Elysia renace en un mundo mágico, su misión personal es salvar a su hermano...
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Ernesto
Elysia permaneció unos instantes en silencio, acurrucada sobre las piernas de Hans, mientras su mente repasaba todo lo que había pasado la noche anterior: la humillación de Ernesto, la crueldad de Clariet, y la impotencia que había sentido al no poder salvar a su hermano de su propio orgullo.
Finalmente, suspiró y dejó escapar un susurro tembloroso:
—No puedo evitar sentirme responsable… si no fuera por mí, todo habría seguido igual. Ernesto nunca habría visto la verdad. —Su voz se quebró ligeramente, y Hans tensó los brazos alrededor de ella.
—Shh… —susurró él, apoyando la barbilla sobre su cabeza y acariciándole el cabello—. No es tu culpa. Lo que hiciste fue salvarlo de sí mismo. Eso no es algo que cualquiera pueda hacer.
Elysia cerró los ojos, dejando que sus lágrimas resbalasen sin miedo, mientras sentía el calor y la firmeza de Hans protegiéndola. Su pecho subía y bajaba con cada respiración de él, y por primera vez desde que toda esa pesadilla había comenzado, se permitió sentir alivio.
—Gracias… por estar conmigo —murmuró, apoyando su frente contra su hombro, aún abrazada a él—. No sé qué haría sin ti…
Hans sonrió por primera vez sin ironía, dejando que la vulnerabilidad de Elysia lo tocara de una manera que nadie había logrado. —No pienso dejarte sola nunca, brujita. Nadie, ni Clariet, ni nadie… ni siquiera tu hermano, podrá herirte mientras yo esté aquí.
Elysia lo abrazó más fuerte, sintiendo que su corazón encontraba un refugio seguro. En ese instante comprendió que Hans no era solo su protector; era su ancla, su calma en medio de la tormenta.
Elysia permaneció acurrucada en su pecho un momento más, recuperando la calma, antes de incorporarse ligeramente. Hans la sostuvo con firmeza, permitiéndole moverse sin soltarla del todo.
—Tenemos que pensar en lo que viene —dijo él, con la voz grave y calculadora—. Tu hermano no se detendrá, y Clariet… bueno, Clariet es un veneno que tenemos que neutralizar.
Elysia lo miró, aún con un hilo de vulnerabilidad en los ojos, pero con determinación. —No puedo permitir que vuelva a humillarlo… ni que vuelva a arruinarse por ella. Pero no quiero actuar sola. —Su mano buscó la de Hans, entrelazando los dedos con suavidad—. Contigo a mi lado… siento que podríamos lograrlo.
Hans esbozó una sonrisa torcida, divertida y peligrosa a la vez. —Ya eres mi brujita, recuerdas? —dijo, presionando suavemente su mano—. Así que sí, no solo te protegeré… también planearemos cómo arreglar este desastre.
Elysia rió suavemente, la primera desde la humillación de su hermano. —Entonces, tienes un plan maestro, ¿eh?
—Más que eso —replicó Hans, inclinándose apenas hacia ella, su aliento rozando su oído—. Planearemos que tu hermano vea la verdad sin que se rompa del todo, y que Clariet aprenda que nadie juega con un Parsons y sale impune.
Elysia se apoyó contra su pecho, sintiendo la seguridad que emanaba de él. —Me gusta ese plan… —susurró—. Contigo, hasta la justicia parece divertida.
Hans la rodeó más firmemente con un brazo y la acarició con la otra mano por la espalda. —Exacto, brujita… con nosotros, nada será imposible. Y créeme, cada movimiento que hagamos dejará claro quién manda realmente.
El juego estaba empezando. La estrategia, la tensión, el poder y la cercanía los unían más que nunca. Y mientras Elysia se acomodaba en sus brazos, sintiendo la mezcla de protección y deseo, ambos sabían que, a partir de ese momento, nada ni nadie los detendría... Los besos continuaron hasta que un estruendo de golpes en la puerta sacudió la calma.
—¡Elysia! ¡Hermana, perdóname! ¡Te lo ruego, abre! —la voz de Ernesto se quebraba entre sollozos y alcohol, un lamento desesperado que se colaba por las rendijas de la madera.
Elysia se tensó de inmediato, como si el eco de esos gritos la devolviera a la bofetada que aún ardía en su memoria. Hans, en cambio, no se inmutó; sus brazos seguían firmes rodeándola, su mirada fija en la puerta con el brillo gélido de un depredador que no piensa retroceder.
—No vayas —murmuró él con voz grave, acariciándole la espalda como para anclarla—. Déjalo llorar, déjalo gritar. Que aprenda lo que significa perder tu confianza.
—Pero es mi hermano… —susurró Elysia, con el corazón dividido, las lágrimas amenazando de nuevo.
Hans inclinó el rostro hacia ella, sus labios rozando su oído. —Tu hermano eligió golpear a la única persona que siempre estuvo de su lado. No lo olvides, brujita. —Sus ojos ardían con una furia contenida—. Si abres esa puerta ahora, le enseñas que puede herirte y aun así volver cuando le plazca.
Del otro lado, Ernesto continuaba llorando: —¡Te juro que no volveré a acercarme a
Clariet! ¡Lo entendí, Elysia! ¡Perdóname, por favor! ¡No me abandones!
Elysia cerró los ojos, apretando los puños sobre el pecho de Hans. El eco de la súplica le dolía, pero más aún le dolía recordar cómo su propio hermano había levantado la mano contra ella.
Hans la levantó suavemente de sus piernas, la sostuvo contra la pared y, con un dedo bajo su mentón, la obligó a mirarlo. —Mírame, no a él. —Su voz era firme, casi un hechizo—. ¿Quieres seguir siendo la hermana débil que él golpea… o la bruja que todos aprenderán a temer?
El silencio en la habitación se volvió denso. Solo los sollozos de Ernesto tras la puerta rompían la quietud.
Elysia respiró hondo, buscando fuerzas entre la calidez y la mirada de Hans.
Los gritos de Ernesto fueron apagándose poco a poco, hasta que solo quedó un murmullo arrastrado, como si el cansancio y el alcohol lo estuvieran venciendo. Después, silencio.
Elysia, con el corazón encogido, dio un paso hacia la puerta, pero Hans le sujetó la muñeca con firmeza.
—No. —su voz fue tajante, aunque baja. Ella lo miró, los ojos brillando por la duda. —Pero… ¿y si…?
Hans entrecerró los ojos, escuchando con la agudeza de un cazador. Luego, con un gesto calculado, abrió apenas la puerta. Allí, en el suelo del pasillo, estaba Ernesto: despatarrado, con la botella aún en la mano, la ropa desordenada y la cara marcada por lágrimas y alcohol. No se movía, salvo por el leve subir y bajar de su pecho.
Hans cerró de nuevo y apoyó la palma contra la madera, como sellando el paso. —Se durmió. O se desmayó. No importa cuál de las dos. —La miró fijamente, como queriendo tatuar esas palabras en ella—. Que duerma en el suelo, es más de lo que merece después de lo que te hizo.
Quiero uno así💕💕