercó a ella. Vestía un traje sobrio y caminaba con seguridad.

—Tú debes ser Rous —dijo tendiéndole la mano—. Soy Miranda, manager de Liam… y del resto de estos desastres. Bienvenida al caos.

Rous sintió por un instante una chispa de incomodidad. Miranda era atractiva, decidida y de su misma edad. Pero pronto la tensión se desvaneció cuando Miranda le sonrió con amabilidad sincera.

—No te preocupes, no muerden. Aunque... a veces dan dolores de cabeza.

***

El primer concierto en Madrid fue un espectáculo. Rous lo vivió como si fuera una fan más, coreando canciones, bailando entre bastidores y sorprendida por la energía desbordante del público. La banda era excelente, los chicos tenían talento y carisma, y Liam, en el escenario, se transformaba en un imán de pura intensidad.

Cuando el show terminó, regresaron al hotel. Liam la llevó directamente a su habitación, donde celebraron en la intimidad. Cada encuentro entre ellos era un redescubrimiento. Rous sentía que el deseo no solo vivía en su cuerpo, sino que despertaba partes de su alma que creía dormidas hacía años.

***

En Lisboa caminaron juntos por las calles empedradas del barrio de Alfama. Rous se maravilló con la arquitectura, los sonidos del fado en las esquinas, los aromas que salían de las tabernas. Esa noche, luego del concierto, Liam la llevó a cenar bacalao dorado y pastel de nata, y entre risas, hablaron del futuro.

—¿Crees que esto sea solo una aventura de gira? —preguntó ella con cautela.

—No quiero que lo sea —respondió él sin dudar.

***

En Roma, pasearon por la Fontana di Trevi, y él le pidió que lanzaran juntos una moneda.

—¿Qué pediste? —preguntó ella.

—Que esto dure más que una gira —respondió él, sin ocultarlo.

En París, el concierto fue en un estadio cubierto repleto. Las luces, los gritos del público y la vibra vibrante de la ciudad creaban una atmósfera mágica. Pero la verdadera sorpresa vino después. Liam, sin previo aviso, la llevó en un auto privado a un pequeño restaurante escondido en el barrio Le Marais.

—¿Te acuerdas que mencionaste hace semanas a Jean-Luc Benoît, tu chef favorito? —preguntó con una sonrisa orgullosa—. Aquí estamos. Reservé con tiempo.

Rous se quedó boquiabierta. El lugar era encantador, íntimo, con manteles blancos, velas y un aroma delicioso a mantequilla y vino.

—Liam... esto es demasiado —susurró conmovida.

—Nada es demasiado para ti.

Durante la cena, Rous se sintió como en un sueño. Él escuchaba con atención, la hacía reír, le tomaba la mano por encima de la mesa como si no le importara quién los viera. Pero cuando se inclinó para besarla, ella se apartó un poco.

—Liam... nos pueden ver.

—Estamos en París, Rous —dijo él, encogiéndose de hombros.

—Aun así… no quiero que esto se vuelva un escándalo.

Él asintió en silencio. Luego, bajando la voz, agregó:

—Antes de ir a Buenos Aires, vamos a tomarnos un descanso. Alquilamos una casa con los chicos a las afueras de París. Estoy seguro que te encantará.

—Está bien... solo recuerda que en dos semanas el campamento de Valentina termina y debo regresar.

—Lo sé. Por cierto... ¿ya se lo dijiste?

Rous bajó la mirada.

—Aún no. Tenemos solo veinte minutos semanales para hablar y siempre se enfoca en sus amigas, dramas... no quiero abrumarla. Además, creo que esta charla debe ser cara a cara.

Liam suspiró, algo inseguro.

—¿O es que no quieres que se entere?

—No es eso. Claro que quiero... y sé que tengo que hacerlo. Lo haré en cuanto la vea, te lo prometo.

Ella extendió la mano y la apoyó suavemente en su mejilla. Y, por primera vez, Rous tomó la iniciativa. Lo besó con ternura pero con decisión. Liam sintió el corazón latirle con fuerza. Acostumbrado a ser él quien dirigía, el gesto de ella lo dejó sin palabras.

***

La prensa comenzó a hacer su trabajo. Fotos borrosas de Liam saliendo con una mujer misteriosa comenzaron a circular en redes. Se hablaba de un romance oculto del vocalista de Skyfallers. En cada ciudad que visitaban, Rous se sentía más observada.

Pero Liam no mostraba preocupación. La protegía sin esconderla. En cada hotel, cada ciudad, hacía que todo girara en torno a ella sin que ella lo pidiera. Y aunque Rous aún dudaba, algo dentro de ella se estaba entregando. A esa aventura. A esa conexión.

***

La noche en que salieron del restaurante en París, caminaron por las calles bajo la tenue lluvia primaveral. Él la abrazó por la cintura mientras ella reía, tapándose la cabeza con el bolso.

—Eres ridículo —dijo ella entre carcajadas.

—Y tú estás loca por mí —replicó él.

—Tal vez…

—No hay tal vez, Rous. Esto es real. Nunca había sentido algo así por alguien.

Ella no respondió. Solo lo miró, con esa mezcla de miedo y ternura, y volvió a besarlo bajo la lluvia, sin preocuparse por las cámaras ocultas ni los titulares del día siguiente.

Esa noche, al regresar al hotel, no hubo palabras innecesarias. Solo besos, miradas, caricias. No había nada más que importara en ese momento. Y por primera vez, Rous pensó que tal vez, solo tal vez... merecía darse una oportunidad de vivir ese amor. Aunque fuera impredecible. Aunque fuera distinto.

Porque en el fondo, sabía que lo que había entre ellos... no era pasajero.